Desde San Pablo
Es alta la volatilidad partidaria en Brasil, que incluso puede hablarse de la debilidad de sus fuerzas políticas si se compara su caso con otros países de América Latina. La diferencia resulta más notoria si se la vincula con su desarrollo económico, que en la región está por encima de todos los demás. Es una potencia con pies de barro en ese sentido. Scott Mainwaring, profesor asociado de la Universidad de Harvard, especialista en el tema y que además vivió aquí, lo sostiene en varios trabajos académicos. En uno de ellos, Brasil. Partidos Débiles, Democracia Indolente, sostiene que “comparados con los partidos de países más desarrollados de América Latina, los partidos brasileros son especialmente frágiles. De hecho, en relación al nivel de desarrollo económico del país, Brasil podría ser un caso único en el mundo de subdesarrollo partidario”. Este pensamiento explica una parte considerable de lo que sucede, pero no todo.
La actualidad se volvió vertiginosa camino al 30 de octubre porque Jair Bolsonaro y Lula da Silva están reacomodándose al nuevo escenario de la segunda vuelta. Mientras el presidente busca apoyos en una coalición de gobernadores afines, el líder del PT – que por su cohesión podría ser una de las pocas excepciones a la regla – apostó a la negociación con el MDB de Simone Tebet y el PDT de Ciro Gomes, dos árbitros de la instancia electoral decisiva -éste último ya anunció que lo respalda-.
Brasil no tiene una tradición arraigada de sistema bipartidista, ni de fuerzas centenarias o incluso nacidas a fines del XIX. No es la Colombia de conservadores y liberales, ni el Uruguay de blancos y colorados o nuestra Argentina de radicales y peronistas. Mainwaring escribió: “Por mucho tiempo Brasil ha correspondido a un caso de notorio subdesarrollo partidario. Los aspectos más distintivos de los partidos políticos brasileños son su fragilidad, su naturaleza efímera, sus débiles raíces en la sociedad y la autonomía que gozan los políticos de los partidos”.
Bolsonaro transitó por nueve partidos
Eso se comprueba hoy con el propio Bolsonaro, que llegó a la presidencia por una fuerza política, el PSL, y hoy va por su reelección por otra, el PL. Parecen lo mismo pero no lo son. Si se toma como punto de partida su ingreso a la política en 1989, el ultraderechista de toda derecha, ya transitó por nueve partidos. A saber: el Demócrata Cristiano del ’89 a 1993; el Progresista Reformista o PPR (1993-’95); el Progresista Brasileño (PPB) (1995-2003); el Laborista o PLB (2003-2005); el Partido del Frente Liberal (2005); el Partido Progresista o PP (2005-2016) donde el presidente batió su récord de permanencia con once años; el Social Cristiano (2016-2018); el Social Liberal (2018-2019) con el que llegó al Planalto, se peleó y se quedó sin partido entre 2019 y 2021 hasta que se sumó a su actual nomenclatura partidaria, el PL (Partido Liberal). Lo que se dice un saltimbanqui de la política brasileña.
La extensa dictadura brasileña (1964-1985) hizo una gran contribución a este parcelado territorio de la política partidaria. Mainwaring afirma en su trabajo que podrían contarse con los dedos de una mano las fuerzas que tenían cierta continuidad y solidez antes del golpe de Estado que destituyó al presidente João Goulart el 1° de abril del ’64. Menciona sobre todo al Partido Comunista brasileño y al Partido Socialista Popular.
Con la ruptura de la débil convivencia democrática, los militares prohibieron el funcionamiento de la mayoría de los partidos, proscribieron a sus políticos y crearon su propio sistema electoral basado en un bipartidismo amañado. Así nació ARENA (la Alianza Renovadora Nacional), la sigla de la que el régimen se valió para crear una base de apoyo a su continuidad y pasó a competir con el MDB (Movimiento Democrático Brasileño) de la reciente excandidata presidencial Tebet.
Una parodia de elecciones legislativas le dio formalidad institucional a la dictadura que siguió ejerciendo el poder con varios generales pasándose la posta del Ejecutivo. Fueron cinco: Alencar Castelo Branco, Artur da Costa e Silva, Emilio Garrastazu Médici, Ernesto Geisel y João Baptista Figueiredo.
Mainwaring deja al margen del subdesarrollo partidario a ciertas fuerzas de izquierda entre las que el PT ocupa el centro de la escena. “Los tres partidos de izquierda (el PT, el PPS y el PCdoB) son altamente disciplinados, son cohesivos en el Congreso y tienen fuertes vínculos con los sindicatos y los movimientos sociales”, describe.
Camino a la crucial elección de segunda vuelta, Lula optó por la búsqueda de los votos partidarios en el MDB y el PDT, pero partiendo de un contacto orgánico con sus líderes, Tebet y Gomes, su ex socio político. En el espacio nocturno dedicado a las elecciones de TV Globo, varios analistas de consultoras dieron indicios de lo que sucedió el domingo, y sobre todo con el voto que no percibieron hacia la candidatura de Bolsonaro. Explicaron, casi sin disidencias, que hubo un corrimiento del sufragio conservador hacia el presidente decidido a último momento. Lo ratificó la directora de Datafolha, Luciana Chong, y dio como argumento el voto anti-petista que elevó las chances electorales de la ultraderecha.
También dijeron una obviedad, que “Bolsonaro no cree en los partidos” y que los resultados demostraron una cosa: “se adelantó la segunda vuelta en la primera”. Por supuesto, advirtieron que “no hubo mala fe” y se quejaron de que el ministro Ciro Nogueira de la Casa Civil (una especie de jefatura de Gabinete), les recriminara los resultados: “Después del escándalo que cometieron, todos los electores del presidente Bolsonaro solo tienen una respuesta a las encuestadoras: ¡No responder a ninguna hasta el final de la elección!”, escribió en su cuenta de Twitter.
En estos días comenzó un realineamiento de fuerzas hacia el 30 de octubre donde los partidos, gobernadores y congresistas serán claves para definir al nuevo presidente. El ex militar, referente de la oleada neofascista que avanza en el mundo a paso redoblado, va por su reelección. Lula puede ponerle freno. Sacó 6.187.171 votos más. Aunque esa diferencia podría aumentar o disminuir. El histórico dirigente que nació a la política desde el sindicalismo y las huelgas metalúrgicas contra la dictadura tiene con qué. Bolsonaro también.
Pero Lula cree en los partidos políticos y su poder de transformación. Lo aplicó desde el PT. Su rival descree de esa herramienta y apuesta a las redes sociales, con su penetración en el mundo virtual. Paradójicamente, ahora necesita de las políticas de Estado que ignoró durante la pandemia para inducir el voto hacia su candidatura con altas dosis de asistencialismo.