El 27 de abril de 1945 Benito Mussolini y una decena de fascistas fueron arrestados por una brigada de partisanos autodenominada Garibaldi en cercanías del Lago di Como.

En efecto, quien gobernó Italia durante más de veinte años huía en un convoy de tropas alemanas vestido con el uniforme de oficial de las sanguinarias SS o Gestapo.

En la noche de la captura de Mussolini, Sandro Pertini, líder partisano socialista en el norte de Italia, anunció en Radio Milano: “El jefe de esta asociación de delincuentes, Mussolini, aunque amarillo por el rencor y el miedo y tratando de cruzar la frontera suiza, ha sido arrestado. Debe ser entregado a un tribunal popular que pueda juzgarlo rápidamente. Queremos esto, aunque pensemos que un pelotón de ejecución es demasiado honor para este hombre. Merecería ser asesinado como un perro sarnoso”.

En un juicio sumarísimo se determinó su ejecución y luego fue colgado en una gasolinera de Milán donde fue exhibido públicamente junto a su amante Claretta Petacci.

En plena crisis mundial, con la emergencia de diversas expresiones de ultraderecha en Hungría, España, Estados Unidos, Francia, Ucrania y otros países, ahora retornan en Italia los fascistas al gobierno del Estado.

El domingo 25 de septiembre de 2022 Giorgia Meloni, encabezando una alianza que evoca y reivindica a Mussolini, se alzó con el triunfo en las elecciones y será seguramente invitada por el actual presidente Mattarella, del Partido Democrático, a formar gobierno.

Meloni con un discurso ramplón, supremacista, xenófobo, homófobo y a grito pelado ante auditorios exaltados promete restaurar la gloria de su país y lo que considera valores esenciales: tradición, familia patriarcal, el orden capitalista.

No fue necesaria la Marcha sobre Roma con los squadristti di combatimento apaleando obreros anarquistas, socialistas o comunistas. Esta vez es el voto ciudadano quien pone en la poltrona gubernamental a la blonda dama nostálgica de los camisas negra.

 

Carlos A. Solero