Freud murió el 23 de septiembre de 1939, hace 83 años, agotado por un cáncer de laringe, por un cuadro séptico agudo y cuando su médico, Max Schur, hizo honor a un pacto entre ambos: aplicarle morfina cuando llegara lo inevitable.
Para entonces, hacía veinte días que Adolf Hitler se había lanzado a conquistar el mundo, había desatado la Segunda Guerra Mundial para entronizar a un Reich que iba a durar mil años y duró seis. Hitler “asaltó” el poder en enero de 1933 en Alemania y comenzaron los años de creciente terror. Freud sintió el impacto de la primera ola. Sus hijos se vieron obligados a emigrar de Alemania así como todos los analistas judíos.
En mayo ardió en Berlín una hoguera con los libros escritos por autores judíos. Antes de quemar los de Freud, un funcionario leyó: “Contra la sobrevaloración de la vida sexual, destructora del alma, en nombre de la nobleza del espíritu humano ofrezco a las llamas los escritos de un tal Sigmund Freud”. Freud comentó: “¡Qué progresos estamos haciendo! En la Edad Media me hubieran quemado a mí. Hoy se conforman con quemar mis libros”. Sabemos que ese progreso era ilusorio: unos años más tarde lo hubieran quemado también a él.
En febrero de 1934 estalló la guerra civil cuando el partido socialdemócrata decidió hacer un último intento para evitar la consumación del fascismo. Desde ese momento, Austria cayó en manos de una administración títere fascista.
Freud no tenía intenciones de marcharse, de modo que los nazis le hicieron saber el peligro que corría su familia. En un allanamiento del edificio donde funcionaba la editorial psicoanalítica, que también era el de su vivienda, los nazis se llevaron a su hijo Martin, lo interrogaron todo un largo día y lo liberaron. Una semana después, hicieron lo mismo con su hija Anna, apresada en el cuartel general de la Gestapo vienesa. Eso convenció a Freud de la necesidad de partir. El 4 de junio de 1938, junto a su mujer Martha Bernays y su hija, Freud inició su viaje al exilio, enfermo, deteriorado, viejo y frágil. Antes, debió firmar un documento elaborado por los nazis que decía: “Yo, profesor Freud, confirmo por la presente que después del Anschluss (anexión) de Austria al Reich he sido tratado por las autoridades germanas, y particularmente por la Gestapo, con todo el respeto y la consideración debidos a mi reputación científica; que he podido vivir y trabajar en completa libertad, así como proseguir mis actividades en todas las formas que deseara; que recibí pleno apoyo de todos los que tuvieron intervención en este respecto, y que no tengo el más mínimo motivo de queja”. Nada era verdad. Freud entonces preguntó entonces si podía agregar una frase al texto, y escribió: “De todo corazón puedo recomendar la Gestapo a cualquiera”.
“Freud tuvo la suerte de que los hombres de las SS que leyeron su recomendación no advirtieran la ironía oculta. Nada habría sido más natural que considerar ofensivas sus palabras. ¿Por qué, entonces, en el momento de la liberación, corrió conscientemente ese riesgo mortal? [...] Fuera cual fuere la razón profunda, su ‘elogio’ de la Gestapo fue el último desafío de Freud en suelo austríaco" (Peter Gay).
En 1938 la casa de Freud fue asaltada por bandas de las SS, que se llevaron 6000 chelines. Freud, al enterarse, dijo que a él nunca se le había pagado tanto por una sola visita.
En febrero del 38 Hitler citó al canciller austríaco y le dio un ultimátum. El 12 de marzo los alemanes entraron en Austria. A partir de entonces se vivieron épocas de terror: llamadas a la puerta, desaparición de amigos y parientes. “Empezaba el reinado del terror [...] Muchos alemanes habían cedido bajo el bombardeo incesante de la propaganda, acobardados por un estado exigente, un partido vigilante y una prensa controlada; muchos austríacos no necesitaron ningún tipo de presión. Sólo una pequeña parte de su comportamiento puede explicarse, o excusarse, como sumisión obligada al terror nazi. Las turbas que saquearon las casas de los judíos y que aterrorizaron a los pequeños comerciantes lo hicieron sin órdenes oficiales y disfrutaron con su trabajo” (Gay, 1988).
Como homenaje decido rescatar su valentía para enfrentar al nazismo.
Luis Hornstein, Premio Konex de Platino a la trayectoria en psicoanálisis. Su último libro es Ser analista hoy (Paidos, 2018).