¿Saben por qué la canción “Lilia” del Clube da Esquina no tiene letra? preguntó una vez Milton Nascimento antes de dar él mismo la respuesta y revelar que es una canción dedicada a su a mamá y que no tiene letra porque no hay una sola palabra en el mundo que pueda definir su belleza.
La anécdota y el homenaje instrumental donde la palabra ausente dispone la mejor versión de la canción, son el resumen ideal para llegar al boquete de sueños simultáneos que dibujan el encuentro entre esa madre y ese hijo. Lilia y su esposo, Josino Brito Campos, adoptaron a Milton cuando tenía dos años. La historia se cuenta así: Milton nació en Río de Janeiro, su mamá, Maria do Carmo do Nascimento, trabajaba en la casa de la familia de Lilia, era madre soltera (“por lo general, en ese momento, si la criada quedaba embarazada, la despedían, pero la familia de Lilia no la despidió, al contrario”, contó el músico hace años en una entrevista) y vivió ahí con su hijo hasta que murió, enferma de tuberculosis, en 1944.
Durante un tiempo -poco, muy poco- Milton estuvo con su abuela materna pero un día Lilia -que ya se había casado- fue a buscarlo y se fueron a vivir a Três Pontas, en Minas Gerais. Dicen que se extrañaban, o eso decía ella y él repetía al unísono con la convicción del amor que no duda. Una correspondencia que Milton explica recordando las tardes de ópera en Minas Gerais junto a su mamá y cuando se trepaba y se subía a upa mientras ella tocaba el piano. Dueto armónico que desde el sureste de Brasil anunciaba el futuro de los discos por venir.
Lilia era maestra de música, había estudiado con Heitor Villa-Lobos y siempre fue glosa rítmica en las composiciones de su hijo. Milton describe esa cadencia en planos siempre intensos y dice que su madre fue mucho más que una musa mientras componía su disco Pietá, “una vez empecé a sentir mucha nostalgia de mi madre, dejé de comer, necesitaba verla y esperaba sentado en la puerta que me rescatara. A la distancia Lilia sintió mi desesperanza y llegó en su auto verde a buscarme. Para mí, ese episodio es mi propia versión de La Piedad de Miguel Ángel”. Muchas fotos en las que aparecen juntos (en soledad o en compañía) ayudan a imaginar esa yunta; “no entiendo la vida sin él”, decía ella cuando recordaba los primeros años compartidos, líos y modos de infancia transformados en concurrencia eterna y circular que su hijo descifraba cuando le preguntaban por la génesis de su música: “mi madre es la que habló”.
En la caravana de voces, “si dios cantase, lo haría con la voz de Milton”, como dijo Elis Regina, un tropel premonitorio se apodera del cuerpo de Milton cada vez que canta, baila y mueve sus brazos inventando instrumentos en el aire (basta con verlo cantar Volver a los 17 con Mercedes Sosa, Gal Costa, Caetano y Chico Buarque). “Tuve la suerte de ser adoptado por Lilia y Josino y de adoptar ahora yo a un hijo”, dijo Milton hace unos años y cuando lo dijo estaba componiendo el verso que celebra “estar predestinados desde que nos vimos por primera vez”, mientras canturrea gloriosa la luna, pieza clave en el ajedrez zodiacal, viendo como el destino elegido se cumple.