En su libro Capitalismo: crimen perfecto o emancipación, Jorge Alemán postula la necesidad de volver a pensar la clásica disyunción totalitarismo y democracia, que se ha vuelto opaca en la actual etapa neoliberal. Esta última semana la política internacional parece darle a Alemán la razón: en la democracia liberal italiana se eligió un gobierno neofascista, por supuesto anti derechos lgtbiq y antifeminista, mientras que, en un régimen de partido único, los cubanos votaron a favor de un nuevo Código de Familias. Cuerpo jurídico que incluye el matrimonio igualitario junto a otras figuras de extraodinario contenido emancipatorio.
En el llamado “mundo libre” Giorgia Meloni, ganadora de las elecciones, tan poco compuesta ella, está a un tris de reconvertir el viejo fascismo italiano en una nueva ultraderecha menos afín a Mussolini que a los trumpistas asaltantes del Capitolio. Si el viejo totalitarismo era un programa supremacista aniquilador con aspiración de eternidad, la Meloni utiliza en cambio el extremismo de la inmediatez y la sarasa de consumo facilongo, que los votantes compraron en el shopping de consignas para exorcizar los fantasmas del descenso social pospandemia. Habrá que ver con qué especificidades, con qué picarescas, se materializará este oscuro amanecer italiano.
La lideresa de Hermanos de Italia (una semántica de afectos religiosos) es hábil en despertar la ira del ciudadano frustrado por no poder superar la línea de flotación de la vida. La amenaza contra los proyectos individualistas precisa de alguien que se haga cargo de desmantelar a los designados culpables del impedimento. Dentro del catálogo de posibles responsables, según Meloni, están los burócratas de la Comunidad Europea (¿en poco hablaremos de la Europa poscomunitaria?), pero figuran también el “lobby lgtbiq” y el feminismo combativo. Marea de perdedores, estos, empecinados en sostener las categorías neomarxistas de oprimido-opresor y en que les sean reconocidos derechos que, en otra versión del robo del goce en Lacan, les curran a los normales.
Las elecciones en Italia parecieran haber sido una purga antisistema, pero el detrito no se depositará en la casta financiera sino contra el progresismo que privilegia las políticas de la identidad (la ideología del género) mientras, se arguye, no resuelve la pobreza que el ciudadano formateado por la maquinaria mediática neoliberal no acierta a identificar con la incesante concentración del capital en unos pocos.
Los votantes de Hermanos de Italia se comieron, entre manjares más de fondo, la superstición de la ideología del género que les sirvió la Meloni como causante de un mundo desestabilizado. Para restablecer la armonía jerárquica, la futura primera ministra ya eligió qué huevos de serpiente romper y a quienes las serpientes tratarán luego de engullir en la imaginaria republiquita de Saló.
¡Ay de la divergencia sexual italiana, de los feminismos, con la ortodoxia vaticana y el nuevo gobierno en la misma montería!
Un Hombre Nuevo, menos Hombre y más libre
Fíjense que en una misma portada de noticias tuvieron que convivir la Meloni triunfante y el referendo que autoriza el nuevo Código de Familias en Cuba, legislación de avanzada de la que muchos países del “mundo libre” carecen. No solo a favor de las personas lgtbi. En una concepción no particularista de las leyes sociales, digamos de conjunto, coexisten el matrimonio igualitario y la adopción con el reconocimiento jurídico de multiparentalidad. Con los derechos de padrastros y madrastras en el caso de la crianza de les niñes. Y los de abuelos y abuelas que han debido hacerse cargo porque los padres emigraron. Además, con la autonomía progresiva de niños y adolescentes.
En un reporte que se pudo ver en distintos canales, los entrevistados ya en edad de quejarse de “adónde iremos a parar con tanta modernidad”, formados en el evangelio patriarcal del Hombre Nuevo, no quisieron quedarse afuera de la apertura mental: la sociedad cambia y con ella la percepción del pasado. Después de todo, dicen, era hora.
Los posteos de la oposición cubana, que prefiere una Cuba marxista sin otras noticias que marchas de protesta y economía en demolición, refrescaban el recuerdo de las barbaridades cometidas en el pasado (trabajo forzado para personas lgtbi en los sesenta, nada menos) que el Código corrige, pero con un gesto de téngase presente y archívese, es cierto. Ninguna ley, por más pedagógica que resulte ahora, deroga ni sobresee la violencia cometida contra una comunidad.
Otros comentarios contreras, menos justos, niegan todo crédito a un Código de avanzada originado bajo el gobierno cubano, mientras agradecen al cielo por habitar en un país donde se vota cada cuatro años a administradores del declive organizado, como Estados Unidos, y en el que la legislación retrocede mientras la riqueza se concentra en una élite angostísima.
Es que el sujeto del neoliberalismo está cautivo de una fe absolutista: el mercado es la experiencia sagrada del Todo. Un ensayo escatológico que condena a la Europa narcisista a respuestas políticas delirantes y culpables como una Giorgia Meloni -evangelio y represión en defensa de la libertad irrestricta de la verdadera casta, la de los poderosos- mientras que observa con ironía el devenir de una isla caribeña, teñida dicen de totalitarismo, pero que no deja de resistirse a la seducción de aquel Todo.