Al comienzo, esta novela de José Agualusa parece un relato bastante intelectual sobre un festival de literatura africana que se lleva a cabo en la isla de Mozambique. En ese principio, Los vivos y los otros parece una novela europea pero no porque, ya en ese momento, carece de héroe individual. Al contrario, es un cuento coral con múltiples puntos de vista contados por una tercera persona que se asoma a la mente de todos.

La historia está dividida en los siete días que dura el festival y cada una de esas siete partes tiene un epígrafe. Basta con leer esos textos cortos para entender uno de los rasgos principales del libro: la fusión de ideas que, en Europa, se entienden como totalmente opuestas. Algunas de las citas están firmadas por nombres conocidos como Einstein; otras pertenecen a personajes del libro. Lo “histórico” se funde con lo “ficticio”.

En el primer epígrafe, el principal, se habla de un momento en que “la isla se separó del mundo”. Ese es el tiempo de lo que se cuenta pero la idea solo se vuelve comprensible más o menos en la mitad del libro, cuando Mozambique queda aislada y la atmósfera se enrarece. A partir de ahí, la fusión de opuestos aumenta: se hace imposible distinguir entre vigilia y sueño, “racionalidad” y magia, “realidad” y “fantasía”. A partir de ahí, la prosa coquetea con el género de terror y sin embargo, los personajes siguen reflexionando sobre escritura, literatura, arte, política, historia de África y, claro está, colonialismo europeo.

En las muchas charlas entre los autores del festival, se habla, por ejemplo, de las razones que tiene cada uno para escribir: “para cambiar el mundo”, “para intentar perdonar”, por necesidad individual (hay quienes sienten que, si no escriben, “implosionan”). Pero hay algunos que conciben la literatura como herramienta política. Por ejemplo, una de las escritoras se define como parte del Sur del planeta con esta frase hermosa, que incluye también a Brasil: “soy de las palmeras”. Y agrega: “soy de un mundo que todavía no llegó: sin Dios, sin reyes, sin fronteras y sin ejércitos”. Una de las cuestiones más analizadas es el exilio: hay varios personajes que viven en países del norte, donde se refugiaron huyendo de guerras y miserias. Sus reacciones frente a África van del desasosiego a la fascinación. Hay quienes hasta protestan como europeos por las incomodidades y la calidad de la comida, sobre todo cuando el cierre de la isla los deja sin redes, sin teléfono, sin electricidad y sin noticias (ni siquiera saben si, del otro lado del puente que antes los unía a tierra firme, sigue existiendo el mundo).

En ese momento, Agualusa apela a uno de los esquemas del género terror: la situación de un grupo de personas encerradas en un lugar del que no consiguen salir. Sin relación con el resto del universo, empiezan a borrarse todas las fronteras que el pensamiento binario europeo establece como ciertas (se deshacen oposiciones como vida versus muerte, ciencia versus magia, invención versus realidad) y el tiempo deja de ser lineal (pasado, presente, futuro ocurren todos al mismo tiempo).

Por otra parte, todos los que escriben sobre África luchan contra los estereotipos europeos sobre los habitantes del continente. Tienen que defenderse de lo que el teórico Edward Said llama “orientalismo” (una imagen que fabrica el centro del mundo sobre el margen, imagen que luego ese margen debe desmentir para encontrar su verdadera identidad). En Los vivos y los otros, es la identidad africana la que lleva la historia del “realismo” europeo a mitos y conceptos africanos, entre otros, el tiempo circular (no lineal), la aparición de dobles o la posibilidad de comunicarse con los muertos o con personajes inventados.

Por eso, la de Agualusa no es una “novela burguesa europea”: además de las mezclas de tono, en realidad es una colección de relatos. Su autor lo aclara en los “Agradecimientos” cuando habla del “fabuloso pasado” (el legado cultural) de Mozambique, la “natural vocación para la poesía y lo maravilloso” de sus habitantes y la forma en que le “abrieron las puertas… y aceptaron contarme las historias de la isla”.

El resultado de todo eso es una idea distinta de “verdad”. En uno de los últimos diálogos entre Moira y Daniel Benchimol (personaje en varios libros de Agualusa), ella le pide que le cuente “la verdad” y Daniel le pregunta “¿Existe eso?” porque en estas lecturas del mundo la verdad no es única. Cuando él afirma que tiene miedo de ser “una invención”, Moira lo tranquiliza con un “¿acaso no lo somos todos?” Y la escena termina en tono positivo con el escritor acostado al sol, feliz porque siente que está “vivo, vivo o no”. Nada menos binario que esa frase.

Como casi siempre en la literatura contemporánea occidental, esta novela explica su propio método de escritura: “A nosotros (los africanos), por regla general, todavía nos gusta contar historias”, todavía sentimos “alegría en la fabulación” y, aunque contemos algo desde “una base autobiográfica”, “luego ocurre algo que dinamita la racionalidad”. Ese pasaje es una excelente descripción de Los vivos y los otros. Ese estallido, hace a la novela original, sorprendente, sin sacarle ni credibilidad ni belleza.

El tema de la técnica creativa vuelve a aparecer en el séptimo día del festival. Zivane y Ofelia (otros dos autores) piensan en escribir juntos una novela en la que se “mezclen los tiempos”, pero Zivane dice que le resulta “difícil imaginar cómo podrán mantener (esa mezcla) a lo largo de toda la novela”. Entonces, Ofelia le ofrece una salida: “es mejor no pensar en la arquitectura del libro”, afirma. “Tiene que ser la historia la que elija el formato”. Además de describir un método, aquí Agualusa insiste en una concepción de “novela”: a pesar de la cantidad de personajes, tonos e ideas, a pesar de los muchos relatos, la línea narrativa es una sola, una en la que el arte africano se va independizando de a poco de la colonización europea.

El libro se cierra con una profecía: la bebé (nacida en esa semana en la isla) recordará siempre los corazones de sus padres y el de ella “latiendo en armonioso descompás”. A esa altura de la ficción, los lectores entienden la afirmación. Saben que, dentro de las visiones africanas del mundo, “armonioso descompás” no es una contradicción; que una sola historia puede estar habitada por ritmos y relatos muy diversos que funcionan en conjunto a pesar de sus diferencias.