Tango feliz. Intrépido título para un disco de un género melancólico por antonomasia. Osado. “Una amiga me dijo que era como un oxímoron”, ríe quien lo ideó: Gabriel Rivano. Es él un bandoneonista que también toca guitarra y flauta. Pero además, un compositor con ancestro notable en su abuelo , uno de los pocos directores de orquesta que, como Anselmo Aieta, mantuvo en alto su amor por la Guardia Vieja, cuando el tango había virado hacia otro lado. “El nombre del disco se me ocurrió hace unos años, cuando un famoso programador de festivales europeo me habló de un festival de música y humor en un castillo de la república checa. Él se preguntaba si yo podía participar, porque mi música lo hacía melancólicamente feliz… así se me ocurrió lo de tango feliz”, vuelve a reír Rivano.
“La verdad es que personalmente veo la vida como una combinación de comedia y drama, y siempre me interesaron las músicas que combinan esos elementos aparentemente opuestos” se explaya el músico, que presentará su trabajo a dos fechas: el miércoles 5 de octubre en Bebop (Uriarte 1658) y el 20 del mismo mes a las 20 en Circe (Manuel Rodríguez 1559), junto a su banda estable (Abel Rogantini en piano, Diego Suarez en flauta, Leandro Savelón en batería y Fernando Galimany en contrabajo), más el Pato Villarejo en cello y el trombonista Santi Castellani como invitados.
-El tema que abre el disco podría ser una de las explicaciones del oxímoron. Se llama “Rainha Da Prainha”, y tiene un ánimo solar que no estaría teniendo nada que ver con “Nieblas del Riachuelo”, por decir.
-(Risas) La compuse después de encontrarme con una maestra ayurvédica muy sabia que vive en la única casa que hay en una pequeña playa muy aislada en Brasil. Pasó que ella estaba interesada en evolucionar en la música, y por eso pensé en componer algo emotivo y alegre que le sirviera de práctica.
Más tanguero se pone Rivano en la segunda pieza. Se llama “Cuarentena”, y le salió mirando televisión y “jugando a tocar la guitarra” durante las duras tardes de pandemia. “Lo de jugar es porque tocaba sin pensar mucho lo que estaba haciendo”, detalla Rivano, recién llegado de una gira a bandoneón solo por Alemania, Suiza y España. “En ese trance casero y pandémico apareció entonces este tema llamado que tiene un trasfondo ciudadano en el ritmo. Y al entrar el bandoneón casi inevitablemente se huele a tango, sí”.
Tango feliz es el número trece de un trayecto discográfico solista que nació en 1990 con Gabriel Rivano Quinteto y tuvo sus mojones más notables en Infierno porteño (2003) y Asado criollo (2006). “Varios de mis primeros discos eran impresionistas y de alguna manera más clásicos, con guitarra y violoncello o contrabajo, pero en este caso se destaca la presencia del piano y la batería como novedad”, cuenta.
-En “Un siglo después”, otra de las piezas tangueras, asoma el malevaje, pero un malevaje “feliz”, ¿no?
-Es que mientras se me ocurría, me surgió la idea de hacer una orquesta que uniera la música de mi abuelo y mi música, por eso ese título. Me parece que sí, que tiene cierta picardía no mordaz que le da un tono feliz.
-“59”, en tanto, mueve el péndulo anímico hacia algo más taciturno. ¿Coincidís?
-Lo compuse un mes antes de cumplir 60 (risas). Y, bueno, sí, tiene el peso del cambio de década.
-¿De dónde te bajó la impronta litoraleña que conlleva “El río que no vemos”, tal vez el tema más “folklórico” del trabajo?
-Una tarde sentí desde Palermo viejo, lugar donde vivo, un lejano aroma del río, y percibí ahí la influencia acuática que tenemos, que seguramente influye en lo emotivo, aunque no seamos muy conscientes de ello. Al mismo tiempo, el Rio de la Plata es afluente del Paraná y el Uruguay, motivo por el cual me bajó ese tema, cuya impronta litoraleña entendí que venía de ese río que en general no vemos. De ahí su clima.