“Vas a ver danza hoy y hay mucho de improvisación, de creación colectiva, cosas que se empezaron a dar con Patricia en los ’60. En esa época la danza era algo muy rígido, muy jerárquico, la clásica y la moderna. Venia un coreógrafo y te decía: ‘Te movés así y así’ y listo. La danza contemporánea recién arrancaba, no había grupos independientes casi. Y Patricia planteó esta cosa revolucionaria: la expresión corporal, que era danza”. Quien habla es Silvina Szperling, guionista y directora de Vikinga, largometraje documental sobre Patricia Stokoe (1919-1996), la creadora de la Expresión Corporal en Argentina, que el miércoles 5 a las 18.45 tendrá su última función en el cine Gaumont y desde el 15 podrá verse en el Cultural San Martín.
“Es difícil dimensionar lo que significó Patricia no sólo en la danza, también en la música y en la pedagogía. Introdujo la expresión corporal en el Collegium Musicum de Buenos Aires, en la formación de las maestras jardineras, creó el Profesorado de Expresión Corporal primero en su propio estudio, y hoy se enseña un profesorado y una licenciatura en danza con orientación en expresión corporal en la UNA (Universidad Nacional de las Artes). Lo que ella sistematizó tiene nivel universitario. Y el impacto que tuvo en el interior del país y en el exterior fue enorme”, advierte la realizadora, quizás alumbrando la elección del título del film.
Con tono intimista, confesional y por momentos muy conmovedor, la obra se adentra en el estudio de la calle Monroe, que aún sigue en actividad conducido por Déborah, la hija de Stokoe. Ahí ingresa Szperling, no es una visitante “neutral”. A los 8 años comenzó a tomar clases de expresión corporal en esa casona del barrio de Belgrano y siguió formándose durante una década. Bailando, estudiando, ensayando y creando, ya que integró el grupo Aluminé, que dirigió Stokoe y fue el semillero de obras rupturistas. “Yo vivía en el estudio: tomaba clases, también tomaba otras clases más especiales que se llamaban Formación Artística, que eran muy a fondo. Hice el profesorado de expresión corporal, ensayábamos para Aluminé”, describe.
Déborah y Silvina eran compañeras en las clases de Patricia, hija de ingleses nacida en Buenos Aires y formada como bailarina en la Royal Academy of Dance de Londres. La cámara registra el encuentro de estas dos mujeres que bailaron en Aluminé, el archivo que la hija de Stokoe le comparte con generosidad y amor: audios de la madre contando aspectos de su vida durante la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra, videos que muestran a Patricia en clase con sus alumnas, el vestuario que usó cuando integró en Londres la Anglo-Polish Company. De a poco, el film comienza a abrirse: se suman otros testimonios. Hay entrevistas a Perla Jaritonsky (docente en el estudio), a Marcela Suez y Olga Nicosia (la primera devenida un referente del flamenco en el país, ambas fueron compañeras de Silvina y de Déborah), una charla vía WhatsApp con Leslie (la otra hija de Patricia radicada en España), la voz en off de Marina Gubbay (profesora de danza fallecida recientemente, que articuló danza y discapacidad y dio un testimonio estremecedor sobre el rol que tuvo Patricia en su vida).
Ingresan otras personas y otros paisajes, porque muchas escenas se rodaron en Bariloche y en Península San Pedro, a pocos kilómetros de esa ciudad. Allí, Patricia y su marido, el arquitecto húngaro Georges Kalmar, construyeron una cabañita donde pasaban los veranos con sus hijas. Kalmar era músico: tocaba el oboe y fue uno de los fundadores del Camping Musical Bariloche. De algún modo, la película se vuelve colectiva: muchas de las jovencitas que entonces formaban parte de Aluminé y pasaron algunos veranos en el sur animándose a trekkings por la montaña, hoy vuelven a esas geografías, impulsadas por la evocación de Patricia. Bosques, senderos, picos, viento, tai chi al borde de un lago, recuerdos de aventuras del pasado, enmarcan buena parte del film.
“Se empezó a congregar un montón de gente al hacer la peli. Me interesó jugarme a nivel personal un poco más, hacer algo también un poco autobiográfico”, comenta Szperling. El film transmite la vitalidad, la curiosidad y el compromiso de una mujer que se atrevió a derribar fronteras, a integrar disciplinas que solían estar estancas. “En Londres se formó como bailarina y se lesionó bastante. En ese momento, esa capital fue un punto de reunión para muchos artistas e intelectuales de vanguardia. Patricia absorbió eso, empezó a interesarse por toda una serie de conocimientos nuevos, con otros principios. La improvisación, la música en vivo, la anatomía, el método Feldenkrais, los desarrollos de Rudolf Laban, más tarde Gerda Alexander y la eutonía”, comenta la cineasta.
Esta nueva manera de entender el cuerpo, el movimiento y la danza es la que trajo a Buenos Aires en 1950 y sistematizó en el Profesorado de Expresión Corporal. “Estudiábamos muchísimo y de todo. Dinámica de grupos, etapas evolutivas, sensopercepción, anatomía. Patricia convocaba a profesionales de distintas áreas para integrar el conocimiento y escapar de la dicotomía mente-cuerpo. Nuestra danza se inspiraba en las sensaciones corporales, en las características del movimiento y en las demás artes: la fotografía, la poesía, la música, la pintura. Los espectáculos de Aluminé tenían una base pautada y un espacio para la improvisación. Y la identidad de cada intérprete aparecía en las obras. No había una gran diferencia con la danza contemporánea, era parte de la misma familia. De hecho Aluminé participó del ciclo Danza Abierta, que reunió a la danza independiente en los ’80. En plena dictadura, el estudio de Patricia, todo lo que se hacía ahí, era un refugio”, recuerda Silvina.
El origen de Vikinga se remonta a la pre-pandemia. Año 2016, 2017. En el Estudio Stokoe-Kalmar, como se llama actualmente, se realizaba la obra La casa habitada. “Era una propuesta site specific con bailarines que recorrían el espacio, Deborah tocaba el violonchello al final. Me movilizó ver cómo ese espacio se conservaba igual. El patio, el ventanal, el salón con el piso de madera. Sentí que ese lugar era un archivo vivo, fue muy conmovedor y sentí que Patricia no tenía el reconocimiento que se merecía. Tuve ganas de sumergirme en ese mundo 40 años después”, dice Silvina. El resultado de este profundo proceso de investigación y creación, que contó con el apoyo del INCAA y del Fondo Nacional de las Artes y fue producido por Salamanca Cine, se podrá ver en el Centro Cultural San Martín los días 15, 20 y 28 de octubre a las 19. Además se sumará una proyección especial en Tandil el 3 de octubre y el 12 desembarcará en el Festival Oberá de Misiones.