Tras la producción clase A Todos tenemos un plan (2012), que tenía a Viggo Mortensen como factor de venta internacional (pero no vendió mucho, ni aquí ni allá), la realizadora y guionista Ana Piterbarg se repliega en la modesta autoproducción de Alptraum, que no presenta actores conocidos. La película se apoya en la leyenda alpina del krampus, contracara demoníaca de San Nicolás, que en Navidad se llevaba al infierno a los chicos malos –reconvertido aquí en pariente bávaro del Minotauro–, para narrar el descenso de un hombre a su propio infierno, arrastrado, según parece, por los celos y la paranoia. Aunque nada es demasiado claro en este fallido cuento en blanco y negro, en el que, parecería, todos los hombres llamados Andreas están condenados a ser llevados por el krampus. Y el protagonista tuvo la mala suerte de llamarse Andreas.
Andreas (Germán Rodríguez) es dramaturgo y se encuentra actualmente en una fase improvisacional de su próxima obra, con tres actores que no parecen estar en su mejor día y él mismo, que da la sensación de ser el más desorientado de los cuatro. Sucede que Andreas sufre de pesadillas todas las noches, se despierta puntualmente a las 4:51 y de allí en más no puede dormir. Sueña sueños con trucas y difuminados en los que aparece el krampus, que como se dijo tiene aquí (a diferencia de la iconografía clásica, que lo hacía caprino, en relación con el demonio) cabeza de toro y cuerpo de hombre. Sueños en los que él mismo parece convertirse en el krampus y comete crímenes. Sin novia (lo deja por celos) y sin departamento (lo compartía con la novia), Andreas se ve obligado a mudarse, y en su nuevo departamento conoce a una vecina nacida en Alemania y llamada Hannah (Barbara Togander), tal como la que en la leyenda (de la película, no la de la realidad) derrotaba al krampus.
Nada funciona en Alptraum. El relato no está bien construido, a partir de la nimiedad de la premisa inicial (el protagonista no está maldito por algo que le sea inherente sino por la mera contingencia de llamarse Andreas), y su gradual identificación o captura por parte del krampus no es clara, ni en términos literales ni metafóricos. ¿Qué es lo que hace en tal caso de él un monstruo? ¿Los celos, la paranoia, su mediocridad como artista? Ninguna de estas facetas está desarrollada, en algún caso asoman en una escena o dos, o están planteadas de forma apenas contingente. A falta de desarrollo, concentración, lo que hay es dispersión. El psiquiatra con el que el protagonista se atiende, y que en una escena aparece como espía al servicio de alguna conspiración que se desconoce. Una empresa en la que la vecina parecería trabajar. Un hombre que también trabaja allí, y que podría ser su amante. El hijo de éste, un pibe muy simpático que en otra escena se luce haciendo dos o tres chistes en un escenario. Un sueño de Andreas con la ex novia como odalisca. Si se quiso contar la historia de un paranoico, debió haberse narrado todo en una primera persona distorsionante, cosa que aquí está lejos de suceder.