Pensador original, filósofo, teórico y ensayista, profesor universitario –además de traductor y autor de poesías–, León Rozitchner (1924-2011) es un nombre fundamental de la intelectualidad argentina y latinoamericana. Joven estudiante en la París de posguerra, en plena recuperación y eclosión de la filosofía y el existencialismo, e integrante poco después –ya en Argentina– de la mítica revista Contorno, junto a David e Ismael Viñas, Ramón Alcalde, Noé Jitrik y Adelaida Gigli, entre otros, fue luego amigo de John William Cooke y analizó, discutió y polemizó, anclado en Marx y Freud (sin suscribir a algún “freudomarxismo”, tipo Marcuse), en torno a los procesos y fenómenos de conformación de la subjetividad moderna, el entramado institucional y normativo que condiciona (reprime y “programa”) a cada ser humano para “aceptar” el sojuzgamiento, sea por la religión, el Estado o la familia, cuando no el mismo sujeto, “autosujetado”. Sus temáticas recorren el “concepto universal” y la cuestión social, histórico-político concreta: Ser judío, Freud y los límites del individualismo burgués, Freud y el problema del poder y Malvinas: de la guerra sucia la guerra limpia son algunos de sus más notables y enjundiosos trabajos. A modo de “debida ceremonia póstuma”, la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” lanzó, en 2012, la colección Obras de León Rozitchner, una primera etapa que llegó hasta 2015, con siete títulos reeditados y once trabajos inéditos: Moral burguesa y Revolución (surgido de su experiencia en la Cuba revolucionaria de 1961-62), Levinas o la filosofía de la consolación (en discusión con Oscar del Barco, como parte del sonado debate “No matarás”), Cuestiones cristianas (polémicas escritas y reescritas durante la primera década del siglo XXI), y Persona y comunidad. Ensayo sobre la significación ética de la afectividad en Max Scheler (tesis con la que obtuvo el grado de doctor en Filosofía en la Universidad de París –Sorbona–, con la máxima calificación, ante un jurado compuesto por Jean Wahl como tutor, y Lucien Goldmann y Maurice de Gandillac), entre tantos más. Y desde 2021, se abrió una nueva etapa de estas Obras, como la anterior a cargo de Cristián Sucksdorf y Diego Sztulwark, donde se darán a conocer otra buena cantidad de textos inéditos en los que trabajaba Rozitchner. El primer título que aparece: Hacia la experiencia arcaica: lecturas y retazos.
La primera sección del libro estudia, reflexiona y debate con Castoriadis, Deleuze, Lefort y Marx. Con el primero, compartiendo intereses y disciplinas, Rozitchner lo ve más cercano a Lacan que a un Canetti; el lugar de la violencia en la psiquis: Castoriadis omite el miedo a la muerte, el terror, que mora y amenaza en el inconsciente de todo ser humano; y todavía más: el imaginario, en Castoriadis, carecería de una necesaria corporeidad y “del afecto, que es la materialidad sintiente que soporta lo imaginario”. Contra la “moda” instaurada desde 1990, tras la caída de la URSS y los Estados de Europa del este, de criticar a Marx, Rozitchner se planta a contracorriente: “lo importante: que seguimos pensando y recorriendo el pensamiento desde la estela del suyo, ya que somos sus hijos en el pensar teórico”. Marx: un “segundo apellido” que portan pensadores tales como Althusser, Lukács, Castoriadis mismo, Sartre, y el propio Rozitchner. En su texto sobre Deleuze, se cita nuevamente a Canetti y se defiende una versión del Edipo en Freud, como “acontecimiento estructurante” de la subjetividad, tema al que vuelve una y otra vez. Las líneas que dedica a Lefort cruzan la crítica a la religión desde la filosofía, y se amplían a los temas de la historia y la política, incluyendo la del líder populista y la subjetividad en las masas (para un caso como la Argentina, en la década noventista). Y en uno de los varios textos dedicados especialmente a Marx, “El materialismo sin mater en La ideología alemana” (2004), Rozitchner retoma textos clásicos como Tótem y tabú y El malestar en la cultura, y la crítica de Freud al comunismo, por alejar la atención de una forma primaria/primera de propiedad: la que se ejerce en la familia patriarcal. Aclara en una nota: “la razón patriarcal es una forma de apropiarse de la capacidad significativa de las mujeres, y de su proceso de producción de hijos, los cuales son expropiados como propiedad del padre o del Estado”. Se trata para Rozitchner de sumar al análisis marxista del modo de producción económica el modo de producción de subjetividad, así conste de imágenes simbólico-imaginarias vetustas: “Por eso el cristianismo, luego de dos mil años, puede servir de fundamento imaginario, ilusorio y fantasmal a la forma más desarrollada del capitalismo”.
La segunda sección incluye lecturas, anotaciones y más polémicas: con Giorgio Agamben, portador de una filosofía que no reconoce la conciencia adulta a partir de la previa, la de la subjetividad del niño durante la infancia; con Lévi-Strauss, de quien critica el “dualismo a ultranza” en desmedro de una visión dialéctica, y hace el rescate de su crítica a la racionalidad de la Europa cristiana-capitalista; con Lacan y Laclau –y Althusser, mentor o influencia “estructuralista” decisiva en aquellos dos–, con sus discursividades sin anclaje material-corporal; y con los argentinos Carlos Astrada y Horacio González. Feroz crítica a Astrada, quien “sustituye la atracción campesina por la tierra que desplegaba Heidegger por la atracción por la Pampa del paisaje nacional” y “encuentra la realidad nacional argentina con las categorías de la mitología nibelunga”, mientras que con González el debate se da en el terreno político, sobre el colectivo intelectual Carta Abierta, en los años 2009, y en otro texto –una reseña– comenta favorablemente el libro La crisálida.
En “El capital”, texto fechado en 2004, constata: “En el país de la corrupción generalizada, de la alienación generalizada con la vigencia del dinero como medida universal de todas las cosas y de sus valores, es decir, del hombre, ya casi no queda intersticio para la crítica que interese a la gente sobre su propia ubicación en el sistema que los destruye”. Rozitchner dedicó sus pensamientos a los vastos horizontes humanos: históricos, sociales, e individuales: la filosofía y la política, la guerra y su “materialismo ensoñado”, la subjetividad y la conciencia, la violencia, los líderes y el terror, temas, tramas, que aparecen amplia y profundamente desplegados en sus grandes obras como Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política, y La Cosa y la Cruz. Cristianismo y capitalismo. Es el pleno poder de la negatividad. Que ruge.