Desde Biarritz
Los cinéfilos sin duda recordarán El rayo verde (1986), una de las películas más bellas de Eric Rohmer. Es aquella en la que una joven parisina (Marie Rivière) queda a la deriva cinco días antes de las vacaciones de verano. Su novio la deja plantada y no sabe qué hacer ni a dónde ir. Evalúa distintas opciones y hace distintos movimientos falsos, hasta que una amiga le dice que le presta un departamento en Biarritz y que se anime a ir sola: al fin y al cabo siempre tendrá el mar. La ciudad no ayuda: se siente perdida en esas playas bulliciosas donde ella siente que es la única que no tiene familia ni compañía. Deambula melancólica por la rambla, escucha conversaciones ajenas y en una de ellas oye hablar de “el rayo verde”, un fenómeno óptico que toma su nombre de una novela de Julio Verne y que se produce cuando el último rayo de sol del día se funde con el mar. La novela –que dio paso a una leyenda- dice que aquellos amantes que logran presenciar juntos ese momento ya no se separarán más. ¿Le sucederá eso a Delphine?
En todo caso ese rayo verde, ese coup de coeur se produjo impensada, milagrosamente entre Biarritz y la cultura de América latina. Desde 1979 tiene lugar en esta ciudad balnearia sobre el Cantábrico, con aires decadentes de vieja dama del mar (su Casino, sus grandes hoteles), el Festival Biarritz Amérique Latine. A menos de una hora de auto de San Sebastián, cruzando los Pirineos Atlánticos, Biarritz aprovecha la sinergia con el festival donostiarra y cuando termina el primero comienza el segundo, acercando a Francia algunos de los puntos altos de lo que acaba de suceder con el cine latinoamericano del otro lado de la frontera. Y también le suma los suyos propios, con sus propias competencias (30 películas a concurso: diez largometrajes de ficción, diez cortometrajes y otros tantos documentales), películas fuera de concurso, retrospectivas y encuentros literarios de primer nivel.
El cine argentino siempre tuvo un lugar de privilegio en Biarritz y este año no es la excepción. La película de apertura del festival, en la noche del lunes, fue El suplente, de Diego Lerman, que venía de ganar apenas 48 horas antes, en el Zinemaldia de San Sebastián, el premio a la mejor intérprete secundaria para Renata Lerman, la hija del director. La familia Lerman en pleno presentó la película en la imponente Gare du Midi, ante la presencia de otros renombrados directores, como el francés Laurent Cantet, ganador de la Palma de Oro de Cannes con Entre los muros (2008), una película que tiene alguna línea de contacto con El suplente. Y el honor de la clausura, el próximo sábado, será para Argentina, 1985, de Santiago Mitre, con Ricardo Darín, de quien se anuncia su presencia.
A su vez, en la competencia de ficción hay dos largometrajes argentinos: Punto rojo, la elogiada película de género de Nicanor Loreti, y Sublime, opera prima de Mariano Biasin, que después de su estreno mundial en la Berlinale de febrero pasado viene de recibir el Premio Sebastiane Latino que otorga un jurado compuesto por integrantes de la Asociación de Gais, Lesbianas, Trans, Bisexuales e Intersexuales del País Vasco. Por su parte, en la competencia de documentales son tres las películas argentinas en concurso: Las delicias, de Eduardo Crespo; Retratos del futuro, de Virna Molina; y Luminum, de Maximiliano Schonfeld.
“Habría que seleccionar al menos el doble de películas para que se pueda percibir una justa representación de la riqueza y diversidad de la creación cinematográfica latinoamericana”, dice el flamante delegado general del festival, el crítico francés Jean-Christophe Berjon, que habla un impecable castellano, teñido de cierto acento mexicano. “Por lo tanto, hemos tenido que hacer elecciones, ciertamente reductoras y tristes (por las películas que nos han gustado y que no podremos presentar) pero simbólicas, que nos han llevado a confeccionar una selección sorprendentemente femenina, con seis directoras y siete protagonistas femeninas. También están presentes los grandes temas que atraviesan nuestras sociedades en todo el mundo, como el feminismo, el descubrimiento sexual, la superación, la educación y el compromiso político. Y hemos apostado por una verdadera diversidad formal, permitiéndonos incluir en la competencia una comedia de acción con múltiples giros narrativos, una historia fantástica, una película de cine negro político o un relato de iniciación romántico gay, por ejemplo. Una paleta de emociones y sensaciones, para viajar a través de estas culturas apasionantes”.
Un punto fuerte de Biarritz este año es un foco especial dedicado al cine brasileño con curaduría –“carte blanche”, dicen los franceses- a cargo del magnífico cineasta pernambucano Kleber Mendonça Filho, que se dio a conocer internacionalmente con una película fuera de norma en muchos sentidos, O Som ao Redor (2013) y que luego se consagró en el Festival de Cannes con títulos como Aquarius (2016) y Bacurau (2019). Ninguna de sus películas, obviamente, figuran en su selección, que incluye clásicos indiscutidos, como Dios y el Diablo en la tierra del sol (1964), de Glauber Rocha, y Cabra marcado para morrer (1984), de Eduardo Coutinho, en versiones restauradas, más una impecable serie de títulos más recientes, que incluye entre otras Cinema, aspirinas e urubus (2005), de Marcelo Gomes, Que horas ela volta? (2015) de Anna Muylaert, y Mato seco em chamas, de Adirley Queirós y Joana Pimenta, estrenada en febrero pasado en el Forum de la Berlinale.
Los encuentros literarios con América latina forman parte de la tradición del Festival de Biarritz desde su primera edición y este año los invitados son dos novelistas, el cubano Leonardo Padura y la brasileña Patrícia Melo. Cada uno tendrá una charla pública por separado pero también van a compartir una mesa de diálogo que tendrá como punto eje el tema de la escritura de novela negra –una forma nacida en el mundo anglosajón- en el campo de la literatura latinoamericana. Finalmente, también habrá un homenaje a Clarice Lispector (1920-1977), figura mayor de la literatura brasileña y una de las más grandes escritoras del siglo XX, además, un concierto del trío de jazz-funk brasileño Azymuth. No es poco para un festival que dura apenas seis días, en los que también habrá que intentar atrapar –si la meteorología lo permite: el cielo se presenta tormentoso- el famoso rayo verde.