VORTEX - 8 puntos
(Francia-Bélgica-Mónaco/2021)
Dirección y guion: Gaspar Noé
Duración: 142 minutos
Intérpretes: Dario Argento, Françoise Lebrun, Alex Lutz, Kylian Dheret, Kamel Benchemekh y Joël Clabault
Estreno en la plataforma MUBI.
Cineasta extremo en sus propuestas y, como tal, capaz de despertar amores y odios en partes iguales, Gaspar Noé ha construido una obra que orbita mayormente alrededor de las peores facetas del ser humano. Sus personajes, casi sin excepción, se caracterizan por ser encarnaciones perfectas de lo siniestro, de una idea de maldad por la maldad en sí misma que los atraviesa de punta a punta y con la que el realizador nacido en la Argentina y radicado en Francia parece comulgar no sin cierta dosis de goce y placer. Ese estilo ha hecho del visionado de sus películas un acto incómodo, tortuoso y profundamente contradictorio, pues su mirada del mundo adquiere forma a través de un lenguaje pleno de ideas originales y creativas, a veces incluso cargadas de una proverbial belleza formal.
Pero algo pasó con el otrora enfant terrible acostumbrado a dejar un reguero de polémicas en cada una de sus visitas a los principales festivales Clase A de Europa. En especial a Cannes, donde estrenó el grueso de su filmografía. Imposible saber si es fruto de la introspección pandémica, de un cuerpo y una mente que el año que viene llegarán a los 60 años o de las huellas de su historia personal -o de un poco de las tres-, tal como contó en esta entrevista a Radar, pero Noé entrega en Vortex una película impensada para su habitual universo creativo. Una que muta la misantropía por la piedad, la búsqueda de provocación a como dé lugar por una impronta realista y observacional, el placer sardónico ante el escándalo por la impotencia frente a las inexorables consecuencias del paso del tiempo. Porque Vortex es, en palabras del propio a Noé, una película sobre “la locura de la vejez”.
La pareja de octogenarios que interpretan Françoise Lebrun y el realizador Dario Argento, en su primer rol protagónico, duermen en una cama matrimonial que Noé observa, al comienzo del film, mediante un plano cenital que repentinamente es dividido por una línea negra. Una división visual que esconde otras de índole más profundas e irreversibles, parafraseando el título de una sus películas más famosas: ella, psiquiatra de profesión, transita los avatares de un Alzheimer avanzado que la atrapa en un mundo regido por su propia lógica; él, crítico de cine con problemas cardiacos que lo aquejan hace rato, intenta escribir un libro sobre la relación entre películas y sueños. Filmada a dos cámaras que registran en simultáneo los recorridos de cada uno, Vortex acompaña a estos ancianos durante un periodo de tiempo en el que la decadencia de la mujer crece de manera exponencial, a la par que el amor incondicional de ese hombre choca ante situaciones que empujan su paciencia hasta más allá del límite.
La mujer sale de su casa y se pierde, él sale desesperado en su búsqueda; ella abre las llaves de gas de la cocina, él, al borde de la asfixia, las cierra mientras le grita que está loca; ella tira los apuntes del futuro libro al inodoro; él no tiene más opción que resignarse, sentarse en la cama y tomarse la presión. Solo la llegada del hijo en común -que tiene problemas de adicciones y económicos, además de un nene nacido de una relación tortuosa ya concluida- asoma con un respiro, como el espacio para decir con todas las letras las palabras “internación” y “geriátrico”. Algo que, desde ya, al personaje de Argento no le gusta ni medio, pues no quiere dejar ir a esa ánima que alguna vez, mientras lo permitió la cabeza, fue su esposa.
Si todo esto recuerda a Amour, de Michael Haneke, se debe a que, efectivamente, son películas hermanadas en su intento de capturar la decadencia de lo cotidiano, la manera de lidiar con el aliento cada vez más cercano de la muerte. Pero si el director de Funny Games se regodeaba en la espiral descendente de la pareja, Noé se erige como el humanista menos pensado acompañando con doliente prudencia el crepúsculo de dos vidas que se extinguen sin que nada ni nadie pueda impedirlo.