Cuando entra caminando a los saltos al cuarto, Juan Román Riquelme irradia tranquilidad. Viste un jean moderno y una campera de la misma tela, aunque con cortes a la moda en un hombro y diferentes tonos en claro y oscuro. Acaba de hablar durante una hora y media en una nota televisiva en vivo y acaba, también, de surfear con solvencia los dardos de dos pesos pesados que dispararon contra él hace unos días: Carlos Tevez y Diego Armando Maradona.
Cuando entra caminando a los saltos al cuarto, Juan Román Riquelme mira hacia adelante sin mirar y piensa en silencio mientras se saca el abrigo y también la remera, hasta quedar con el torso desnudo. Luego toma otra, se la pone y con una frase derrumba todo el aplomo que mostró en los 90 minutos de cámara previos: “Hace 20 años que hago notas y sigo chivando como un boludo”. El 10 acaba de sacarse la armadura.
Cuando entra caminando a los saltos al cuarto, Juan Román Riquelme se prepara para las fotos con “Enganche” y, luego de ellas, termina por adoptar otra vestimenta, un conjunto deportivo de una marca conocida, una pilcha mucho más cómoda que lo que tenía puesta. Ahí aparece por primera vez el de Don Torcuato, el que mira hacia una pantalla y se ve gambetear en la repetición de las imágenes de la Copa Libertadores que Boca ganó en el 2007. En el medio de una auténtica tarde de invierno, el verdadero Román deja un rato a Riquelme de lado y, con él, también a los nombres propios que giran a su alrededor. Entonces, se piensa a sí mismo.
–¿Qué te pasa cuando te ves jugar en la tele?
–Pienso que se pasó muy rápido. Parece que lo hizo otro. Yo estoy contento de todo eso, eh, y tengo muchos recuerdos muy lindos. La pasé muy bien ahí adentro. Pero se fue rápido.
–¿Cómo es eso de que pensás que el que está jugando es otro?
–Pienso que no soy yo. Que no podría volver a hacer eso. Que no podría coordinar. Hoy en día miro todo lo que me ha pasado y me digo que es demasiado. Yo quería jugar un partido en la Bombonera solamente. De chico pensaba eso. Y la vida me trajo hasta acá. Formé parte de grandes equipos, con grandes compañeros que me hicieron ganar. No puedo pedir más que lo que la vida me dio.
–¿Y qué diferencia hay entre el que juega en la tele y el de ahora? ¿Cómo era tener la presión de ser el 10 de Boca y ahora vivir sin eso?
–Es que te acostumbrás a la presión y a estar ahí. Yo estaba cumpliendo un sueño, que era jugar en el club en el que quería jugar. Y ahora... Mirá, ahora estoy viviendo como siempre me lo imaginé, pasando tiempo con mis amigos y mis hijos en mi lugar, que es Don Torcuato. Lo llevo muy bien.
–¿Sentías la necesidad de correrte de ese lugar que te daba el fútbol o la pasabas bien?
–Siempre viví igual, eh. No me corrí de ningún lado. Sólo que antes jugaba en el club más grande del país, del que se habla de lunes a lunes y por ahí mi nombre estaba en la televisión todo el día. Pero yo sigo viviendo igual, en mi barrio y con mis mismos amigos de toda la vida.
–¿Ser el 10 de Boca te empuja a cambiar tu forma de ser?
–Yo tuve la suerte de que mis amigos me ayudaron a que eso no pase. Vivir en Don Torcuato me daba ventaja. Sigo con los mismos de siempre, aunque ahora estemos más grandes todos.
–¿Qué momento extrañás de tu época de jugador?
–No, no extraño ser jugador de fútbol. Cuando tomo una decisión estoy seguro y tengo paz. No tenía dudas. Ya había hecho todo lo que deseaba. Tuve la chance de terminar en Argentinos y devolverle a ese club lo que me había dado, porque sin ellos no hubiera jugado a Boca.
–¿Qué descubriste después del retiro?
–Que el futbolista vive una realidad que no es la que vivimos todos. Mi suerte era que siempre volvía a Don Torcuato y acá estaba la gente que no dejaba que me confunda. Seguramente que hoy si cambio o si hago una cagada me va a agarrar alguno, me va a sentar y me va a decir que esto no está bien.
–¿El secreto es no cambiar aunque todo cambie?
–Es que yo creo que las personas no cambian. Yo nací en un barrio en el que no me faltó nada, pero no me sobró nada y en el que tenía muchos sueños de los que no me animaba ni a soñar, porque no tenía con qué. Hoy vivo bien, no me falta nada y puedo ayudar a muchos de los que me ayudaron a cumplir con esos sueños. A la edad que tengo soy de pensar que nadie cambia. Que uno muestra quién es cuando tiene plata en el bolsillo. Por eso espero seguir siendo igual que siempre.
El Román de Don Torcuato vive lejos de casi todo y cerca sólo de lo que necesita. Desde allí es capaz de rechazar hablar con el protagonista más encumbrado y, a la vez, recibir uno por uno a esos 50 hinchas que lo esperan en la puerta del boliche de su hermano, La Noche Disco. Este hombre de 39 años no anda de evento en evento y ni siquiera va a la cancha de Boca, porque dice que su hijo Agustín prefiere compartir la tribuna con amigos, ya que cuando está con papá “la cámara nos enfoca” y no puede putear. Lejos de querer o necesitar otras cosas, el 10 está feliz con un mate siempre activo y espumante, un partido de fútbol en el televisor, sus amigos de por medio, un asado en la parrilla y las gastadas en forma de pelotazos que vuelan de una punta de la mesa a la otra. Así anda hace dos años y medio y nada parece indicar que aquello vaya a cambiar. “Lo único que sé es que lo poquito o mucho que haya hecho, lo hice sin deberle nada a nadie. Fue todo por cómo jugaba a la pelota”, suelta. Y pide que pongan más agua a calentar.
–Hablemos de fútbol. ¿Te molestaba que se preocuparan todos más de lo ocurría en el vestuario que de lo que pasaba en la cancha?
–Creo que hay muchos programas que tiene que llenar espacios. Es complicado hablar durante 12 horas del día. Uno ve los canales deportivos y están repitiendo todo el día las imágenes del entrenamiento. Algo tienen que decir. Creo que es difícil hablar todo el día de fútbol.
–¿Cuánto fútbol mirás?
–Mucho. Es parte de mi vida. Miro todo lo que puedo. Me gusta saber, ver, conocer y entender. Es lo que más me gusta.
–¿Qué ves?
–Lo que sea. Si hay varios partidos y está la Champions, miro la Champions, pero después, pongo el partido que sea. Me gusta ver todo.
–¿Qué hay que hacer para jugar bien a la pelota?
–Primero, te tiene que gustar. Y mucho. Y después, mi opinión es que un jugador de la primera división tiene que saber parar la pelota y pasarla bien. Mínimamente. Eso es lo que hay que saber para jugar al fútbol. Y me parece que a veces no pasa. A veces podríamos pensar que llegan a la primera sin estar preparados y eso es preocupante.
–¿Cuándo aprendiste a controlar la pelota?
–Nunca. Todavía no aprendí a controlar la pelota. Siempre intentaba mejorarlo. Me quedaba después del entrenamiento practicando. En las prácticas, si había una pelota que no la podía controlar bien, la agarraba con la mano y se la daba al contrario para que saque, como si la hubiera perdido. Me volvía loco cuando no la podía controlar. Era lo que más bronca me daba.
–¿Qué se aprende en el potrero y qué en el fútbol profesional?
–En el potrero se aprende todo. Ir al potrero es como ir a la escuela. Y eso que cada día quedan menos. Hoy los chicos llegan a la primera más inocentes que lo que llegábamos nosotros, porque hay cosas que las inferiores no te enseñan. Lo que yo aprendí en los campeonatos por plata en el barrio no se enseña.
–¿Te gustaría enseñar?
–No sé si lo puedo hacer. El problema es que hay cosas que para mí son muy claras y no sé si eso se puede enseñar. Por ejemplo, cuando miro un partido de primera y veo que erran un pase fácil, me pongo loco. Pero tal vez sea difícil hacer eso y yo lo vea como algo fácil. Ahí está el problema. De lo que estoy seguro es que el fútbol es un juego hermoso y que hay que quererlo. Y que hoy hay muchas más chances para triunfar que las que había antes. Al menos de las que teníamos nosotros.
–¿Podrías vivir sin fútbol?
–Creo que ningún argentino puede vivir sin fútbol. El que lo jugó, el que no lo jugó, el que va a trabajar a una fábrica, el que no. Nos pueden quitar cualquier cosa, menos los partidos. En nuestro país no se puede vivir sin fútbol. El fútbol está en todos lados.
–¿Qué sentías al jugar una final o un superclásico? ¿Qué te pasaba por adentro en esos partidos?
–Se sentía bien. Es hermoso jugar uno de esos partidos. Cuando te gusta jugar a la pelota, vivís para esos partidos.
–¿Crecías en esos partidos?
–Yo tenía la suerte de que mis compañeros confiaban en mí y me daban la pelota. Y yo sabía que cuando me la daban, no tenía que perderla. Era tan sencillo como eso. Y nos iba bien. Estaba divertido, eh.
–Hablaste mucho de los conceptos fundamentales del juego: controlar, pasar y no perder la pelota. ¿Por qué se menciona cada día menos eso?
–Porque al fútbol lo han convertido en una empresa. Se habla del nutricionista, del profe, de este, del otro, del representante, del dirigente. Antes no se hablaba de nada. O jugabas bien o jugabas mal. Y no hay otra, eh. Entiendo que esto es un trabajo o que es un negocio, pero si jugás bien vas a ganar. No me van a vender otro cuento, porque el fútbol no es una empresa, es un juego hermoso en el que hay que jugar mejor que el contrario. Si lo entendemos así, vamos a andar bien.
–¿Qué le diría Riquelme al hincha del fútbol?
–Que lo disfrute. Que sea feliz hinchando por su club y que comparta eso. Cada uno es hincha del club que le llegó por el padre, por el tío o por el hermano. Y eso es lo único que no cambiamos. Porque se puede cambiar la novia, pero del club que somos hincha de chiquitos, jamás. Eso te sigue hasta el último día.
–¿Qué pensás que la historia va a decir de vos?
–Que fui un afortunado. Que fui alguien que intentó jugar bien a la pelota.