Desde Barcelona
UNO Cada mañana al levantarse y cada noche al acostarse también la voz de Rodríguez suena exactamente igual (pero sin rastro alguno de genio) a la cavernosa y platónica voz de Leonard Cohen. De ahí que Rodríguez (para no oírla, para no escucharse) trata de hablar solo lo menos posible. Y, cuando ve que le vienen ganas de ponerse a parlotear sin nadie cerca, se apresura a disimularlo cantando algo. Cantando como Lenny C. aquello de "I've seen the future, baby / It is murder". Sí, el canadiense errante le cantaba a un futuro de mierda que ya está aquí y que --como idea, propuesta-- es aún mucho peor que aquel No Future de los Sex Pistols ahora convertidos en prolija serie de t.v. (en el futuro, todos serán serie de Netflix). Pero no hay caso: cuando se empieza una canción hay que terminarla y Rodríguez sigue cantándole a noches rotas y habitaciones de espejos y al fin de la vida secreta y privada y a que las cosas van a deslizarse en todas direcciones y a la anulación del orden del alma y a que ya no habrá nada por medir y a que la tormenta de nieve del mundo ha cruzado los límites y a se han detenido las ruedas del paraíso mientras la fusta del diablo te azota las flancos y se descifra el antiguo código de Occidente y estallan fuegos en la carretera y el pequeño judío que escribió la Biblia padece el arribo de poetitas intentando sonar como Charlie Manson y se invoca al fantasma cada vez más vivo de Hiroshima. Y, sí, desafina Rodríguez admirado: es una gran canción. Y se dice que ya es hora de abrir o de cerrarle los ojos. Al futuro.
DOS Y semanas atrás Rodríguez leyó en The New York Times que se cumplían cuatro décadas de aquello que fue un gran año para el cine fantástico y de ciencia ficción. Sí: sólo en 1982 se estrenaron E.T., Blade Runner, Conan, Poltergeist, TRON, Creepshow, La cosa, Mad Max 2, Star Trek: La Ira de Khan, El cristal oscuro... Ayer, el cine popular era otra cosa. Y el popular mañana también. Ahora --dejando de lado Marvel/DC/Star Wars-- lo único que se avecina es la muy demorada y desde ya perfectamente innecesaria segunda parte de Avatar: eso que, para Rodríguez, es lo más parecido a irse a vivir por un par de horas dentro de una portada de Yes by Roger Dean. Ahora --en las películas en particular y en la imaginación en general-- el futuro no es algo que rompe con y se aleja del presente sino su natural y casi inmediata secuela y resaca. Y, sí, it is murder.
TRES Y la NASA --que no deja de demorar por desperfectos el lanzamiento del Ariane 1 mientras los millonarios salen a dar vueltas en sus cohetitos-- emitió un exultante "¡Tenemos impacto!". Sí: la misión espacial DART había sido un éxito y la sonda lanzada contra el asteroide Dimorfo para desviarlo y así ensayar sistema para protección de futuros apocalipsis como el que desplumó y jubiló a los dinosaurios hace 66 millones de años. Y se informó que se conocen más del 95% de todos los asteroides de más de un kilómetro de diámetro. Pero se avisó de que hay miles de estos cuerpos con ganas de conocer la Tierra que aún no han sido siquiera detectados. Y todos aplaudieron con el mismo entusiasmo con el que alguna vez se celebró aquello del pequeño paso para un hombre y un gran paso para la humanidad. Aunque todavía no haya datos precisos en cuanto a si se ha conseguido desviar a Dimorfo o si, por un error de cálculo, se lo ha puesto involuntariamente rumbo al central nuclear de Zaporiyia. Y, sí, está claro que la carrera espacial ya no es lo que era y cualquier amanecer de estos nos enteraremos de que los chinos inauguran Nueva Pekín en el lado oscuro de la Luna.
CUATRO Mientras tanto y hasta entonces, uno de esos estudios revela que el covid ha aumentado los niveles de estabilidad emocional, mal humor y stress. ¿Quién lo hubiera dicho? ¿Los mismos que aseguraron que, seguro, "saldríamos mejores" de la pandemia?, se dice Rodríguez. Y lo cierto es que a Rodríguez le preocupan mucho más las tontas que malas acciones de estrellas fugaces terrestres como la del ala lírica y fanta-sci-fi del gobierno español (léase Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030) que ha lanzado al espacio su propia sonda/campaña desviadora de malos augurios. El lema/slogan es "Basta de distopías. Volvemos a imaginar un mundo mejor". Y con una estética muy Juegos del hambre/Juego de tronos (Rodríguez ni quiere pensar cuánto dinero público se habrá destinado para semejante bobada) invita a dejar de predecir mal y de soñar con lo mejor en lo que no es más que un nuevo toqueteo a una de las canciones peor comprendidas de la Historia: "Imagine", del no utopista sino solipsista John Lennon. Y lo cierto es que Rodríguez, según pasan los años, es cada vez más Team Paul. Es decir: cree en el ya imaginado ayer más que en el mañana mismo por imaginar y en el que la Ley de Murphy ya ha sido ascendida a Edad de Murphy. Cansado y en busca de cuota nostálgica-eterna, Rodríguez ve Blonde y qué es eso: ¿va a dejar de llorar en algún momento Ana de Armas?, ¿y no es esa última media hora de película un plagio descarado a David Lynch (quien alguna vez tuvo biopic de Marilyn en carpeta) y el soundtrack de Nick Cave & Warren Ellis que lo acompaña no es robo a mano armada al sonido Badalamenti)? Y en las vivaces noticias de casi medianoche (luego de informar acerca de las últimas tara-tendencias TikTok) se reporta nuevo sismo/sisma en el dependiente y más ingobernante que ingobernable gobierno independentista catalán a cinco años de aquel más histérico que histórico 1 de octubre donde se sacaron a la calle urnas cada vez más funerarias. Y Barcelona como tierra de nadie a la que vienen cada vez menos (no pasará por aquí el catastrofista Roger Waters en su gira despedida) y de la que tienen más ganas de irse cada vez más.
CINCO Pero, claro, ¿a dónde? Allí fuera la Unión Europa se desune pero se hermana en inflación y en caos impositivo, los muchos italianos que no fueron a votar ahora se rasgan las vestiduras por ese fascismo que alguna vez fue futurista, los gasoductos en fuga, la ultraderecha es cada vez más diestra en todas partes, el Reino Unido se destrona a sí mismo, el euro baja y el dólar sube y hace caja mientras apoya guerritas a larga distancia, y Putin y Zelenski continúan su cada vez más Risk partida de ajedrez.
Agotado y contrario a lo recomendado por el Ministerio ese, Rodríguez se sienta a leer La rastra: primera novela en más de veinte años de esa Maestra del Juicio Final a la que no le darán el Nobel llamada Joy Williams. Allí, futurismo-crash: alteraciones ambientales (no hay aves pero sí cucarachas "tamaño gatito"); acciones terroristas casi artesanales cortesía de ancianos con "alma de kamikaze"; televisores que emiten silencio; ricos tomando por asalto bancos de sangre para rejuvenecerse; Disney World que "se he refundado y va fuerte" porque "la industria del ocio se ha restablecido heroicamente" en tiempos en los que "ya es demasiado tarde para sentir miedo". Pero no aún, Rodríguez todavía tiembla un poco mientras termina de cantar "The Future", con ese coro spiritual pero poco espirituoso que insiste una y otra vez sobre el final, mientras baja el volumen y sube la angustia, con un "Cuando dijeron 'arrepiéntete, arrepiéntete, arrepiéntete' / Me pregunto a qué se referían".
Rodríguez --viendo y considerando el desconsiderado futuro-- también se lo pregunta.