Desde Londres
En medio de la corrida de la libra esterlina nadie le cree al gobierno de Liz Truss. El Fondo Monetario internacional (FMI) exhortó a la primera ministra a “reconsiderar” el presupuesto anunciado el viernes advirtiendo que es un paquete fiscal “sin foco”. “Dadas las presiones inflacionarias que hay no recomendamos a ningún país, y eso incluye al Reino Unido, que siga políticas fiscales abruptas y sin foco”, señaló en un comunicado el organismo multilateral.
La intervención del FMI no es nunca buena noticia para nadie. Los mensajes de bombero alarmado del organismo suelen agitar las llamas del incendio: el Reino Unido no fue excepción.
La libra siguió en la cuerda floja. Al mediodía estaba a 1,05 respecto al dólar, una pérdida del 1,7% de su valor previo. En comparación el euro solo perdió un 0,38 % de su valor frente a un dólar cada vez más prepotente. Solo con la intervención del Banco de Inglaterra, la divisa británica consiguió recuperar unos centímetros y cerrar a 1,08.
La intervención del Banco de Inglaterra fue no tanto para detener el descenso de la libra sino para frenar la caída en picada que venían sufriendo los bonos soberanos. La entidad central bancaria anunció que compraría cinco mil millones de libras en bonos por día “para evitar un endurecimiento de las conficiones financieras y la reducción del flujo de crédito a la economía real”.
Más riesgo que Italia y Grecia
La tasa de interés de los bonos británicos a cinco años ha superado la que tienen que pagar países como Grecia e Italia, una verdadera ironía histórica. En 2010 los conservadores llegaron al poder diciendo que si no los elegían, si seguían inclinándose por el laborismo, el Reino Unido se convertiría en Grecia, sinónimo entonces de bancarrota. Después de 12 años de gobierno y del demente presupuesto del trickle down que presentó el viernes el ministro de Finanzas Kwasi Kwarteng, la tasa de interés de los bonos británicos llegó al 4,55% mientras que la de Italia es el 4% y Grecia el 4,1%.
El impacto económico del presupuesto “sin foco” del gobierno conservador todavía tiene que ser aprobado por el parlamento, pero su impacto se nota en la economía cotidiana. Unos diez bancos retiraron más de 900 variantes de planes crediticios hipotecarios por el temor que causó el derrumbe de la libra esterlina y la casi certeza de que más temprano que tarde habrá una alza de las tasas de interés que, según los analistas, podrían llegar a triplicarse en los próximos meses.
El mercado hipotecario es uno de los motores de esta economía en la que un 70% de los habitantes es propietario o está en camino de serlo una vez pagada su hipoteca. Los especialistas señalan que diariamente se venden más de tres mil propiedades: más de 100 mil al mes. Hay más de dos millones de hipotecas que podrían ver comprometida su capacidad de pago ante una suba de la tasa de interés, tal como sucedió en las postrimerías del gobierno de Margaret Thatcher a fines de los 80. En aquel momento decenas de miles de deudores hipotecarios informaban por carta a sus bancos que no podían afrontar los pagos y cerraban la casa echando la llave por el buzón de cartas.
Impacto político
Entre una mayoría de diputados conservadores el presupuesto de Kwarteng ha caído como una bomba indigesta, empeorada ahora por el dictamen del FMI, verdadera afrenta al orgullo nacional.
Muchos diputados no dudaron en decir off the record que “hay que terminar con esta locura” de cualquier manera. Un diputado, Simon Hoare, se atrevió a decirlo públicamente. “Esto está en manos del gobierno. Ellos son los autores de lo que sucedió. Es una locura de ineptitud que no puede continuar”, twiteó Hoare.
Esta “locura de ineptitud” es realmente extraordinaria. En momento en que la deuda supera el 100% del PBI, el presupuesto se basó en dos pilares claramente incompatibles. Por un lado anunciaba una disminución de la recaudación impositiva de 45 mil millones de libras concentradas en los ricos y las corporaciones y por el otro una asistencia de unas 150 mil millones a las empresas y hogares ante el tarifazo para el gas y la electricidad programado para la semana próxima.
En teoría es aritmética de primer grado, cuenta de almacén. Si se reducen drásticamente los ingresos de la recaudación y se sube astronómicamente el gasto vía asistencia en momentos en que la deuda ha crecido un 40% desde la pandemia, se ve que el rojo será insostenible a la larga o a la corta. Los mercados e inversionistas, principales beneficiarios de las medidas, lo vieron el mismo viernes del anuncio y se desprendieron a toda velocidad de sus libras. Esta "locura de ineptitud" se debe a un doble “blind spot” (lugar "ciego" que no podemos ver debido a nuestros propios prejuicios). Por un lado la costumbre de analizar el déficit fiscal en términos de gasto excesivo y no de insuficiente recaudación. El habitual corolario de esta premisa es que si hay rojo se debe disminuir la prestación de servicios públicos y sociales y no aumentar los ingresos tributarios.
El segundo “blind spot” es la teoría del “trickle down”. En su exposición ante el parlamento el viernes Kwarteng estimó que estas medidas generarían un crecimiento económico del 2,5% que se derramaría por el resto de la sociedad y aumentaría la recaudación por lo que la disminución de impuestos se pagaría a sí misma.
En la elección para sustituir a Boris Johnson que renunció en junio, una mayoría de diputados conservadores había apoyado al exministro de finanzas Rishi Sunak, un thatcherista más sensato que calificó el plan que anunció durante la campaña Liz Truss de “cuento de hadas”. Según el matutino The Guardian muchos diputados que apoyaron a Sunak están pidiendo la renuncia del ministro Kwarteng. Otros quieren la cabeza de Truss.
Esta última vía es complicada porque, según las reglas partidarias, se necesita que la primera ministra esté 12 meses en el cargo para pasar una moción de censura interna. El otro obstáculo es que aún si se pudieran liberar de Truss, difícilmente cambiaría el resultado de las elecciones porque los miembros del Partido tienen la última palabra. “En el actual estado en que se encuentra el partido van a volver a elegir a un purista ideológico y no a alguien con sentido común. No importa cuántas elecciones internas tengamos, vamos a terminar siempre eligiendo a algún demente”, dijo al matutino un diputado conservador a condición de preservar su anonimato.
Una tercera opción es que suficientes diputados conservadores se nieguen a respaldar el presupuesto que debe ser aprobado por el parlamento. “El problema con esto es que si el parlamento vota en contra del presupuesto y, además, en este caso, con el apoyo de los diputados del partido en el gobierno, será inevitable llamar a elecciones. Creo que es más probable que den marcha atrás con algunas de las medidas”, dijo a PáginaI12 el profesor emérito de la Universidad de Oxford Edmund Valpy Knox FitzGerald.