Por Paula Vazquez Prieto.

“Lo legal no es siempre lo correcto. El hombre hace las leyes. A veces son incorrectas, otras estúpidas, otras movidas por los celos. Por ello algunas personas están más allá de las leyes”. La reflexión pertenece a Julian Kay (Richard Gere), un escort de alto nivel en la Los Ángeles de 1980. Paul Schrader modeló su pensamiento sobre el de Michel, el joven escritor y punguista imaginado por Robert Bresson en Pickpocket (1959). En su aparición, American Gigoló (1980) intentaba reescribir el camino hacia la redención del francés con nuevas coordenadas: el mundo materialista de la era Reagan daba forma al recorrido de Julian, vestido de Armani, en su Mercedes descapotable, acompañado por “Call Me” de Blondie. Como a Michel, su derrotero circular lo conduce tras los barrotes de ese sistema legal en el que no cree, con la fe de un alumbramiento que parecía tan improbable. ¡Cuánto tiempo le ha llevado entregar algo que ni siquiera creía que poseía! Igual que Michel que llega a su amada Jeanne después del recorrido más extraño de su vida.

Admirador obsesivo de Bresson, a quien le dedicó fervientes pasajes en su libro El estilo trascendental en el cine, Schrader intentó amalgamar aquellos dilemas de la tardía posguerra entre el materialismo naciente y la posibilidad de una vida espiritual en una década que amenazaba con su signo opuesto. Julian Kay se erige como motivo ejemplar de esa nueva forma del capitalismo hedonista: despojado de todo atisbo de emoción convierte el sexo y las caricias a mujeres adineradas en una transacción con apariencia de placer. Vive en un departamento de muebles acolchados en Malibú, colecciona trajes en composé, escucha la música de Smokey Robinson pero admira el concierto en LA mayor de Mozart, y se consagra en cada noche con sus clientas, quienes compensan con sus dólares unas horas de disfrute. Pero Julian es también el varón perfecto, prolijo y perfumado, convertido en decorador de interiores o partenaire de un cóctel cuando se lo necesita. Schrader dibuja en la burbuja criminal que lo envuelve y el encuentro de amor con la esposa de un candidato a senador el diagrama de ese mundo sin sentido en el que la salida no es siempre imposible.

Ahora bien, ¿es posible trasladar American Gigoló al presente? Paul Schrader pensaba que no, o por lo menos así se lo dijo a los ejecutivos de Paramount cuando lo llamaron para convencerlo de un reboot. “‘Es una idea terrible’, les respondí –relataba a Indiewire - porque el mismo concepto de un escort masculino se ha transformado para siempre con la reconversión del porno, el VIH y el sexo virtual”. El resultado fue que, con los derechos en mano, Paramount y el productor Jerry Bruckheimer entregaron a Schrader un cheque para dejarlo afuera y consiguieron al showrunner de la exitosa Ray Donovan para producir una serie de ocho episodios con vistas a continuarse en nuevas temporadas. David Hollander modeló esta nueva versión del universo de American Gigoló esquivando su anclaje temporal en aquel inicio de los 80 y subvirtiendo la impronta ambigua que Schrader le había otorgado a Julian: la convicción de que su cuerpo y su charme eran toda su mercancía y el descubrimiento de que su resistente vanidad resultaba una trampa cuando quienes lo compraban decidían que ya no valía nada.

El nuevo Julian Kaye (Jon Bernthal) reemplaza los acolchados de plush y el afeitado al ras por esa pátina de piel y sudor que sintetiza la esencia de las ficciones de Showtime –basta ver sus clásicos eróticos como Californication o The L Word, los exploit históricos como The Tudors, o los dramas ratoneros como The Affair- y anticipa un camino muy diferente. Aquella emoción contenida que embargaba a Julian en el último plano filmado por Schrader se despliega ahora en un mar de lágrimas que reclaman inocencia. Kaye es encarcelado por un crimen que no cometió durante 15 años; los flashes de autos descapotables y los acordes de Blondie forman el recuerdo de un mundo que ya no regresa. Liberado de la cárcel por una milagrosa exoneración, camina hacia un nuevo cadalso: el de los recuerdos del desierto californiano, cuando su madre lo prostituía y terminó vendiéndolo a Madama Olga (Sandrine Holt) en los 90; y el de su presente, hecho de retazos de aquella juvenil seducción, de un cuerpo más avejentado, un pastiche de residuos de amores y traiciones, de trampas que no cesan de enredarlo.

Si lo que menos importaba en la original era ese entramado policial que ponía a prueba la valía de Julian y lo convertía en el prófugo repudiado por sus “amadas” clientas, ése es el engranaje que vale para Hollander y su equipo (sobre todo David Bar Katz, quien parece haber tomado el mando tras el reciente despido del showrunner por una causa de maltrato laboral que lo tenía en la mira). El crimen como tópico se esparce en el relato como una mancha voraz. La detective Sunday (Rosie O'Donnell) sigue la pesquisa del asesinato de Janet Homes, aquella víctima por la que Kaye purgó 15 años de injusticia, e intenta esclarecer la muerte de una profesora de secundaria, adornada con una foto de Julian sobre el charco de sangre que la recubre. Todo el control que ostentaba el personaje de Gere, el de Bernthal parece haberlo perdido desde su temprana adolescencia. No fue él quien decidió convertirse en la commodity perfecta de esas señoras con dinero e insatisfacción. En la versión 2022, Julian es una prenda de cambio para su madre alcohólica, un soldado más en el batallón de la enigmática Olga, y el arma de la venganza de Isabelle (Lizzie Brocheré), heredera del tráfico sexual y controladora del nuevo destino de Julian. El entramado se hace espeso y algo culposo, al mismo tiempo que se despoja del glamour y aquel impune hedonismo por una mirada más atada a los revisionismos del presente.

Es comprensible el despegue de Schrader de este epígono de su querida creación. La serie American Gigoló parasita un imaginario nostálgico que resulta intocable para muchos cultores de aquel exponente sintomático de los estertores del Nuevo Hollywood. Pero en ese gesto también está su posible renacimiento, la construcción de un personaje que observa su condición de mercancía sin la venia del consumismo y la fascinación que arropaba a Gere. Bernthal expone en sus músculos de gimnasio ya vencidos por la edad y el encierro, en el intento de flotar entre la basura que lo tapa, una realidad que hasta entonces estaba escondida bajo los tapizados del Mercedes y los trajes de Armani. A veces esos extraños caminos no ofrecen ninguna redención.

American Gigoló se encuentra disponible en Paramount+.