Año 1321, en Ravenna. Dante Alighieri yace en su lecho de muerte. Enfermo de malaria, delira. La última noche de un poeta es siempre una idea sugestiva, pero no es eso lo que se ve. Se escuchan, en cambio, las voces incorpóreas e indefinibles del delirio y sus posibles materializaciones. De eso se trata fedeli d’Amore, un políptico en siete cuadros, que el miércoles 5 a las 20.30 tendrá su última función, con subtítulos en castellano, en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín (Avda. Corrientes 1530). La producción del Teatro delle Albe de Ravenna (Italia) llegó a Buenos Aires con los auspicios del Instituto Italiano de Cultura y el Teatro Coliseo, en el marco del proyecto ITALIA XXI, con el apoyo de Embajada de Italia, Regione Emilia-Romagna y Ater Fondazione.
El texto del dramaturgo y director Marco Martinelli, que se proyecta desde el último Dante humillado en el exilio hasta el presente, hilvana varios lenguajes y sus pliegues. Lo que enseguida retumba en las innumerables voces de la extraordinaria actriz Ermanna Montanari y en la música de Luigi Ceccarelli. Una especie de cantata -más bien “parlata”, si cabe el término- en la que realidad política y metafísica, actualidad y espiritualidad sostienen las voces que reconstruyen el aura del poeta que huyó de la ciudad que lo condenó a la hoguera, del prófugo en su última hora.
“Tratamos de imaginar el momento en que muere el poeta que funda la lengua italiana, entre la malaria, la fiebre, el delirio. Trazamos una conjetura sobre lo que está más allá del personaje”, cuenta Ermanna Montanari a Página/12. “La figura que está en escena no tiene contornos, su forma es la voz y los sonidos. Imaginamos las voces de la alucinación, que no es la voz del poeta. Así apelamos a la niebla, por ejemplo. Qué nos dice la niebla de aquel amanecer de 1321 en Ravenna, que es mi ciudad; cómo nos suena hoy aquel relato en aquel paisaje”, agrega la actriz, reconocida en Europa por su sorprendente recorrido en la investigación de las posibilidades escénicas de la voz.
“Escribir un texto desde ese estado de inmaterialidad fue un gran desafío”, interviene Marco Martinelli. “Se parte de la niebla, acaso sin saber qué saldrá primero de esa idea, si el sonido o la palabra. En este sentido, se da un ida y vuelta constante con la voz y con la música, y en esa urgencia por decir, naturalmente surge la necesidad de usar nuestro dialecto, el romañol, que en todo caso podría definir esa niebla mejor que cualquier otra lengua”, sostiene Martinelli. El dialecto romañol -el mismo que Federico Fellini usó para decir “amarcord”, "yo me acuerdo"- funciona como una forma de sublimación del tiempo también en la dinámica dramática de fedeli d’Amore. “El dialecto es una lengua de poetas, una lengua de muertos, del pasado, que hoy hablan pocas personas. Explicita mejor la relación con la muerte, que de todas maneras, en la obra no es un final, sino el inicio de un viaje desconocido”, continua Martinelli.
En cada uno de los cuadros de fedeli d’Amore -nombre que viene de una de aquellas sociedades secretas tan comunes en la Edad Media, donde se reunían además de Dante otros poetas como los Cavalcanti y el Petrarca- “hablan” voces diferentes. Además de la niebla, está el demonio de la fosa donde son castigados los mercaderes de la muerte, el burro que llevó al poeta en su último viaje, el diablito que desata las peleas por dinero. “De alguna manera, en los que hablan se resumen los elementos de la naturaleza: el aire, el agua, el fuego, la tierra”, explica Ermanna.
Para Martinelli, en ese paisaje de voces se reivindica la dimensión política del poeta. “Dante fue un hombre político. De ahí su desgracia. El Dante que llevamos adentro es el golpeado, el exiliado, el que más acá del monumento es un hombre sufrido. Su elección de escribir en ese dialecto que no tenía estatuto de legitimidad ante el latín y que más tarde será la lengua italiana, es una decisión política, una lección política. Sin ir más lejos, porque desde la lengua materna logra fundar nada menos que una Nación”, se entusiasma el dramaturgo y director.
Ermanna Montanari y Marco Martinelli, compañeros en la vida y el teatro, se conocen de la escuela secundaria, donde ya discutían acaloradamente sobre poesía. “Ella en favor del Patrarca, yo para Dante”, recuerda Martinelli. En 1983 fundaron El Teatro delle Albe. “Pero más allá de las bromas, lo cierto es que la poesía siempre fue el motor de nuestras búsquedas y en este sentido, fedeli d’Amore viene a enriquecer la saga dantesca que junto con el Ravenna Festival comenzamos en 2017 con Inferno y más tarde con los otros dos cantos de la Divina Comedia”, agrega el dramaturgo y director. La música de Luigi Ceccarelli, Simone Marzocchi en trompeta, la dirección de sonido de Marco Olivieri, el diseño de sombras de Anusc Castiglioni, el diseño de iluminación de Enrico Isola y coordinación de Silvia Pagliano enmarcan la incesante investigación dramatúrgica y visual, que tiene en la alquimia vocal-sonora de Montanari su núcleo expresivo.
“Siempre asumí la búsqueda a través de la voz como un camino de conocimiento”, dice Montanari. “Desde muy chica siento una fricción entre mi condición de mujer y las cuerdas vocales que tengo, más gruesas de lo común, desproporcionadas con mi cuerpo pequeño. Por eso la voz es el lugar desde donde mejor comprendo este mundo en el que vivimos, inmersos en sonidos. Escuchar, entonces, es vivir, es decir aprender”.
fedeli d’Amore funciona también como una obra musical. Tanto, que como proyecto discográfico se puede escuchar en las plataformas de la web. “En el formato disco la obra asume otra dimensión. En el teatro, el público está inmerso entre las voces y la música, es parte de una ceremonia en la que todos, artistas y público, son parte de lo mismo. Por eso lo llamamos concierto”, concluye Montanari.