Desde San Pablo
Brasil es una gigantografía compleja, como un juego de mecano donde no todas las piezas encajan en su lugar. Las elecciones en primera vuelta ratificaron dos impresiones. El poder distorsivo de las encuestas alimentó la épica del PT para creer en un rápido fin de ciclo de la ultraderecha. No pasó y esa producción de subjetividad que daba ganadora por más del 50 % a la candidatura de Lula, operó en un sentido. La hipotética victoria sin segundo turno, incluso la victoria real por más de cinco puntos porcentuales, se transformó en un sentimiento de desazón que seguramente desaparecerá camino al 30 de octubre.
La diferencia con el proyecto del presidente Jair Bolsonaro y los votos que cosechó, es que la percepción de su derrota no partió del imaginario de las consultoras. Es un hecho concreto. La fórmula militarizada que completó con el general retirado Walter Braga Netto perdió y su tropa acusó el golpe.
Nada es definitivo en los días por venir, es cierto. Pero Lula ya comenzó a alentar una política de alianzas con los partidos de la senadora Simone Tebet y Ciro Gomes, del MDB y PDT. Al segundo, su exministro y acaso el rival que más lo atacó en la campaña electoral, ya lo habría tanteado a través de Marina Silva. La dirigente ecologista compartió gabinete con él durante el primer gobierno nacional del PT. Ayer, en un encuentro con periodistas en esta ciudad, declaró: “En este momento vamos a necesitar a todos. Y él lo sabe”, cuando aludió a uno de los perdedores más notorios en los comicios, relegado al cuarto puesto.
Las autoridades del PT y sus aliados comenzaron con sus reuniones para que el punto y medio que le faltó a Lula el domingo 2 se transforme en la mayoría que garantice el triunfo a fin de mes. Con el 48,43 % de los votos, su ventaja sobre Bolsonaro (43,20) superó los cinco puntos. Esos porcentajes representan 6.187.171 votos más para la candidatura del histórico dirigente, hoy corrido más al centro por la polarización y porque enfrentará nuevamente a quien define como “un presidente genocida”. Por su papel displicente y burlón durante la pandemia que costó las vidas de casi 700 mil brasileños.
Salir de la zona de confort
En el diario paulista Folha, uno de sus más experimentados columnistas, Igor Gielow, señaló que a Lula no le alcanzará con seguir hablando de “amor” y que deberá salir de su zona de “confort”. Lo real es que se verá obligado a consolidar su base electoral entre la clase media urbana, sobre todo en los estados del sudeste y el sur del país, donde la elección le fue adversa con excepción de Minas Gerais. Otro especialista en análisis electoral, el periodista Thomas Traumann, de la Fundación Getulio Vargas, aportó que “el desafío de las consultoras será ahora buscar ‘el voto escondido’ a Bolsonaro que no fue percibido en los últimos meses. Acaso un voto vergonzante”.
El temido avance de la ultraderecha que el actual presidente representa en forma cruda a escala planetaria es el gran problema. Explicarlo es casi una verdad de Perogrullo. Bolsonaro es a Brasil lo que Donald Trump a EE.UU o Santiago Abascal de Vox a España. Hoy preside una nación de casi 214 millones de habitantes. Que por primera vez en la historia tuvo una tasa de crecimiento poblacional negativa en 2021 debido a la política oficial durante el tsunami de la Covid-19.
Aun así, uno de los máximos responsables del desastre humanitario en la pandemia, el ministro de Salud, general retirado Eduardo Pazuello, en las elecciones fue el segundo diputado más votado en Río de Janeiro. Este es uno de los ejemplos que ilustra la compleja geografía del voto brasileño. La deshumanización misma aplicada a un sufragio en la cidade maravilhosa que ya no parece llena de encantos – como dice la popular canción - y sí de millones de voluntades que acompañaron a Bolsonaro, su funcionario sanitario y al candidato a gobernador que iba por la reelección. Claudio Castro, abogado y cantor de góspel, ganó con casi el 60 por ciento de los votos. El porcentaje que había vaticinado el militar-presidente para su propia elección y no alcanzó.
Lula encarará su tercer retorno al gobierno en ese contexto desfavorable de estados muy populosos como Río de Janeiro, después de dos períodos presidenciales y con 76 años. Tres días antes del segundo turno cumplirá 77. Pero su perfil biológico no refleja su vitalidad, su carisma, su capacidad para mimetizarse entre la gente y llegarle a un electorado con el que todavía aspira a perforar su techo. Bolsonaro con diez años menos transita sus repetidos desfiles en moto, y si se permite la hipérbole, acaso los kilómetros que su adversario caminó en tantas campañas políticas por espacio de más de tres décadas.
Esta peliaguda segunda disputa electoral, la que definirá el destino de Brasil por los próximos cuatro años, arroja datos precisos, incontrastables, que no dejan bien parado al político ultraderechista. Con relación a los comicios que ganó en 2018, perdió 1,7 millones de votos. Lejos quedó de las aspiraciones de su electorado más incondicional que en los días previos a la votación fanfarroneaba con que Bolsonaro recibiría el respaldo de 70 millones de brasileños. Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son… diría Calderón de la Barca.
Otro dato. Lula sumó 25 millones de votos más que la candidatura de su posible heredero político, Fernando Haddad. En 2018, cuando el tsunami del excapitán y diputado aplaudidor de la dictadura arrasó con todas las previsiones electorales, el PT parecía que iba hacia un declive irreversible. Con los resultados puestos de este domingo, esa situación ya no es posible. Aunque Lula y la composición de sus propias fuerzas dispersas, de empatía con las izquierdas que lo respetan como aliado y de convivencia más impostada con su ala derecha, tendrá que hacer equilibrio para seguir creciendo hacia la fecha clave.
Los 4,6 millones de seguidores que tiene el expresidente en Twitter, comprobaron ayer por dónde sugiere ir en este momento decisivo: “Vamos a aumentar nuestra ventaja en el Nordeste, en Minas Gerais. Visitaré más regiones. Y mi consejo es: a partir de mañana habrá menos conversación entre nosotros y más conversación con los votantes. Hablaremos con aquellos que aparentemente no gustan de nosotros, a menudo debido a noticias falsas”.
Lula se mostró más optimista que el domingo a la noche y dejó una frase contundente: “Somos expertos en ganar elecciones de segunda vuelta. Tenemos un programa de país, una discusión sobre el tema climático, para oponer al actual presidente. Discutir la creación de empleo, el SUS (Sistema Único de Salud), muchos temas para que debatamos”.
Mientras el líder del PT empieza a transmitir altas dosis de temperamento electoral a su militancia, para mantener lo conseguido y aumentarlo, su rival en segunda vuelta ya salió a mostrar el camino por dónde irá en los próximos días. Con el aparato del Estado a su disposición, seguirá repartiendo ayuda social, ahí donde su prédica oscurantista no prende, ni siquiera con el apoyo de su grey de pastores evangélicos afines. Los sectores más desposeídos.
Al día siguiente de confirmarse que estará en la segunda vuelta, su gobierno anticipó que adelantará el pago del plan Auxilio Brasil al 11 de este mes. Estaba previsto para el 18. Asistencialismo a toda velocidad, como la de su moto Triumph de alta cilindrada que usa para recorrer las autopistas de este gigante latinoamericano. Seguramente después auscultará qué sensación le devuelve la calle. Con las encuestas que lo daban perdedor sin posibilidad de revancha el 30 de octubre, no quiere saber nada. Pero tampoco Lula debería confiar en ellas por la victoria malograda que expusieron en los medios. El pronóstico de lluvias en San Pablo acertó con exactitud lo que las consultoras no pudieron.