Si algo caracteriza a la escena musical actual del mainstream local es la pérdida del tiempo como referencia válida. Así como los años de pandemia desdibujaron todo registro concreto de nuestras acciones, el auge y la formación de una carrera hoy son vertiginosos y absurdos. ¿Causa o consecuencia? ¿Respuesta a una demanda de un público adobado a algoritmos o simplemente la reacción lógica de matar a (algunos) intermediarios y sacarle el jugo a la multiplicidad de plataformas virtuales para drippear hasta con una caja de vino en cartón? No es éste el momento de responder, pero para hablar de lo que Cazzu hizo anoche en el Luna Park es necesario hacer un toque de historia.
29 de agosto de 2019. La jujeña presenta su segundo disco, Error 93, en el Teatro Ópera. Suma una segunda fecha el 1º de septiembre. El programa que reparten a la entrada viene con un antifaz de plástico, el mismo que ella usa en las fotos promocionales, para que no la descubran. Su Emo Tour sucede con ganas y, al terminar la noche, en la pantalla gigante se lee un mensaje claro y manijeador: 14 de marzo, Luna Park.
Ese rapto de seguridad -que su solidez profesional le permite- para anunciar un evento con tanta antelación la castigará sin piedad: solo dos días antes del show, ese monstruo sin cuerpo llamado pandemia iba a empezar a dictar las agendas del mundo. Esa misma pantalla haría las veces de meme, como en la saga de "imágenes que preceden desgracias", porque el 12 de ese mes se cancelarían todos los eventos culturales en la Ciudad de Buenos Aires, y durante mucho tiempo visitaríamos estadios, teatros y canchas de fútbol sólo para vacunarnos. Y a Cazzu, durante los tiempos de encierro, la veremos apenas en un par de transmisiones por Twitch para intervenir zapatillas.
► La nena ahora es la jefa
"Yo soy como un Frankestein", se describe Cazzu en una entrevista. El discurso imperante de los géneros musicales parece responder a la lógica binaria impuesta: si se elige uno, hay que seguir ahí para siempre; se toma como una cuestión intransigente. Si acaso se quiere salir hay que dar explicaciones, pedir perdón, tal vez capitalizarlo en una campaña de márketing ("Vuelve el trap"). En lugar de ser una excusa, un punto de partida, a los artistas los géneros los anclan y para el fandom sella un pacto de sangre.
¿Pero cómo encasillar a Julieta Emilia Cazzuchelli, que nació escuchando folklore y también pirateaba CDs con canciones de Alexis & Fido? Que entró a estudiar Cine mientras lideraba una banda de cumbia, que tiene tatuado al Real G y se enorgullece porque en la presentación de su último disco estuvo Hilda Lizarazu, que apenas su nombre empezó a sonar ganó el respeto de pesos pesados y a la vez se emociona recordando su amor por la música de Abel Pintos, que se le encienden los cachetes cual dibujito de animé cada vez que recuerda el día que conoció a Daddy Yankee pero además clava la estaca con decisión dando aire entre tango chongo en remix, como en Sheesh con Tangana o en el requiem trapero Tumbando el Club.
La fan del nü metal, que se bancó que en 9 de cada 10 entrevistas le pregunten por su relación con el Conejo Malo, como si un chape borrara de un soplido la obra propia. La que viajó con su banda de cumbia con la ilusión de participar en Pasión de Sábado y tuvo que soportar que los productores le dijeran "la de la nena no". Después se fue de fiesta con Tokischa, antes de que la dominicana rompiera fronteras, y Balvin usó una remera con su nombre para uno de sus últimos shows en Argentina.
Pero los hitos de marquesina no son los que Cazzu elige remarcar. Los logros para el titular que vende no le atraen, ella prefiere mostrar lo propio, como cuando se cumplió un aniversario de su fabuloso disco debut, Maldade$, y haciendo un repaso de datos curiosos contó que el video de la canción que lleva ese nombre se grabó sin guita y con una pistola comprada en el chino a la que le puso brillitos. "Me decían que el reggaetón en Argentina no iba a funcionar"...
Maldade$ está a punto de cumplir cinco años y es un disco que marca una época y conserva vigencia, algo que pocos trabajos recientes pueden decir. Pero Nena trampa es el disco con el que está girando ahora. Grabado en Puerto Rico, en un lugar paradisíaco donde a metros se encontraba el cantante Mora, quien terminó aportando letras al álbum mientras producía su disco MICRODOSIS. Juntos, en una suerte de residencia reggaetonera, retroalimentaron sus procesos creativos.
► Todos gritan Cazzu presidente
Hasta que un día, esa fecha dilatadisima en el Palacio de los Deportes llegó. Y es su gran noche. Julieta abre el show, sale de blanco con ganas de cortar cuanto antes la imagen inmaculada, igual que una niña que estrena ropa nueva a regañadientes y se mancha a propósito con comida que ni siquiera le gusta. Temible y atractiva como la novia de Kill Bill, está preparada para frontear con canciones, rodeada de bailarinas entre los robots de Descontrol de Daddy Yankee y unos stormtroopers. Tira unas frases y mira, altiva, al público. Esto es mío y lo logré sola, sin depender de nadie: eso mismo expresa su mirada.
La autonomía de su éxito es el ingrediente que, en cantidades necesarias, compone el plato Cazzu. Tuvo alternativas prácticas para que los peldaños de la carrera se volvieran escaleras mecánicas. Tener un hit con Bad Bunny y meterse a componer con los Avengers del reggaetón (Sech, Lenny Tavarez, Feid, Justin Quiles y Dalex) parecían los pasos previos a una mega estrella de molde. Y ahí a Cazzu le toca tomar decisiones y no acorta camino, más bien lo contrario: rompe filas, evita ser encasillada como la mujer del reggaetón y sigue su ruta.
En parte, porque sabe que de haber tomado atajos hoy hubiese hecho no uno sino tres Luna Park, o quizás el inicio de una gira de estadios, o así sea que sienta por momentos que aún necesita credenciales para ocupar su puesto. "Espero que les haya gustado esto que les puedo dar", dirá en uno de los amagues de cierre de show.
Cazzu elige militar con las palabras de sus canciones. Quiere construir, no busca aprovechar, no vampiriza a sus colegas, no se sube a feats como probando combinaciones milagrosas, opta por el rito propio, uno de gatillo fácil, maleanteo que se escribe en un diario íntimo, con candado y lapicera de plumas. Hace patria musical a través de lo que ella quiere contar.
En uno de los dos momentos de licencia arrogante, Cazzu pide "silencio que está hablando la jefa", como intro para cantar la BZRP #32: "Todos gritan Cazzu presidente". Esta campaña tiene votantes de larga data, aunque en medidas electorales, se podría decir que sólo llegan a cumplir un mandato. Pero la chapiadora ha laburado para jugar con el tiempo y hacer canciones de ahora y de antes, ese antes que sucedió hace un par de años y ya se siente como otra época del país, de su carrera y de la escena.
La combinación religiosa de eventos masivos pone en la coctelera calor y hacinamiento, y en la mezcla al menos diez chicas fueron saliendo desvanecidas. Cazzu pidió un poco de distancia y alguien dijo "si la jefa lo dice": la sumisión del encantado.
► La jefatura atiende en el escenario
Mientras muchos artistas de su generación iban quedándose en el camino, presas de la industria o por carecer de proyecto a futuro, y a otros se les teñían las pupilas de verde ante un engañoso contrato en dólares, a Cazzu hacer la suya la hizo pensar mejor sus pasos, afirmar sus convicciones.
Lleva más de una década arriba de los escenarios, y si se armara un time lapse desde la explosión del trap, en 2018, para acá, estaría firme ahí. Ese mensaje está implícito en el Nena Trampa Tour: no hay ningún invitado en el show, y son bien simples los accesorios que aderezan el estadio. Coreos de las que se podría prescindir, una banda hacia los costados del escenario, visuales góticas e infantiles.
Sí, Cazzu tiene temas con otros artistas, y cantará muchos pero sin mencionarlos. Ni siquiera se escuchará la pista con sus intervenciones. El show es full Cazzu, y no, ella no baila. Pero quiere que a la gente le quede claro una cosa: es SU show. Con un repertorio extenso de 27 canciones que un EP y cuatro discos le permiten, se abre paso este bichote con voz de bebé. Una intro de canciones del disco que está presentando con drill, trap y quilombo tiñe una oscuridad que sólo se sostiene en el sonido: si algo genera Cazzu no es miedo.
Empezará con dos temas del álbum experimental Una niña inútil (Miedo y Romance de la venganza), continuará con Mentiste y entrará en clímax con un clásico romántico: las entregas 2 y 3 de 14, sus caramelos de San Valentín. La intimidad sensual, el mood en el que más cómoda se siente, será aprovechado al máximo. Pero también agradecerá a su familia, a su novio, a Noriel (que viajó de Puerto Rico para verla), la banda, las bailarinas y la gente que no tuvo plata para comprar una entrada ("Cuando vino Linkin Park acá a mí tampoco me dio para venir"). Y, aunque haya momentos de collabos (Gatita Gangster, Toda, Pa’ mí, Loca), sólo le enviará un shout out a Alan Gómez, productor de Turra.
"Cuiden las palabras que les dicen a las personas, es muy importante", será la última de sus intervenciones. El discurso se mantiene ("Lo único que tenemos es la palabra", dijo en 2019). Y le cantará a su abuela Piénsame, una milonga que conecta con sus principios.
Hoy Cazzu, dos años y medio más tarde, se deja ver un poco más, pero aún es consciente que le quedan secretos en la guantera. Espía, traviesa, desde el rabillo del ojo. Sigue guardándose un resto que no se anima a soltar, como si al largarlo, todo el encanto fuera a terminar.