Cuando la voz del estadio informó de la derrota tucumana en Paraná, la Bombonera respondió en jolgorio, atenta a la posibilidad que se le presentaba para apoderarse de la Liga. Sin embargo no fue hasta que los cambios de Ibarra revitalizaron -una vez más- a un Boca muy bajo que el Xeneize aprovechó la ocasión, venció a Vélez (penúltimo de la tabla) y quedó como líder solitario del torneo a cinco fechas del final.
Fue tan flojo lo de Boca durante la primera parte que si el utilero xeneize se hubiese dispuesto a revisar los botines de varios de sus jugadores, nadie le hubiese recriminado el atrevimiento. Lo de Payero y Romero, por ejemplo, fue directamente como si hubiesen salido con los zapatos intercambiados. En tanto que el mal andar de Benedetto, por citar a otro, se debió más a malas decisiones: hacer lo simple difícil y viceversa.
A partir de sus flaquezas individuales, al equipo de Ibarra le costó mucho imponer condiciones. Cierto es también que con Benedetto como único delantero de oficio, pararse en campo ajeno con intenciones non sanctas era casi una utopía para el local. Los laderos del nueve eran Romero y Langoni, dos que tiran más para el gremio de mediocampistas ofensivos que el de delanteros.
Boca terminaba entonces buscando a su goleador a través de pelotazos desde el fondo o apostando a algún desborde de Romero o Langoni, a ver si alguno podía recrear la fórmula que tan bien le funcionó en los últimos años con Villa (lesionado). Mientras tanto, en las tribunas se iban contagiando de lo que ofrecía el equipo.
Por el contrario, Vélez, con un planteo un tanto más conservador que el del local, fue mucho más ofensivo. A partir de sus nombres propios -Pratto, Bou, Janson y Fernández- pero también gracias al dominio que logró construir en el mediocampo, con Garayalde como eje. En la más clara de la primera parte, el pibe velezano metió un pase notable entre líneas que dejó a Janson cara a cara con Rossi. Pero el delantero definió como si se dedicase a otra cosa.
La Bombonera cambió los bostezos del primer tiempo por emociones en la segunda parte, aunque no para el agrado de los hinchas locales. Agustín Rossi se tuvo que hacer gigante en un par de ocasiones con dos atajadas notables (ante un zurdazo de Ortega y en un mano a mano increíble con Bou).
Los hinchas pudieron distraerse un poco de las penas propias cuando llegó el turno de salir para Pratto, de muy mal partido. Entre silbidos y cantos de "vos sos de la B" despidieron a uno de los héroes de River en Madrid 2018 antes de abocarse nuevamente al sufrimiento del juego.
Un resumen de lo que era Boca se podía conseguir de mirar lo que sucedía en su banda izquierda, con Romero y Fabra. Es que el paraguayo defendió más de lo que el colombiano atacó, un verdadero mundo del revés.
Finalmente, Ibarra echó mano a los pibes del banco y Boca mejoró casi instantáneamente, tanto que encontró el 1 a 0. A los 78, Varela llegó a puntear con alma y vida una pelota dividida y encontró a Morales, quien venía de meter su primer gol en Primera contra Quilmes y este domingo volvió a festejar.
Tal era la fiesta en el estadio que para muchos habrá pasado desapercibido el macanón que se mandó Rossi al querer cortar un centro y que terminó con el pibe Castro perdiéndose un gol increíble. Evidentemente, era la noche de Boca, una que terminó con muy poco juego y mucho tumulto luego de un patadón de Ortega sobre Advíncula y posterior hecatombe. Ortega, Gómez y Vázquez expulsados y Varela salvado por el árbitro Loustau a pesar de un violento empujón. Lo que se dice una velada rendondísima para el puntero del campeonato, que el jueves visita a Gimnasia en La Plata.