Sale desnuda y eso implica una leve incomodidad porque nunca deja de mirar ni de dirigirse al público, incluso interactúa con la platea sin aludir a ese despojo, como si se tratara de la situación más natural. Jamás pierde esa pose, ese tono controlado de presentadora de televisión que podría convertirse, en un segundo, en una suerte de científica que se acerca al ser humano como si fuera una especie desconocida a la que está dispuesta a poner a prueba en todas las variantes del dolor.
El escenario surge en su instrumentalidad, como un laboratorio y de ese modo, tendríamos que ver cualquier set televisivo, forma perimida que en la dramaturgia de Nothing to hide deviene en un lugar extraño, aunque exageradamente conocido, como una especie de plataforma online cuyo formato podría reproducirse tanto en tiempo real como en una especie de loop. Melina Seldes oficia de maestra de ceremonias de un reality, pero su desempeño actoral, su forma siempre distante, sostenida en la frialdad suprema, se lee como una experiencia de la maldad.
Entonces, de a poco, se convierte en un personaje mucho más siniestro. La chica que está a su lado pasó diecinueve años en coma pero ese es un detalle que no conviene asimilar en el plano anecdótico, incluso no vale la pena detenerse allí, se recomienda no tomar en su literalidad sino como una pieza de ese experimento que Melina ejecuta con un placer mínimo, lo suficientemente punzante como para seguir una línea discontinua que le permita asociar como si su cerebro estuviera expuesto, roto ante los espectadorxs y ella no tuviera el menor reparo de hablar de cualquier cosa que se le diera la gana.
Porque en esta obra realizada en coproducción con FibraNr5 y con el apoyo de Prohelvetia, que Seldes crea junto a Bruno Catalano esa mujer (una invitada ocasional al festín de la protagonista) es un mero instrumento de su sadismo. En ese mundo escénico plagado de pantallas (un dispositivo que lleva a replantearse la noción de puesta en escena ya que el material que se reproduce de manera digital pone en cuestión el presente de la situación) todo puede suceder, no hay límites. La experiencia es similar a navegar por Internet desde nuestra computadora o celular en relación a la disponibilidad para traer y acceder a cualquier información.
La diferencia está en la presencia irrenunciable del cuerpo que aquí surge desposeído, vulnerable por el solo hecho de estar desnudo y permanecer así durante toda la obra. Esa decisión de dirección a cargo de Pablo Ariel Bursztyn humaniza todo el diseño técnico que componen Gravitarg y Leila Barenboin. En esta propuesta la tecnología parece reemplazar la noción de muñeco de Tadeusz Kantor, tal vez actualizarla, especialmente porque juega en tensión con los cuerpos, porque determina un modo de actuación. De hecho lo que hace Seldes, si bien implica un trabajo actoral sumamente refinado, no deja de responder a una especie de esquema que va cobrando matices y complejidad por el ejercicio descomunal de permanecer dentro de su lógica sin salirse jamás de esa forma que termina convirtiéndose en norma.
La realidad entra a escena por las pantallas y entonces el cuadro responde a una lógica documental. Lo más inquietante aquí es que el soporte ideológico es sumamente ambiguo, como si todo el dispositivo de la obra buscara neutralizarlo y construir un discurso capaz de ser dicho por cualquiera, que podría albergar las ideas políticas más dispares, y, al mismo tiempo, destrozarlas y triturarlas. No dejar nada, salvo el efecto de imágenes que llegan a la culminación y después se adormecen.
Nothing to hide se presenta los domingos 2 y 9 de octubre a las 20 en Planta Inclán.