Si los videojuegos no existieran, habría que inventarlos. Si la pizza no existiera, lo mismo. Y si las Tortugas Ninja no existieran, pues también. Porque de algún modo algo extraño, ese dibujo hecho medio en joda, medio en serio, por dos compañeros de estudio para parodiar a Daredevil, se convirtió en un ícono cultural. Y a esas cuatro TMNT que revitalizaron los nombres de los grandes renacentistas (Leonardo, Raphael, Donatello y Michelangelo) se sumaron mentores y aliados (Splinter y la periodista April O'Neill), y unos villanos entre terroríficos y bizarros (¿cómo olvidar a Bebop y Rocksteady, o al inefable alienígena Krang en su exotraje de pelado botón?).
Ahora que Konami sacó la compilación de videojuegos TMNT: The Cowabunga Collection se da la excusa perfecta para revisitar a estos personajes, su historia y ver por qué siguen siendo tan, tan gancheros para distintas generaciones. El bundle fichinero reúne clásicos del arcade que desfilaron por Family Game, Super Nintendo, Sega y GameBoy, son todos de un modo u otro "de pelea" y bien intensos, y seguramente dejaron callos en los dedos infantiles de más de uno que hoy ronda los 35.
La Cowabunga Collection, que se consigue para PS4 y 5, Nintendo Switch y X Box Series X/S y XBox One fue producida por Konami y tiene algunos clásicos entrañables tanto del arcade (que en su momento permitía jugar con los cuatro personajes al mismo tiempo y era uno de los pocos donde se podía) como de las consolas hogareñas de 8 y de 16 bits, aunque adaptados a esta era con el simple artilugio de permitir salvar las partidas. Algunos, como el TMNT Tournament Fighters (de cuando las tortus se subieron al boom del Street Fighter II y el Mortal Kombat) incluso tienen una funcionalidad para jugar online.
Además, el paquete incluye una suerte de museo virtual ("Discover the Turtle's Lair") donde se escucha la música retro de los juegos y se sugiere "dejarse llevar por la nostalgia". Para quienes conocen a las Tortugas desde hace poco, más que nostalgia es un viaje fascinante al universo creativo que les dio vida. Y para veteranos de la pizza con de todo, menos con anchoas, hasta está la posibilidad de acceder a los manuales originales (muy esquivos, por entonces). Es que, además, las tortus tienen una historia bastante rica e insospechada para muchos.
► Tortugas... ¿Adolescentes? ¿Mutantes? ¿¡Ninjas!?
Su origen se remanta a 1984, cuando Peter Laird invitó a un joven Kevin Eastman a compartir estudio y, en chiste, dibujaron una tortuga, le pusieron antifaz y empezaron a boludear sobre una idea, a modo de parodia de Daredevil. Así, en lugar de pelear contra los ninjas de La Mano, las tortugas se fajaban contra los esbirros del Clan del Pie (Foot Clan); y, al igual que el "hombre sin miedo", los quelonios obtenían sus poderes de un derrame radioactivo.
La cosa es que, como advierte la frase, era un chiste y quedó. Las tortugas adolescentes mutantes ninjas fueron creciendo en las cabezas de Eastman y Laird y terminaron fundando un sello, poniendo guita en publicidad en las revistas-guía comiqueras de la época y agotaron la primera tirada, que no fue grandiosa ni siquiera para los estándares de hoy (3250 ejemplares) pero ofrecía algo tan pregnante en su diseño que lejos de bajar, como suele suceder, en los números siguientes fue vendiendo más y más.
Menos de cinco años después tenían dibujo animado y la tercera línea de juguetes más vendida de Estados Unidos, apenas por detrás de los de G.I. Joe y Star Wars. Y su primer videojuego, también. Es más, su primera película con actores fue la más taquillera para el cine independiente norteamericano del año de su estreno, 1990. Zarpado es poco.
¿Por qué funcionaron tanto? Con el diario del lunes es fácil hipotetizar: convirtieron en bichos cool y mega poderosos a animalitos que, de otro modo, suelen ser descritos como lentos y no muy avispados. Son ninjas (eso siempre es cool) y mutantes (que estaban de moda hace 40 años y sirven para seguir explicando lo que sea hoy también), tienen personajes secundarios increíbles (los secuaces mutantes del villano Shredder son hermosos) y, como sucede con muchos otros personajes exitosos que devienen íconos, un potencial casi ilimitado para pasar de un estilo gráfico a otro.
Pero hay algo más ahí. En el fondo, las cuatro tortugas son un grupo de amigos que se junta a comer pizza, tomar birra y, de tanto en tanto, hacer la gran Cantoná y salir a darle una buena patada en la cara a los fascistas. Dos cosas que muchos jóvenes hacen; y una cosa que muchos querrían hacer. Esa es la idea germinal que se cruza con ese potencial gráfico ilimitado.
► Eastman y Laird: papás tortugos
El cómic original era todo lo punk que podía ser. En su estilo gráfico -blanco y negro, crudísimo-, en su concepto. Pero, en el proceso de volverse mainstream, las tortugas adolescentes ninjas... mutaron. Incluso a veces más de lo que a sus creadores les hubiera gustado, según admitieron. Y esa mutación sigue en tensión en cualquiera de sus iteraciones. Porque aún la versión más infantilizada de los personajes conserva un destello bardero en el brillo de los sais de Raphael; y ni la versión más salvaje puede librarse de la caricatura que representan Bebop y Rocksteady.
Eastman supo reconocer que permitieron que los lados más loquillos de las adaptaciones se hicieran y que hasta los disfrutaron, pero porque mantuvieron los originales como propios. Esto habría que matizarlo, porque la dupla fue la fija de los créditos del cómic en los primeros 23 números, menos de dos años. Desde entonces y por los siguientes tres o cuatro años, la serie (ir)regular se sostuvo gracias a dibujantes y guionistas invitados. Es que la tortumanía había crecido tanto que, en un punto, sus creadores eran más administradores de una franquicia que artistas.
"Hay cosas a las que desearíamos haberles dicho que no", admitió en algún punto Eastman. Y su compañero llegó a poner por escrito que lamentaba el tono más suave de la serie animada. Vueltas que da la vida, Eastman fue el primero en alejarse. Le vendió su parte de las cañerías de Nueva York a Laird y, con el alejamiento, ganó un poco de aire y perspectiva. Cuando el cómic finalmente recaló en IDW Publishing, hace algunos años, lo hizo con su firma.
Laird, en tanto, había seguido haciendo crecer el negocio hasta perder el cariño por los lápices. Ahí se rescató y vendió todo. "No sé cuándo fue la última vez que salí con un anotador para dibujar por gusto", declaró. Estaba quemado.
A casi 40 años de su invención, las tortus siguen siendo unas encantadoras eternas adolescentes y nos recuerdan que, si pinta, podemos ponerle cualquier cosa que se nos ocurra a la pizza. Menos anchoas, que a ellas nos les gusta.