En 2022, el FBI allanó la mansión arabesca del expresidente Donald Trump en Florida. Se lo acusa de robarse cientos de documentos clasificados. De los casos más impactantes de publicación de documentos clasificados luego de los “Pentagon papers” están los de WikiLeaks de Julián Assange, las revelaciones de la soldado Chelsea Manning y del ex agente de la CIA y la NSA Edward Snowden. Sin embargo, el filtrado de información clasificada ha sido una práctica de los poderes oscuros de Washington, casi siempre con propósitos propagandísticos.
Cuando en 2013 la filtración de miles de documentos secretos de la NSA probó que Washington no sólo espiaba a ciudadanos de otros países, el presidente Obama salió a la prensa para negarlo. El 18 de junio, afirmó: “Lo que puedo asegurarles es que si usted es un ciudadano de Estados Unidos, la NSA no puede escuchar sus conversaciones telefónicas… Eso por ley”. Las palabras del presidente ocultaban una realidad más tenebrosa: la recopilación de billones de metadatos no se tipifica como “escucha directa”. Es la recolección y guardado de quién hizo un llamado, a quién, a qué hora, desde dónde. Combinando tres o cuatro de estos eventos, las historias personales de cada individuo saltan solas: problemas psicológicos, embarazos no deseados, deudas, visita a alguna página pornográfica o donación a algún sindicato o grupo de activistas y cualquier otro evento normal en cualquier ciudadano que nunca ha violado ninguna ley pero que podrá ser usado en su contra cuando sea necesario.
En 2012, Washington alertó de la posibilidad de que las compañías chinas de telecomunicación, Huawei y ZTE, pudieran estar “violando las leyes estadounidenses”, al mismo tiempo que la NSA instalaba chips espías en routers y computadoras que las compañías estadounidenses exportaban a diferentes países. Los routers exportados por Cisco, por ejemplo, estaban infectados con programas espías. Esta práctica se realizaba interceptando los equipos listos para la exportación e insertándoles bugs capaces de apropiarse de redes enteras en otros países. La NSA también instaló back doors en las computadoras de millones de estadounidenses, interceptó los servidores, las computadoras y los teléfonos de decenas de millones de usuarios y guardó sus datos personales. En el caso de las compañías estadounidenses que producen en China, la ley por la cual se rigen no es la china sino la estadounidense. Razón por la cual la limitación de la independencia de las compañías extranjeras, como las chinas, suelen correr a cargo de una especie de “jurisdicción extraterritorial” de la justicia de Washington.
La publicación de los documentos que probaron el espionaje de casi todos los ciudadanos estadounidenses por parte de la NSA también mostró que esta super agencia secreta también entregó estos datos a la unidad Cuerpos de Inteligencia del ejército de Israel, al mismo tiempo que se quejaba de que este país no era recíproco sino que, por el contrario, espiaba a los estadounidenses, definiendo a sus servicios secretos como “uno de los espionajes más agresivos contra Estados Unidos”. Un documento filtrado afirma que una NIE (National Intelligence Estimate) ubica a Israel como “el tercer servicio de Inteligencia extranjero más agresivo contra Estados Unidos”. Dos años después de estas revelaciones, en 2015, el primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu negó un informe del Wall Street Journal, en base a información clasificada filtrada por la Casa Blanca de Obama.
Cuando ese mismo año, 2015, un informe del Senado de Estados Unidos reveló que la CIA no sólo había torturado sospechosos inocentes en Guantánamo, sino que también le había mentido al Senado y a la Casa Blanca, la misma CIA filtró parte de su propios documentos secretos para generar en la Opinión Publica la idea de que la tortura (“interrogación mejorada”) había sido, de alguna forma, efectiva para evitar atentados terroristas. Algo que se probó falso, aunque no es necesaria ninguna comisión investigadora para darse cuenta de que ninguno de los mayores eventos históricos fueron alguna vez detectados “a tiempo” por “inteligencia”.
En la página 401 del mismo informe dirigido por John McCain, se concluye que “la CIA filtró información clasificada a algunos periodistas de su programa aún secreto sobre Detención e Interrogación, la que luego fue publicada”. El objetivo era lavar su imagen. Los Assanges y los Snowdens fieles al poder nunca fueron perseguidos ni demandados ante justicia o tribunal de ningún tipo. Por ejemplo, “como lo afirma un email interno, la CIA ________ nunca abrió investigación alguna sobre el libro 'The CIA at War' de Ronald Kessler, a pesar de que contenía información clasificada… El asesor jurídico John Rezzo escribió que esta decisión se había basado en que la relación de la CIA con el escritor Kessler había sido bendecida por el director de la Agencia. Otro ejemplo es cuando los oficiales de la CIA y los integrantes del Comité Selecto Permanente de Inteligencia de la Cámara de Representantes observaron que un artículo escrito por Douglas Jehl en el New York Times contenía una cantidad importante de información clasificada”. A pesar del acceso ilegal y privilegiado de información secreta, no por casualidad, la misma comisión del Senado concluye que “tanto el libro de Kessler como el artículo de Jehl contienen afirmaciones falsas sobre la efectividad del programa de interrogación de la CIA”. Antes de pulir sus artículos, Jehl proveía de una copia a la Agencia, incluso asegurándole que el texto enfatizaba las virtudes de las técnicas de torturas. Lo mismo hizo Ronald Kessler en 2007 para otro de sus libros: no sólo le entregó a la CIA el borrador sino que incluyó los cambios y críticas que la agencia le había devuelto. (Entre otros, el best seller de John Barron, KGB: The Secret Work of Soviet Secret Agents también había recibido fondos y promoción de la CIA.)
La lista de logros detallados por los dos periodistas (captura de terroristas, prevención de ataques) se probó falsa. Pero la maquinaria de propaganda de la Agencia necesitaba “hacer público ‘nuestra historia’ para crear opinión en la ciudadanía y en el Congreso”. Ya en abril de 2005, la Agencia había seleccionado información conveniente para preparar a los oficiales que iban a ser entrevistados por el periodista el periodista Tom Brokaw de NBC News sobre el Programa de Interrogación en las cárceles secretas. Más tarde se sabría que el programa Dateline NBC no sólo contenía información clasificada sino también historias inventadas sobre logros de la CIA en la captura de terroristas que no fueron registrados ni siquiera por parte de la misma agencia. Según el director de Counterterrorism Center, Phillips Mud, si la CIA no era capaz de venderse bien ante el público, el Congreso podría “limitar nuestras atribuciones y meterse con nuestro presupuesto; tenemos que dejar claro que lo que estamos haciendo es algo bueno; debemos ser más agresivos allá afuera”.
La CIA destruyó los videos que había grabado en las sesiones de tortura, de la misma forma que, después de algún tiempo, suele quemar los documentos clasificados que, de ser filtrados por gente más independiente, no dejaría una buena imagen de la maquinaria y el fantasma de los recortes presupuestarios podría volver a tocar la puerta. El mismo informe de la comisión del Senado, concluyó que sus agentes mintieron ante los legisladores y ante la ciudadanía.
Naturalmente, sin consecuencias legales y sin pesar en la conciencia de la Opinión Pública.