El 27 de noviembre de 1895, el industrial sueco Alfred Nobel firmó su testamento en París. Tenía 62 años. Además de legar su fortuna a familiares y conocidos, dispuso la creación de un premio “a aquellos quienes durante el año anterior hayan otorgado el mayor beneficio a la humanidad”. Instituyó galardones para literatura (dado por la Academia Sueca), química, física (ambos a cargo de la Academia Sueca de Ciencias) y medicina (en manos del Instituto Karolinska), a entregarse en Estocolmo; y un premio a la paz que otorgaría el Parlamento noruego. Nobel murió el 10 de diciembre de 1896 en San Remo, Italia. A partir de 1901, en el aniversario de su muerte, comenzaron a entregarse los premios que llevan su nombre.
La leyenda sobre la ausencia del Nobel de Matemática
Nacido en Estocolmo el 21 de octubre de 1833, Nobel fue el creador de la dinamita. Heredó la fortuna de su padre, que lo mandó a estudiar a San Petersburgo (donde el progenitor había cosechado éxito como fabricante de explosivos). En 1867 creó la dinamita, después de haber desarrollado un detonador para explosiones de nitroglicerina. Hombre de inclinaciones literarias que no pudo concretar, Nobel sufrió acusaciones por las muertes que causó su invención. De hecho, en una explosión accidental de nitroglicerina perdió a un hermano. Soltero toda su vida, mantuvo una relación platónica con su secretaria Bertha Kinsky, diez años menor, que se convirtió en pacifista y, en 1905, ya conocida por su apellido de casada (Von Suttner), en la primera mujer en recibir el Nobel de la Paz.
Sin embargo, la relación más intensa de Nobel con una mujer fue con Sophie Hess, a quien se señala como la culpable de que no haya un Nobel de Matemática. Nunca se pudo comprobar, pero se dice que fue amante del matemático Gösta Mittag-Lefler y le habría pedido grandes sumas de dinero a Nobel. El industrial, para complacerla, decía siempre que sí. Al parecer, el dinero iba al bolsillo de Mittag-Leffler. Lo cierto es que se instaló la leyenda del encono de Nobel al matemático y que por eso no legó dinero para un premio a esa disciplina.
Algunos datos de los Nobel
La estadística básica del Nobel señala que el ignoto francés Sully Prudhomme fue el primer Nobel de Literatura. Que, por haber descubierto los rayos X, Wilhelm Röntgen fue el primer Nobel de Física. Que Marie Curie resultó la primera mujer premiada (Física, 1903), y la primera persona en recibir un segundo Nobel, el de Química en 1911. Que la sueca Selma Lagerlöf fue la primera mujer que se llevó el de Literatura, en 1909.
También se puede apuntar que Malala Yousafzai es la persona más joven en ganar un Nobel: el de la Paz de 2014, con 17 años. Y que en el otro extremo aparece el Nobel de Química de 2019, John Goodenough, con 97. Linus Pauling se llevó el Nobel de Química en 1954, y ocho años más tarde le dieron el de la Paz. John Bardeen recibió el de Física en 1956 por el efecto transistor y repitió en la misma categoría en 1972 por sus estudios de superconductividad. Frederick Sanger ganó en Química en 1958 y 1980.
Cinco argentinos, todos graduados de la Universidad de Buenos Aires, fueron reconocidos: Carlos Saavedra Lamas y Adolfo Pérez en 1936 y 1980, respectivamente, se alzaron con el Nobel de la Paz. Los otros tres lo fueron en ciencias, algo sin parangón respecto del resto de los países de América Latina: Bernardo Houssay (1947) y César Milstein (1984) en Medicina, y Luis Federico Leloir (1970) en Química.
Un premio que trae polémicas
En literatura, no hay un premio con la prosapia del Nobel a nivel mundial. Cada mes de octubre se disparan las quinielas sobre posibles ganadores. Las listas de candidatos son secretas (de acuerdo al estatuto del premio, por medio siglo), pero se suelen filtrar nombres que aparecen en las casas de apuestas. Como el lauro suele ser individual, por cada autor premiado hay decenas, por no decir cientos, que son desairados. Por eso es más frondosa la lista de no premiados, lo cual permite constatar un largo rosario de omisiones.
León Tolstoi, James Joyce, Marcel Proust, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Fernando Pessoa. Philip Roth, Vladimir Nabokov, Graham Greene, son solamente algunos de los que murieron sin el honor del 10 de diciembre. También es cierto que Proust, Kafka y Pessoa murieron relativamente jóvenes y eran casi desconocidos. A Borges, se afirma, lo perjudicaron sus posiciones políticas, aparte de que su obra no sedujo a unos académicos más proclives a novelistas. Tolstoi fue el protagonista de la primera gran polémica: murió en 1910. Ya se habían dado diez Nobel de Literatura y la Academia lo ignoró durante la primera década del galardón.
Alberto Moravia, el autor de El desprecio, La romana y El conformista, es otro de los que murió sin los oropeles de Estocolmo. Y que sufrió una broma cruel. Al escritor italiano lo llamaron por teléfono y le hicieron creer que en diez minutos más se haría el anuncio oficial de que era el ganador. En algunos casos, la llamada previa a ese anuncio se produce, por diferencia horaria, de madrugada, con lo que el flamante Nobel pasa por el breve trauma de dudar si lo llaman para anunciarle alguna desgracia familiar antes de recibir la gran noticia.
En dos ocasiones el premiado desistió de los honores. La primera vez fue en 1958. Boris Pasternak había conquistado Occidente con Doctor Zhivago, editada en Italia. La Guerra Fría le impidió viajar a Suecia. El escritor ruso lo rechazó en medio de presiones de las autoridades soviéticas. Seis años más tarde y, en nombre de su compromiso político, Jean-Paul Sartre declinó el Nobel. Pese a ello, en 1975, el padre del existencialismo tanteó a la Academia, ya no por el diploma y la medalla, sino por el dinero. No tuvo suerte.
Nombres ignotos figuran en el listado de premiados. Algunos saltan a la fama a partir del Nobel. Otros permanecen lejos de las luces aún después del premio. El chino Gao Xingjian es quizás el caso extremo. Exiliado en Francia, su nombre era desconocido a un nivel tal que, consultado sobre la noticia en 2000, el encargado del edificio en que vivía en París declaró que ni siquiera sabía que era escritor. Hubo una suspicacia: su primera traducción a una lengua occidental fue al sueco. La realizó Goram Malqvist, miembro de la Academia. No deja de ser un detalle al lado del escándalo de 2018.
El francés Jean-Claude Arnault, casado con la académica Katarina Frostenson, fue acusado de abuso sexual. La Academia decidió romper vínculos con el gestor cultural y estalló la interna en la institución, ya que esos vínculos pasaban por apoyos económicos para el centro cultural que regentaba Arnault. Esto era incompatible, ya que se financiaba a alguien casado con una integrante de la Academia. Se sucedieron renuncias de académicos y entonces la opción fue posponer la entrega del Nobel. Así, en 2019 se entregaron dos premios, uno por el año anterior. En el medio, Arnault fue condenado a treinta meses de prisión.
El machismo de los Nobel
El Nobel es marcadamente eurocéntrico, sobre todo en Literatura. Pero, antes que nada, es machista. A la fecha hay 975 laureados. Apenas 58 son mujeres, y hay que contar el doble Nobel a Marie Curie en Física y Química (1903 y 1911, respectivamente). En Física, apenas hay cuatro laureadas y siete en Química. Son doce en Medicina, 16 en Literatura, 18 en Paz y apenas dos en Economía.
A esto sumemos elementos machistas e invisibilizaciones. Tim Hunt, galardonado en Medicina en 2001, se manifestó a favor de laboratorios segregados por sexo. Dijo: “Ocurren tres cosas cuando compartes el laboratorio con ellas: tú te enamoras de ellas, ellas se enamoran de ti, y, cuando las criticas, lloran. Quizá deberíamos hacer laboratorios separados para hombres y mujeres”.
En 1962, se reconoció en Medicina uno de los avances decisivos de la ciencia: el ADN. Maurice Wilkins, Francis Crick y James Watson compartieron la gloria, pero el Nobel perpetuó en el olvido a Rosalind Franklin, fallecida en 1958. A lo que se suma que no se puede premiar a más de tres personas en una categoría, con lo que de no haber muerto a los 37 años, quizás hubiera habido una polémica.
Joshua Lederberg fue premiado en 1958 por sus investigaciones en bacterias. Ese trabajo fue en conjunto con su esposa Esther, pero ella fue ignorada. En 1974, el descubrimiento de los púlsars le valió el Nobel de Física a Antony Hewish y Martin Ryle. Se obvió a Jocelyn Bell, estudiante de posgrado de Hewish, quien fue la primera en detectar la señal de un púlsar.
Oscurantismo en el laboratorio
Los Nobel en ciencias no han sido ajenos a polémicas. Sobre todo respecto de un aspecto que parece inimaginable en científicos: la adhesión a teorías conspirativas y a cuestiones oscurantistas. Luc Montagnier, que identificó el virus de VIH, fue premiado en 2008 y pasó sus últimos años envuelto en el repudio. Al momento de morir, en febrero de 2022, era un crítico de las vacunas. Llegó a decir que la ingesta de papaya podía frenar el avance del mal de Parkinson, y que “una buena alimentación” era recomendable en África para evitar los contagios de HIV.
William Schockley se llevó el Nobel de Física en 1956 por uno de los avances del siglo: los transistores. Años más tarde, escandalizó con declaraciones racistas y propuso incentivos financieros para que la población con coeficiente intelectual menor a 100 se esterilizara. Por su defensa de la eugenesia, el Atlanta Constitution lo comparó con el régimen nazi. Schockley querelló al diario. Ganó y como compensación recibió un dólar.
El caso más notable es el de Kary Mullis. Le dieron el Nobel de Química en 1993 y, hasta su muerte en 2019, fue un connotado negacionista del cambio climático y del HIV como causante del SIDA. También creía en la astrología. La muerte lo sorprendió pocos meses antes de un acontecimiento del siglo XXI que lo hubiera puesto en primerísimo plano: la pandemia de coronavirus. A Mullis lo premiaron por haber desarrollado el test de PCR.
Economía, el premio que no legó Nobel
Como si no hubiera suficiente polémica con los Nobel de Literatura y de la Paz (a la cabeza, el rechazo a Henry Kissinger, premiado por su negociación para detener la guerra de Vietnam mientras auspiciaba el golpe en Chile), más las discusiones que suelen envolver a los galardones en ciencias, se sumó la controversia del Nobel de Economía. Primer punto: la economía no figura en el testamento de Nobel entre las ramas a premiar. De hecho, Nobel no solamente no la incluyó sino que además tenía una pésima opinión de la economía. Para fines del siglo XIX tenía más prestigio la matemática, que bien podría haber sido considerada, pero no lo fue. “Es un golpe de relaciones públicas de los economistas para mejorar su reputación”, ha dicho Peter Nobel, descendiente del industrial.
¿Cómo es que se creó un sexto Premio Nobel? Obedeció a una cuestión de lobby que culminó en 1968 cuando el Banco de Suecia, que cumplía 300 años, donó dinero a la Fundación Nobel para instituir un lauro que hasta los propios descendientes del industrial critican. Lo cierto es que cada año, y con dinero del Banco de Suecia, la Academia Sueca de Ciencias elige a los ganadores.
Los críticos señalan a grupos neoliberales como impulsores de un premio que podría legitimar su discurso. De hecho, el grueso de los premiados son de esa corriente. Se atribuye a la Sociedad Mont Pelerin un rol importante tras el fin de la Segunda Guerra, cuando el auge de las ideas keynesianas. Liderada por Friedrich von Hayek, despreció todo programa económico con participación estatal. Varios de sus integrantes formaron parte del Banco de Suecia y desde allí impulsaron el lobby para crear un premio que le sería otorgado a Hayek en 1974.
Admirado por Margaret Thatcher y admirador a su vez de la economía de Pinochet en Chile, Hayek compartió el premio con el sueco Gunnar Myrdal. Cuando el Nobel de Economía cayó en la controversia en 1976 al dárselo a Milton Friedman, patriarca de la escuela de Chicago y asesor de la dictadura chilena, se plantearon dudas sobre el prestigio del premio que no legó Nobel. De hecho, Friedman fue increpado al momento de recibir el galardón con consignas que recordaban su rol en Chile.
En esa ocasión, Myrdal admitió públicamente que él no debería haber aceptado el Nobel porque no precisaba el dinero y porque la Economía no es una ciencia dura como las otras tres que se premian. En privado, sostuvo que Hayek era un reaccionario, que el premio blanqueaba las peores ideas y que debía ser abolido. Cuatro premiados en ciencias firmaron un texto repudiando el lauro a Friedman.
De 89 premiados, apenas dos 2 son mujeres. Y entre ellas no figura una eminencia: la post-keynesiana Joan Robinson, fallecida en 1983 a los 79 años. Tres galardonados no se graduaron en Economía: Herbert Simon (1978) era politólogo; Daniel Kahnemann (2002) es psicólogo. Entre medio se premió a John Nash (1994), que era matemático. Ese premio trajo discusiones: era matemático y se planteó que el Nobel reconocía aportes de otras ramas. La historia de Nash como esquizofrénico derivó en la película Una mente brillante, que obvió las referencias al antisemitismo fanático del matemático.
En el otro extremo de Nash se halla Robert Aumann (2005), cuyo premio generó rechazos por sus posiciones ultraconservadoras en defensa de Israel. Incluso se señaló que utilizaba sus análisis para justificar los asentamientos de colonos en los territorios palestinos.
Errar es humano
Desde el punto de vista técnico, la mayor polémica del Nobel de Economía fue en 1997 con Robert Merton (hijo homónimo de un sociólogo de fuste) y Myron Scholes. Los reconocieron por sus aportes en los mercados financieros. Tres años antes se habían asociado en un fondo de inversiones, Long Term Capital. Cuando llegó la crisis rusa de 1998, los modelos de Scholes y Merton hicieron agua: su empresa perdió 4500 millones de dólares. Quizás por ello, los suecos quisieron resarcirse y un año después del Nobel a dos especuladores premiaron a Amartya Sen, experto en pobreza y desarrollo.
Cuando el centenario del premio, en 2001, los descendientes de Nobel publicaron una carta en la que afirmaron que el premio en Economía era una deshonra. Tres años más tarde, un grupo de científicos suecos también cuestionó el galardón que honró a Hayek y Friedman.
En 2013 se produjo otra controversia al premiar a Eugene Fama y Robert Schiller. Al primero, por sus aportes en cuanto a que los mercados financieros se autorregulan, son racionales, y que nadie puede ganar más dinero a través de la especulación. Al segundo, por describir la incidencia de la psicología en los mercados y su componente irracional, lo cual lleva a precios errados y burbujas financieras. O sea: compartieron el Nobel por decir cada uno lo opuesto del otro. Como señaló el economista chileno José Gabriel Palma: algo así como reconocer al mismo tiempo a Claudio Ptolomeo por afirmar que la Tierra está inmóvil con el Sol que gira a su alrededor y a Nicolás Copérnico por asegurar lo contrario.
El Nobel de Economía le deparó a William Vickrey la última noticia buena que recibió en vida. El economista canadiense fue premiado en 1996. Apenas tres días después del anuncio, falleció a los 82 años. Un año antes, Robert Lucas, uno de los galardonados de la Universidad de Chicago, acaso haya maldecido el momento en que le dieron el Nobel. Se había divorciado en 1988. Al momento de firmar los papeles, Rita, su exmujer, metió una cláusula: si en el transcurso de los siguientes 7 años él recibía el Nobel, debía cederle la mitad del dinero. Esa cláusula vencía en 1995, así que Rita, que le tenía fe a Lucas, se quedó con medio millón de dólares.