Desde San Paulo.

Hace frío y llueve en la primavera de San Pablo. En las avenidas del centro se ven hileras de hombres y mujeres en carpas, bajo frazadas, asomados a basuras, vestidos de restos de ropa o de bolsas, imágenes de las más de 67 mil personas sin techo que habitan la ciudad. La alegría no está a la orden del día en las fotografías de la megalópolis brasilera, donde las distancias de un lugar a otro son inmensas, la vegetación es alta, verde y tropical, cierran las campañas electorales y está por ocurrir la tan esperada votación presidencial.


El país llega cansado, enfrentado, tenso. Los casi cuatro años de presidencia de Jair Bolsonaro significaron una crisis permanente: su política de negación ante la pandemia, sus ataques al Tribunal Supremo Federal (STF), al Tribunal Superior Electoral (TSE), o el ingreso del 60% de la población a la inseguridad alimentaria, dieron lugar a un mandato del cual muchos quieren que pase al olvido. Así lo indican las encuestas que dan por ganador a Lula da Silva este domingo con una distancia de hasta 18 puntos sobre Bolsonaro.

Encuestas

La pregunta que está en boca de todos en Brasil es saber si Lula alcanzará más del 50% de votos para ganar en primera vuelta. Varias encuestadoras afirman que así podría ser, como IPEC que el día lunes le otorgó 52% de votos válidos contra 34% de Bolsonaro, o Datafolha que le asignó el jueves el 50% contra 36% del actual mandatario. Esos números despiertan expectativas en quienes ven en Lula la esperanza de un nuevo gobierno progresista, o la única posibilidad real de sacar a Bolsonaro de la presidencia, algo que se tradujo en la búsqueda del voto útil del último tramo de campaña: el ex juez del TSF Joaquim Barbosa, o el ex ministro de Justicia, Miguel Reale Junior, uno de los autores del impeachment contra Dilma Rousseff.

Violencia y abstención

La campaña ha estado marcada por hechos de violencia verbal y física. Uno de los últimos episodios ocurrió en el nordeste del país, cuando un hombre entró a un bar, preguntó quién votaba por Lula y acuchilló a una persona que respondió que sí, asesinándolo. Un dato que ilustra el clima de la contienda es que, según Datafolha, 67% de los encuestados tiene miedo a la violencia política por expresarse públicamente, 40% cree que habrá incidentes el día de las elecciones, y según el Instituto para la Democracia 54% considera que pueden darse episodios de violencia política si gana Lula en primera vuelta.

Los temores impactan mayoritariamente en seguidores del ex presidente, debido a la direccionalidad que ha tenido la violencia. Por ejemplo, según Datafolha, la mayoría del 9% que duda en ir a votar el domingo por miedo a los incidentes es partidario de Lula. El clima pre electoral de alta tensión irradiada desde la presidencia y parte de sus seguidores podría entonces tener un impacto en la participación del domingo, en un contexto donde la tendencia de los últimos años es a un aumento de la abstención y donde, a su vez, se estima que un aumento de la cantidad de votantes favorecería a Lula.

Ese clima también podría afectar en las encuestas vía voto oculto, es decir personas que no responden por temor, vergüenza o desconfianza. Ese voto tuvo, por ejemplo, un lugar importante en las elecciones presidenciales del 2020 en Bolivia, donde la mayoría de las encuestas no lograron anticipar la alta votación de Luis Arce en un clima de persecución y amenaza política. En este caso, el voto oculto por miedo podría incidir en los electores de Lula. Sin embargo, otros análisis afirman que podría favorecer a Bolsonaro: “el movimiento MAGA -Make America Great Again- desconfía mucho de cualquier tipo de medio, entonces no suelen responder las encuestas electorales (…) lo mismo podría estar pasando en Brasil”, afirmó días atrás Steve Bannon, ex estratega de Donald Trump y Bolsonaro.

Apoyos políticos y sociales

Bannon es uno de quienes respalda a Bolsonaro a nivel internacional: “es un gran héroe para todos nosotros” afirmó recientemente. Ese apoyo del trumpismo, manifestado en varias oportunidades, contrasta con la posición de la Casa Blanca ante la contienda brasilera en la que no respaldó a Trump en sus acusaciones contra el sistema de votación o el TSE, dando cuenta de que la apuesta en Brasil no es a la reelección de un político impredecible, generador de crisis crónicas, y ligado políticamente a la oposición estadounidense. De fondo: la elección de medio término en Estados Unidos el 8 de noviembre y la gran disputa geopolítica.

Esa posición de la administración coincide con la de un sector del empresariado brasileño que le dio su respaldo a Lula bajo la idea de una normalización política y económica. La presencia de Gerardo Alckim en la fórmula junto a Lula ha sido parte de la política de construcción de una alianza electoral donde conviven desde quienes impulsaron el impeachment contra Dilma Rousseff, hasta quienes defendieron a Lula durante sus 580 días de prisión, como el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra. Esas alianzas lograron clausurar la vía del centro, siendo ocupada por el mismo Lula, quitándole posibilidades de erigirse en ese lugar a quien lo intentó: el ex juez Sergio Moro.

Esos apoyos al candidato del PT dejaron progresivamente a Bolsonaro en una situación de mayor soledad política. Sus declaraciones ya habituales de puesta en duda del TSE y el sistema de votación, parecen haber consolidado y radicalizado a parte de su base social, pero alejado a votantes de centro o moderados. En ese marco varios analistas afirman que las amenazas de desconocimiento del resultado son una estrategia de cara a su acumulación política y administración de su probable derrota electoral, antes que un escenario real de otro tipo, para lo cual no contaría con respaldo estadounidense, empresarial, bases necesarias para una maniobra de esa naturaleza acompañada de militares. Irse con incendio, al estilo Trump, irse para luego intentar volver.

Bolsonarismo

Bolsonaro fuera del poder Ejecutivo no significaría el final del bolsonarismo. Su presidencia fue producto no solamente de una persecución al PT, sino también de fenómenos sociales de aguas profundas, como clases medias cargadas de frustración y quejas por impuestos ante el ascenso de los sectores más postergados y las ganancias de los más ricos ocurridas durante los años Lula-Rousseff. El mandatario encabeza una política y un sujeto que no es exclusivo de Brasil, sino que puede verse, con las respectivas variaciones nacionales, desde Trump hasta las recientes formaciones políticas argentinas como Revolución Federal.

Por lo pronto Brasil se apresta a votar. Los seguidores de Lula esperan lograr una victoria en primera vuelta que le fue esquiva en elecciones anteriores, mientras Bolsonaro apuesta a llegar a una segunda vuelta donde las encuestas tampoco lo dan ganador. El país, mientras, está frente a una de las elecciones más importantes de su historia.