Desde San Pablo
La Universidad Cásper Líbero, un edificio con escalinatas sobre la avenida Paulista, fue uno de los centros de votación con mayor cantidad de empadronados en esta ciudad. Su nombre se debe a un periodista que la fundó en 1947. En su interior funciona un conocido café de una cadena estadounidense y en la planta baja, por la entrada de un costado, se accede al teatro Gazeta. Alicia, una misionera nacida en Posadas y casada con un brasileño hace 35 años, nos guió hacia las aulas donde la gente hacía fila para acceder a las urnas electrónicas. Ella es empleada estatal y la convocaron para la elección como personal de apoyo en los comicios. El centro educativo aumentó muchísimo el caudal de votantes porque estaba cerrado otro: el colegio Anhembi Morumbi. Cuarenta secciones electorales se concentraron en un solo lugar.
Alicia es servicial, contó que el flujo de personas aumentó si se lo compara con la elección de 2018 y nos aclaró todas las dudas posibles sobre el desarrollo de la votación. Ya pasado el mediodía y en un aula del subsuelo de la Universidad, Julia Rezende, una mesaria – en portugués, una voluntaria que cooperó ad honorem en la elección – explicó que hasta ese momento había votado un tercio del padrón. Con exactitud, 113 ciudadanos/as sobre 298 anotados. Según el Tribunal Supremo Electoral (TSE) hubo 907.399 mesarias registradas en todo el país para trabajar en una jornada que se extendió entre las 8 y las 17.
En la Cásper Líbero se colocaron mesas con padrones impresos que se podían consultar libremente. No estaban pegados en las paredes de la entrada como en las escuelas de la Argentina. Eran pocos los que pedían permiso, revisaban las hojas y constataban si se encontraban habilitados para votar.
En el mismo edificio hay una cancha de fútbol cinco que funcionó como registro para aquellas personas que debían justificar por qué no votaron. Completaban un formulario muy breve y el trámite fluía sin demoras. Alicia nos dijo con un gesto de satisfacción: “Esta vez menos gente llenó el papel de la justificación que en otras elecciones. Por lo que creo que hubo más votantes”.
En Brasil no está prohibido asistir a los locales electorales con distintivos, camisetas o símbolos de los partidos políticos. Este cronista lo comprobó en la Universidad. Una mulata esperaba su turno y llevaba puesto un gorro de Lula. Un joven delgado y muy alto ingresó al edificio con la imagen en la remera del clásico saludo petista, la mano abierta en ele. Estos gestos simbólicos como explícitos de sus simpatías políticas, no le llamaban la atención a los demás.
En nuestro país serían sancionados. El código electoral prohíbe el uso de banderas, divisas u otro tipo de distintivos. Claro, la diferencia entre vecinos no significa que en Brasil se permita el ingreso de una escola do samba formada por partidarios de una fuerza cualquiera. Ni exclamar por quién se votará.
La discreción política se percibía en la calles mientras se prolongó esta jornada histórica. No hubo manifestaciones ostensibles, más allá de que las vestimentas elegidas hablaran por sus propios dueños. O que lo expresaran en el subterráneo paulista mientras cantaban el himno brasileño. O en algunas calles alejadas del centro. Tal vez porque fueran demostraciones de civilidad. Quizás porque el miedo campea en una ciudad donde PáginaI12 comprobó que no hay que descuidarse. A dos periodistas argentinos les robaron sus teléfonos celulares el sábado.
Los simpatizantes de Bolsonaro sí se apropiaron de un significante muy fuerte para ir a los lugares de votación. En varios videos que hicieron circular por las redes se vio como vestían la camiseta verde amarela de la selección nacional, que hoy tiene varios acólitos en el equipo que dirige Tite. Neymar, el amigo y compañero de Messi en el PSG, es el más notorio de ellos. Con su video de respaldo en tik tok (“vota, vota y confirma: 22 es Bolsonaro”) recibió una andanada de críticas. Walter Casagrande, ex integrante del mismo seleccionado en otros tiempos y comentarista de TV, fue muy duro con él.
Este domingo de votación, el sol había asomado tímidamente en la mañana por primera vez en cinco días de lluvias intermitentes. Las calles de esta capital del Estado se poblaron de paseantes. La mayoría distendidos, como si fuera un domingo más, aunque la procesión iba por dentro. Sin demostraciones ostensibles, salvo que los simpatizantes de Bolsonaro o Lula se movieran en grupos. El candidato del PT se quedó en San Pablo donde forjó el primer tramo de su extensa trayectoria política. El actual presidente siguió como en campaña, vestido con la camiseta verde amarela, desfilando por el barrio Mariscal Hermes, de Río de Janeiro, donde jugó de local. Ahí cerquita viven muchos militares.
En el hotel del barrio de Consolação donde el PT armó su bunker para esperar los resultados de la elección, se desató un frenesí de periodistas que iban y venían. Las principales figuras del partido hicieron breves declaraciones cuando llegaron al Novotel Jaraguá: Gleisi Hoffmann, Aloizio Mercadante y el ex canciller de Lula Celso Amorim. Los enviados de Estados Unidos, Italia, Portugal, México, Argentina, Uruguay y otros países se apiñaban entre el lobby y el subsuelo donde está el teatro auditorio. Señal del interés que despertaron las elecciones aquí. Señal también de lo que está en juego en este Brasil tan desigual, colorido y plagado de encuestas en los días previos. Encuestas que no se compadecieron con los resultados posteriores, con una paridad más marcada de lo que vaticinaban las principales consultoras.