Desde Londres
A solo cuatro semanas de ser elegida líder del Partido Conservador y primera ministra, el discurso de cierre de Liz Truss ante el Congreso anual partidario debía ser su hora de gloria, el momento de anunciar al mundo que estaba librando al Reino Unido de las cadenas que le impedían volver a la cúspide global. Con el giro de 180 grados que dio este lunes respecto al recorte impositivo a los más ricos, con miembros de su gabinete desautorizándola y sus propios diputados en estado de rebelión, Truss solo logró sonar desafiante, como alguien que intenta salvar la cabeza de la fatal guillotina con un grito victorioso.
Normalmente los discursos de cierre de los congresos partidarios, uno de los grandes eventos del calendario político británico, duran entre una hora y hora y media porque sirven para que los líderes den una panorámica de la situación nacional y global y de los planes que tiene el gobierno (o la oposición) para los próximos 12 meses. En este caso duró poco más de 30 minutos: se trataba de evitar nuevos tropezones. No lo logró: la libra y los bonos cayeron poco después de su discurso. Es lo que pasa cada vez que ella o su inefable ministro de finanzas, Kwasi Kwarteng, abren la boca.
El plan Truss-Kwarteng
A regañadientes Truss reconoció que en el presupuesto de la discordia, presentado el 23 de septiembre, había habido errores, pero reivindicó su espíritu y su letra con el dogmatismo ultra neo liberal que la caracteriza. “El desafío que tenemos delante es inmenso. Una guerra en Europa, un mundo más incierto tras el Covid, una economía global en crisis. Por eso los británicos tenemos que cambiar de rumbo. Y cuando hay cambios hay disrupción. No todos estarán a favor. Pero todos se van a beneficiar de una economía que crece y que nos llevará a un futuro mejor. Por eso tenemos un plan claro que vamos a ejecutar”, dijo Truss.
El plan sale de las páginas del libro que el dúo dinámico Truss-Kwarteng publicó en el 2012, Britannia Unchained. Esta “liberación de las cadenas” que oprimen a Gran Bretaña es la reducción masiva de impuestos a los más ricos y las corporaciones, el ajuste del gasto público y la lucha frontal contra el sindicalismo.
En su discurso ante la conferencia, la primera ministra reivindicó otro pilar del presupuesto: la ayuda a los hogares y empresas para lidiar con el aumento del gas y la electricidad. “Nuestra respuesta a la crisis energética es la parte más importante de nuestro presupuesto”, dijo Truss.
En agosto había una sola voz que se alzaba contra esta ayuda: la de la propia Liz Truss que no quería saber nada con que el Estado proporcionara ayudas. El peligro de que miles de empresas fueran a la quiebra y decenas de miles de hogares terminaran en la “pobreza energética” (destinar más del 10% de los ingresos para gas y electricidad) o la destitución de los sin techo, terminó doblegando su intransigencia.
Este giro de 180 grados tiene un problema. La ayuda costará 60 mil millones en los próximos seis meses, unos 150 mil millones si se extiende más allá. Truss rechazó la propuesta laborista de un impuesto a la renta extraordinaria de las petroleras y energéticas que han hecho su agosto con la crisis. Pero además anunció recortes impositivos de 45 mil millones de libras.
Aumento masivo del gasto, recorte masivo de los ingresos da un resultado: las cuentas no cierran. Solo una intervención del Banco de Inglaterra de 65 mil millones de libras la semana pasada aquietó un poco las aguas turbulentas de los bonos soberanos británicos y la libra esterlina. La intervención buscó darle tiempo al gobierno, pero tiene un límite: el próximo miércoles.
Así las cosas, Truss tuvo que hacer otro giro de 180 grados el lunes respecto de una de las medidas centrales del presupuesto: la reducción impositiva a los que ganaran más 150 mil libras (que pasarían de pagar un 45% a pagar un 40%). La calma de los mercados duró unas horas porque las cuentas siguen sin cerrar y el gobierno parece perdido en la niebla.
Por el lado de los números la marcha atrás de Truss-Kwarteng solo constituye dos mil millones de libras de las 45 mil millones de reducción impositiva. Según publicó hoy el semanario conservador The Economist, los mercados financieros mundiales, en estado de turbulencia global, ya han elegido el eslabón más débil de la cadena en el mundo desarrollado: la libra británica. Pero además, a nivel político, hay un consenso en todos los medios de que esta Conferencia anual de los Conservadores fue una de “las más desastrosas de cualquier partido que uno recuerda”.
Rebelión en la granja
El martes el congreso parecía un campo de batalla. En una entrevista con la BBC la ministra del Interior Suella Braverman dijo que estaba muy “defraudada” con el giro de 180 grados sobre el impuesto a los ricos y que había un complot en marcha entre los diputados conservadores para provocar la caída del gobierno.
Braverman, que a pesar de su origen indio es del ala dura anti-inmigratoria, apuntaba a dos diputados y ex ministros de Boris Johnson, que habían criticado la reducción impositiva: Michael Gove y Grant Shapps. Ese mismo martes Shapps había lanzado una advertencia ante el Estado de las encuestas que le dan a los laboristas entre 25 y 30 puntos de ventaja. “No creo que los diputados conservadores se crucen de brazos si las encuestas siguen así. Los próximos 10 días serán fundamentales”, dijo Shapps.
La rebelión entre los conservadores se extendió a uno de los planes gubernamentales para financiar la disminución impositiva: el recorte a los beneficios sociales. En una entrevista Truss se negó a descartar que los beneficios sociales pasarían a alinearse con el ingreso promedio (un 6% de aumento promedio) y no con la inflación (un 10% o más): esto ahorraría unas 4 mil millones de libras.
Dos miembros del gabinete de Truss, Penny Mordaunt y Robert Buckland, lideraron la carga en contra de esta posible medida. “Siempre he estado a favor de que sean las pensiones o nuestro estado de bienestar se alinee con la inflación. No podemos dar con una mano y sacar con la otra", dijo Mordaunt.
A este panorama turbulento se suma una dosis incuantificable de inestabilidad porque la realidad es que nada está decidido sobre este presupuesto que levantó tanta polvareda financiera y política. Por un lado, los números finales del gobierno recién se presentarán a fines de noviembre junto con la evaluación de su impacto a cargo de la autárquica Office of Budget Responsability. Pero además, el presupuesto tiene que ser aprobado por el Parlamento.
Con el deterioro interno del oficialismo, no se descarta que muchos conservadores hagan causa común con la oposición si Truss no hace unos cuantos giros más de 180 grados. Esto pone a la primera ministra entre la espada y la pared. Es game over si no da marcha atrás y el Parlamento no le aprueba el presupuesto, derrota que equivale a una moción de censura. Pero si da marcha atrás, su proyecto político- económico, quedará vaciado de todo sustento y credibilidad.
Aplausos vacíos
Los británicos son tradicionales y amantes de los protocolos. El protocolo de estos congresos es que los líderes son aplaudidos y hasta reciben ovaciones de pie. Con los conservadores basta con alzar la voz para criticar, como hizo Truss, a sus bestias negras: la Unión Europea, los sindicatos y lo que ella llamó la “coalición contra el crecimiento”. Pero el protocolo no escrito establece también que este ritual de buenos modales no dura.
En 2003 el líder del Partido Conservador, Ian Duncan Smith, recibió 19 ovaciones de pie en su discurso de cierre del Congreso partidario. Unas semanas más tarde el Partido parlamentario le retiró la confianza: adiós Duncan Smith. Por supuesto Duncan Smith era líder de un partido en la oposición y Truss es primera ministra, pero el ruido de fondo es ensordecedor. Truss apuesta a que en seis meses la economía responda con un crecimiento vigoroso y toda esta crisis pase al olvido. Ninguna de estas dos condiciones está garantizada. Y a la vista no hay ningún plan B.