Estela de Carlotto está sentada en la tercera fila de la sala. A uno de sus costados, se encuentra Taty Almeida. En la pantalla del cine aparece Estela, 38 años más joven y en blanco y negro. Habla de su hija Laura, secuestrada y asesinada en la dictadura, en un programa que se emitió en Canal 13 en julio de 1984, meses antes de que la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) presentara su informe final y mucho antes de que la Cámara Federal se abocara a juzgar a las Juntas Militares que usurparon el poder desde marzo de 1976. Su imagen es parte de la película Argentina, 1985 –que recupera la historia de los fiscales en ese proceso que es piedra fundacional de la democracia y que se presentó en una sala de Palermo ante militantes de derechos humanos con uno de sus actores, Alejo García Pintos, y con una de sus productoras, Victoria Alonso, la platense que preside Marvel Studios.
Victoria Alonso está acostumbrada a moverse entre superhéroes y villanos. Es una de las mujeres más poderosas de la industria cinematográfica. Conoce ese prisma y también lo usa para contar la historia más trágica de la Argentina --que también es la suya--: la de los desaparecidos, los centros clandestinos de detención, los bebés robados y los vuelos de la muerte. Con García Pintos se conocen hace 50 años. Hicieron la primaria juntos en la Escuela 5, de 1 y 38. Se separaron en la secundaria: él fue al Normal 3 y ella al Liceo Víctor Mercante. Cuando él protagonizó otra película que es ícono de la denuncia de la dictadura, La Noche de los Lápices, ella ya vivía en Estados Unidos. “Pero tenía una deuda pendiente desde que se fue de La Plata y militaba en la dictadura”, dice su amigo con orgullo.
La deuda pendiente era hacer una película sobre los héroes –y particularmente las heroínas de carne y hueso, esas que suelen andar con un pañuelo blanco en sus cabezas–. “He logrado tanto premio como exista pero mi sueño era hacer esto”, cuenta Alonso y se emociona al hablar de la película que dirigió Santiago Mitre y protagonizan Ricardo Darín y Peter Lanzani.
“El ser cineasta nos da una capacidad de crear la memoria para que todas las generaciones la puedan ver y para que nunca neguemos que nuestra celeste y blanca tiene un charco de sangre”, les dice Alonso a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que la escuchan en las primeras filas del cine.
Aplausos. La luz se apaga y comienza la función, que se ve interrumpida por algún comentario. Cuando los integrantes de la Junta deben presentarse ante el tribunal y Emilio Eduardo Massera dice que no le reconoce autoridad para juzgarlo, en el público se escucha: “Cagaste”. Hay momentos en los que el silencio parece impenetrable, como cuando se escuchan los testimonios de exdetenidos-desaparecidos. Entonces, la liturgia de los juicios, por fin, llega a la sala del cine: una mano compañera, un pañuelito que emerge para secar alguna lágrima.
Todos quienes están en la sala recuerdan la historia, la conocen, la protagonizaron. “Me sirve para recordar”, dice desde su butaca Graciela Lois, referente de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, que solía ir a la fiscalía de Julio Strassera y de Luis Moreno Ocampo para colaborar con la investigación.
Terminan los créditos. Las luces vuelven a encenderse y se escucha el grito de “30 mil compañeros detenidos-desaparecidos: presentes”. García Pinto vuelve a ponerse al frente. Está a su lado Pablo Díaz, sobreviviente de La Noche de los Lápices y su amigo desde que lo representó en la película de 1986.
“Recordé el primer interrogatorio que me hizo Luis Moreno Ocampo en un café sobre si me animaba a testimoniar”, cuenta Díaz desde uno de los pasillos. “Mi familia no sabía que iba a declarar y me tomé el micro desde La Plata hasta Buenos Aires. Moreno Ocampo me dijo que estaba loco”, se ríe el eterno adolescente --ahora con pelo gris--. Antes de terminar, rescata la figura de Adriana Calvo –la primera sobreviviente en testimoniar en el Juicio a las Juntas y en dejar sin palabras incluso a los defensores consustanciados con los señores de la vida y la muerte que eran sus defendidos–. “Era como mi hermana mayor, la única que podía retarme. El tren pasó una vez y nos subimos a él”, dice. Pablo protesta porque en su última declaración por Zoom los jueces apagaron sus cámaras: intuye que es una señal de que permitirán que los genocidas sigan en sus casas cuando dicten sentencia en el juicio de las brigadas de Lanús, Banfield y Quilmes.
– Cárcel común, perpetua y efectiva –se escucha desde el fondo. Es Marta Ungaro, la hermana de Horacio, otro de los pibes secuestrados en el operativo de septiembre de 1976. Unas butacas más adelante está sentada Emilce Moler, también sobreviviente, docente y preocupada siempre por cómo hacer memoria entre los más jóvenes.
Taty Almeida se levanta de su asiento. “Has hecho memoria, desde ya”, le dice a Victoria Alonso. “Esta película no es ficción. Quieren desaparecer la memoria pero no lo vamos a permitir. El silencio, nunca más”, afirma y su compañera de Madres Vera Jarach asiente desde adelante. Ella es la que lleva años diciendo que la consigna es memoria, verdad y justicia pero también “silencio, nunca más”. Taty le regala a la productora el símbolo de su lucha, un pañuelo, y la mujer recibe también una muñeca tejida que simboliza a una Madre de Plaza de Mayo. “Vamos a seguir firmes, exigiendo justicia”, promete la referente del movimiento de derechos humanos.
“Recorrí la historia”, dice Estela de Carlotto. “Esta historia que me tocó vivir por Laura, por mi nieto y después por otros nietos”, añade. “Me trajo una memoria que, por supuesto, nunca olvidé: por estar ahí, por testimoniar y por verles las caras a los asesinos”, dice y le agradece Alonso por el film porque las reconforta para seguir luchando. “Nuestra lucha es de paz y con eso estamos construyendo la democracia más larga de nuestra historia”, concluye.
El tiempo se detiene en la sala. Los recuerdos de 1985 –el año del juicio– se mezclan con las memorias atroces de la dictadura y con las urgencias del presente. Nadie deja sus butacas. “¿Qué es el dolor sino el amor perseverando?”, les pregunta Alonso antes de dar por concluida la velada. Y así van saliendo algunas de las Madres con bastones, otras en sillas de ruedas. Todas envueltas en abrazos.