Para María el nombre era pesado. No había levedad nominal. La segunda mitad del siglo XX no había llegado a su aparato. Entre las palabras y las cosas no había aún divorcio, ni separación de hecho, muy por el contrario, cargaba con una gravedad vívida sólo asemejable al animismo primitivo. La amnesia de 50 años de juegos lingüísticos tenía sus costos. Negar la elefantiasis de la deconstrucción y el probabilismo de la polisemia no le era gratuito, la conducía a un plus de trabajo mnémico inexorable para su supervivencia.

Era cosa de formas, pero no había mucho lugar en cada forma. "Una forma=una cosa, y se acabó, Mario". No había una forma que implicare +o‑ una cosa, había una forma para una cosa. Tampoco había una forma para la nada, era eso un tonto paralogismo para María. Menos había aún que una palabra aludiere a muchas cosas, "...todo está hecho artesanalmente‑ decía, en voz ostensiblemente infantil‑ son cajitas, y en cada cajita una cosita".

Este artesanato psíquico le traería embarazosas situaciones diarias. María no podía olvidarse el nombre 'billetera' porque de hacerlo perdía su dinero, o, de la misma suerte, no podía olvidarse de 'pastel de papa' porque perdía el objeto de su apetito o el apetito mismo (olvido que, repetido durante 15 días consecutivos, la podría conducir a una indeseable fatalidad). Esa necesidad de recordar la tenía descuidada de los enseres o aseos domésticos, también de la seducción o del coqueteo, nada de eso le era de importancia, ni sus ojos ni su mobiliario francés renacentista. Su mayor miedo estaba, tristemente, en la pérdida de memoria. Cada mañana estilaba decirse lo mismo. Era una salmodia, en su cantinela estaba el valor de su desesperación. ¿Cómo le pediría un lápiz a la librera si un día olvidara 'lápiz'? Eso le impediría radicalmente el uso. ¿Cómo usaría un lápiz si lo perdiera? Lo usaría como 'lapicera'. ¿Y si perdiera lapicera? Lo usaría como 'papel', cuya proximidad por contigüidad es tan íntima como la proximidad por funcionalidad lo era entre lápiz y lapicera. Aunque eso, a la par, la vería obligada a dar explicaciones suplementarias:

-‑Por favor, podría alcanzarme el papel.

‑-Tome.

‑-No, el papel para dibujar.

‑-Bueno, señorita, éste le puede servir para dibujar también.

‑-No, es que yo escribo con papel.

‑-¿Cómo con papel? Con lápiz.

‑-No, con papel, se llama papel.

‑-¿Cómo va escribir con papel? Quizás quiso decir 'escribir en papel'.

‑-No, dije bien, con papel, ¡Con papel!

Y así, una frase llevaría a la otra, y la última a las piñas, salvo por el hecho de ser una dama, lo que la exoneraba de la manifestación boxística con la que suele concluir el malentendido masculino. Bueno, y ni hablar si usara 'lápiz' como 'cuchara'. La serie de dimes y diretes la encontraría denunciada al *911 o encerrada en el Suipacha.

Era un asunto de formas, pero de una deformidad inusitada. Con su nombre pasaba lo mismo. Y cada vez que se enrostraba a una 'Mariana' se le paralizaba la mitad de su cuerpo, en una hemiplejia transitoria digna de histerias sXIX. O cuando se enfrentaba a una 'María' tenía un espasmo agudo símil a un ACV, pero de duración limitada y sin efectos neurológicos: "toda María iba a parar a la otra María", recitaba María Teresa, su mamá, a la que María sólo conocía por su segundo nombre.

Eran innombrables 'Las Marías' porque de sólo nombrarlas se metían en su cajita, tan céleremente, que el arrebato era automático. Todo su cuerpo poseído por una pronunciación homonímica. Era inconcebible la probabilidad de que un nombre contenga 2 referencias, ni acaso 3, mucho menos 400, en ese caso sería epiléptico para María.

Eso la entregaba al resguardo permanente, fundamentalmente de su delicado nombre, tan expuesto a la analogía, que su integridad era amenazada por cada similicadencia u homofonía. Había 43 'Marías' en su barrio. Eso la tenía aislada, sabía por dónde caminar, como el fóbico, tanto para ir a la peluquería como para ir a la despensa. Sabía que no tenía que caminar por Avenida Pellegrini porque a la altura del 1300 tenía su domicilio María Julia Saccani, o que no iría al Colegio Cristo Rey porque ahí iban María Cuagliaro, María Isabel Defino, María Victoria Cirpiani, María Pandolfi, María Julia Silva, María Pía López y María José Menegueti, a las sólo nombraba por su apellido.

"Esta María, esta María", decía Mario.

Mario no era feo en universal, no contenía una fealdad comparativa por antítesis al modelo estético de algún epicentro europeo, como el romano o el parisino. No. No era feo en general, Mario era feo en singular. Por ocasión era feo, lo encontraban feo en cada oportunidad, y él, por añadidura, se sorprendía feo cada vez. La frecuencia repetitiva con la que volvía a pescarse feo estaba convenciéndolo, porque de las 24 horas sólo 6 las asignaba al sueño, que nunca recordaba, y el resto de las 18 las distribuía laboralmente entre la cadena montante de La General Motors (12 horas) y la atención al cliente en el bar del Monumental (6 horas). En esas 18 horas se encontraba por día con unas 305 personas, lo que le daba un subtotal de 2135 por semana, uno de 9150 por mes de 30 días y 9455 por mes de 31, y un total de 111.325 personas por año con los que ocasionalmente se enrostraba a su fealdad. Sin excepción, cada uno de esos 111.325 darían testimonio de éste milagroso hecho trágico que se posaba facialmente sobre Mario. Yo no hubiere resistido acaso ni un 15% del total de esas ojerizas. Y él, aún, con un inimitable esfuerzo de falta de memoria, a veces insuficiente, lograba hacer frente permanente a la fea evidencia cotidiana.

"Ando cansado, viste, hasta cuándo, viste, una cosa que me lo digas vos, viste, pero el sobrino de 4 años de Carmen, los gemelos de la Carmen, la Carmen, la madre de la Carmen, las tías viudas de la Carmen, el abuelo y el bisabuelo de la Carmen, la nona de la Carmen, el marido y los tres ex maridos de la Carmen, viste, ya es un exceso de coincidencias, por menos cuatros generaciones de acuerdo, viste, debe de ser cierto, tiene que ser así, entonces. ¿O no? ¿Qué te estaba diciendo? ¿De qué estábamos hablando? Ando cansado, viste, hasta cuándo, viste, me olvido de lo que estoy hablando, así no se puede vivir". Tiene razón, Mario, pero también tiene razones para negar a cien mil miradas anuales de deterioro facial, el pobre está sometido a su carta de nacimiento. Parece un destino, una fealdad de destino. Habría que conocer a sus padres.

El hecho no tan ingrato, por lo menos, es que su rostro se adjudica el estatuto de chiste, y circula de boca en boca, y de muro en muro, a la velocidad de la belleza o de la pornografía, con quienes su fealdad mantiene una relación de próxima lejanía en cuanto a plusvalías. Está expuesto a la mirada ligera más trivial, en ésta 2.0 lo levantan todas las franjas etarias y todas las clases sociales, básicamente, es una fealdad apta para todo público. Y no hay facciones respecto a su fealdad, goza de un consenso absoluto, al igual del que goza una foca polar bebé pero respecto a la ternura.

La amnesia, y el hecho fortuito de que María, aún viéndolo feo, haya puesto su fealdad en la cajita de "preciosura", lo hacían sobrevivir. "Mario, mi preciosura", es lo que escuchaba decir a ella, una, y 34.5672.987 veces, aun cuando en cada vez haya querido decir otra cosa, "mi Frankenstein", o "mi horrible monstruo", o "mi tentempié", o "mi  litósfera", pero tampoco es claro, con María nunca se sabe, podría haber querido decir eso mismo o cualquier otra cosa. Y así, él lograba, con estas dos contingencias, no verse feo de modo apriorístico, ni atribuirse una fealdad innata, permanente o de destino, porque su olvido y la nominación compulsiva de María aquilataban ese juicio diario.

Mario y María, tenían un amor de milagro. Un amor radical, radicalmente equivocado u olvidado de memoria. Difícil de entender, no imposible. Lo cierto es que se los ve juntos desde tiempos inmemoriales. Ellos no saben el tiempo que están juntos, ni acaso que están juntos desde aquel impreciso tiempo. Mientras ella dice que hace tres muebles que se conocen, él insiste en que hace 20 años que su preciosura lo sostiene como el salbutamol al asmático, o hace 16, o 12, o 5, o de qué amor me estás preguntando, quién es María. Y a ese amor lo verán rápidamente disuelto "por problemas de comunicación" a 15 minutos de haberlo visto constituirse. Aunque a los 3 minutos lo verán restituido al comulgar haberse conocido en "Tegretol" (término que usa María y que Mario consiente sin recordar). Es improbable que eso sea un lugar, empero es todavía más improbable saber qué sucedió realmente. Su amor por error de sintaxis y falta de memoria hace fracasar todo intento de fechar que venga de algún mortal, aun siendo epistemólogo crítico. Quizá algún semidiós pueda algún día hacerlos amar con certeza, pero es para mí insospechable y sospecho no deseable.

¿Se aman? Esa es mi hipótesis, no porque se lleven lindo, sino por la contingencia milimétrica que incomprensiblemente los hace encontrarse desde el primer día como el primer día aunque sean 1.409.617 primeras veces en el lapso de 365 días las que cuentan por 1 amor, el azarosamente suyo, el que entra en una cajita, "amor=preciosura". Ahora, esa suma de equivoca semántica y olvido los expone a la pérdida no así al despecho. Habría que considerar la posibilidad de que con todo esto estén olvidándose constantemente que ya se abandonaron, o que creen amarse cuando en verdad están aseándose u odiándose. No está mal, es una hipótesis para un tango. Pero es inconsistente, ya que nunca escuché algo semejante ni de Mario ni de María. Y prefiero no hablar por ellos.

Es claro que prefieren olvidarse para mantener el amor, aun corriendo el riesgo de perderse, o de lisa y llanamente de no reconocerse. ¿Dos perfectos idiotas? No. No para mí. Me generan, por cierto, cierta filantropía amorosa. Habría que ver cómo hacen con la EPE o con la AFIP, si viven de alguna pensión o si recibieron una herencia que se las administra algún familiar o tutor. Porque no sé de dónde extraen dinero para mantenerse tan inmemorial y equívocamente enamorados. Por lo demás, celebro que sean un amor para el desconcierto de la filosofía líquida posmoderna, y para pérdida de utilidades marginales de libros de autoayuda y de programas de chimentos.