Sin duda la lectura históricamente cambió la manera de concebir lo humano y esa enorme revolución se está transformando de modo acelerado en los últimos años. Siempre se buscó ir más allá de lo inmediato marcando las experiencias cotidianas o extraordinarias con signos que pudieran recuperarlas “en diferido”, en modo “asincrónico”, para volver sobre ellas, para atrapar lo fugaz, para realzar lo discontinuo, para preparar el futuro, para exorcizarlo o para provocarlo. El tiempo, la escritura y la lectura pertenecen a la misma familia.

Quienes como en Farenheit 451 -la distópica novela de Bradbury- se convertían en libros parlantes para desobedecer al amo absoluto, el Gran hermano y su odio a los libros, prestaban sus cuerpos y su voz para preservar en forma oral lo que nos define como humanidad: el arte, el pensamiento, la reflexión, la palabra sagrada. Sin duda acometían una aventura riesgosa pero también por eso apasionante.

Pero, ¿qué tiempo hay hoy para este proceso silencioso, interrogativo, re-creativo, que como relata Borges en referencia a la lectura de "San Ambrosio" -primera lectura en voz baja- resultaba enigmático y sospechoso a los poderes reinantes?

Hoy leer y comprender no parece estar al alcance de todos. Es la queja recurrente por ejemplo sobre la mayoría de los jóvenes que inician estudios universitarios. Pero los adultos ¿cuánto, dónde, para qué y cómo leen? ¿Leen los padres a sus hijos? ¿Los leen? ¿Pueden hacerlo? ¿Hasta cuándo, cómo? Y los hijos, ¿qué leen por su cuenta y de los padres?

Jacques Lacan creía que la insistencia de los “por qué” de los niños era un modo de buscar leer el deseo que los trajo al mundo. El maestro francés practicó un retorno a la lectura del padre del psicoanálisis Freud, para no dejar el campo freudiano en barbecho y recuperar las simientes preciosas del psicoanálisis. Este ejercicio de lectura riguroso permitió la renovación de la práctica misma del psicoanálisis, entre otras cosas la sesión corta, donde la lanzadera de la palabra cuando ha tocado la carne no puede volver atrás.

El psicoanálisis mismo es sin duda una práctica de lectura aunque se soporte en la escucha. Descifra al sujeto en relación a producciones que tienen su clave en el Otro, la Otra escena, el inconsciente. Freud introdujo una forma inédita de leernos en nuestros actos fallidos, chistes, juegos, síntomas y sueños y nos hizo co-intérpretes de los mismos. Desde entonces para saber interpretar es necesario aprender a leer y en este sentido sostenemos que la lectura enseña a escuchar, porque implica esperar un poco para saber de qué se trata, dejarse desconcertar por lo que se presenta como síntoma, no cerrar rápidamente los diagnósticos, alojar la locura de cada uno para descifrar la palabra amordazada, secreta para el sujeto mismo que consulta.

¿Cómo aprende un niño a leer? Aprende de nosotros primeros lectores-intérpretes de sus necesidades que traducimos en demandas y decantan en deseo, siempre insatisfecho siempre en búsqueda de nuevas lecturas- y escrituras con ese motor imprescindible de nuestra falta en ser.

“No vienen con manual de instrucciones”, dicen los padres de sus hijos, efectivamente, el manual está apenas escrito en letras invisibles, espera a su lector y a su editor -a veces un psicoanalista puede auxiliar en la empresa- pero advertidos que cuando comienza su trabajo a él también se le deben quemar los libros, está vez, para dar lugar a lo inédito de cada uno, sin cortapisas, sin falsos atajos.

Preparémonos entonces para el encuentro que tendremos con Fabián Soberón, Susan Sarem, Juanita González, Carolina Neme y desde el espacio de arte, Rodrigo Cañas para interrogarnos y debatir sobre este apasionante tema ¿Cómo (nos) leemos hoy? en el marco de las XII Jornadas Lecturas de la Subjetividad de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional de Tucumán a realizarse el viernes 28 de octubre.

 

* Profesora Adjunta a cargo de Psicología de la Niñez y la Adolescencia, carrera de Ciencias de la Educación, FFyL-UNT.