Los juguetes, dice el filósofo y ensayista alemán Walter Benjamin, son “el mudo diálogo de señas” entre niñes y pueblo. Si alguien se aventuró hasta el Parque de la Memoria por estos días hallará en su sala PAyS –Sala Presentes Ahora y Siempre–, en una de sus paredes, centrado en una vitrina y acompañado de dos publicidades alusivas, un Falcon verde hecho a escala, en miniatura, que la empresa Buby lanzó al mercado de juguetes en 1963 y que se volvió popular en los 70, al tiempo en que esa marca de autos se convertía en la más vendida del país y, también, en símbolo del genocidio que desapareció gente hasta 1983. Con la certeza de que los juguetes no sólo proponen momentos lúdicos a las infancias, sino que llevan en su materialidad la historia del país, les investigadores Jordana Blejmar, Natalia Fortuny y Martín Legón montaron la muestra “Escala 1:43, juguetes, historia y cultura material”.

El Falcon no es la única miniatura que integra la exposición, que permanecerá activa hasta el 6 de noviembre y fue producida junto con el Parque de la Memoria con el apoyo de University of Liverpool y el Arts and Humanities Research Council –ambas instituciones dentro de las que Blejmar coordina un proyecto de investigación mayor en el que se inscribe Escala 1:43–. Colectivitos de hojalata fabricados por MAI, soldados de plástico de Oklahoma conviven con bloques de madera Fröbel, juegos de mesa usados o intervenidos como obras de arte, fotografías de dinosaurios, de muñecas y muñequitos, decenas y decenas de publicidades de juguetes dobladas al latino, material de archivo fotográfico y trabajos realizados en el marco del taller de juguetes Belleza y Felicidad –que tuvo lugar en los barrios de Fiorito y Villa Jardín, al sur del Conurbano– en una selección de juguetes e intervenciones artísticas sobre esta clase de objetos lúdicos producidos y comercializados entre 1945 y la década de los 90.


Barbie también puede eStar triste (Dir. Albertina Carri, 2001)



“Nos interesa el juguete como una cuestión de tamaño, como una miniaturización de algo que existe en la realidad. Escala 1:43 –el nombre de la muestra– no fue solamente en relación a la escala del Falcon de Buby sino a algo que entendemos que la muestra problematiza”, apunta Fortuny en el diálogo con este diario en el que Blejmar completa: “Las miniaturas domestican la experiencia de lo cotidiano. Cuando los niños juegan con las miniaturas están jugando con la historia domesticada, manipulada. Quisimos exponer la materialidad de la historia del país que quedó impresa en los juguetes”.

El despliegue es colorido, con zonas en donde predominan los colores amarillos, rosas, verdes en contraste con espacios blancos. “La muestra no es sobre la historia de los juguetes”, aclara Fortuny. El abordaje de esos objetos tampoco será desde la nostalgia, aunque la referenciación a aquellos que acompañaron los propios primeros años sea inevitable para casi la totalidad de les visitantes. “Los juguetes y juegos no están ahí para evocar el mundo perdido de la infancia, sino para convocar una historia en común porque la soportan ellos mismos en su materialidad, son el pasaje”, explica la investigadora.

Blejmar, licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires, docente e investigadora en la Escuela de Artes de la Universidad de Liverpool, Inglaterra, es quien convocó a Fortuny, que además de investigadora del Conicet sobre fotografía contemporánea es docente, poeta y coordinadora del Grupo de estudios en fotografía contemporánea, arte y política (FoCo) del Instituto Germani (UBA). A Legón, artista visual, lo convocaron ambas por su trabajo con los bloques de Fröbel, pero “enseguida y naturalmente se convirtió en un curador más, a la par de nosotras”, aclaró Blejmar.


Feliciano Cenutrión, Familia de dinosaurios, c. 1990. Foto: Eva Herzog. Cortesía de Familia



La exposición es “una especie de punto de llegada” de la investigación de largo aliento que llevaron a cabo les curadores sobre los juguetes como patrimonio cultural. Allí Blejmar y Fortuny hallan parte del legado de una de sus mentoras académicas, Ana Longoni, que “nos impulsó siempre a entender los trabajos académicos como parte de la sociedad”.

Escala 1:43 traza una historia que comienza en los años 40 marcando un recorrido entre las pedagogías del siglo XIX, los bloques de madera de construcción, juegos de mesa y los juguetes que el primer peronismo adquirió vía licitación y repartió entre niñes a través de la Fundación Eva Perón, “juguetes que hasta entonces sólo podían adquirir las clases altas”, aclaró Blejmar.

Una segunda zona de la muestra está marcada por la irrupción de la dictadura, que “pone en primer plano la violencia política, que se traslada a los juegos de mesa de guerra y a los muñecos que evocan lo traumático y lo siniestro”, plantean desde la descripción institucional del proyecto. Dos momentos cuentan con especial despliegue: la guerra de Malvinas y la celebración del centenario de la “Conquista del Desierto, que no fue conquista ni tampoco era un desierto”, añadió Fortuny. El Falcon miniatura de Buby y el de caucho que circuló luego desde la marca Duravit integran esta etapa, junto al avioncito Mirage de Jugueplast, a los soldaditos de Oklahoma y a revistas Anteojito, réplicas de una ambulancia y un colectivo hechos en hojalata, de la marca MAI, y al llaverito del gauchito del Mundial ‘78.

“Estos objetos están allí para que los volvamos a mirar, para que le hallemos sentidos que nos ayuden a evitar que las cosas que sucedieron durante su circulación se repitan”, desplegó Blejmar en relación a esta sección de la muestra que, en cierto punto, es la más imponente desde lo emocional. “Queremos demostrar cómo el terror atravesó todos los aspectos de cultura y la sociedad, también los juguetes”, añadió Fortuny.


Santiago Porter, Soldados, 2012.



La llegada de los noventa se exhibe en una tercera zona dentro de la sala PAyS del Parque de la Memoria, en la que diferentes intervenciones artísticas con juguetes –entre ellas, varias de la serie Juguetes intervenidos de León Ferrari–, y trabajos fotográficos y audiovisuales ponen de manifiesto las consecuencias del neoliberalismo y el consumo.

Dentro de esta etapa, les curadores montaron sobre dos paredes parte de la serie Desapariciones, de la fotógrafa Helen Zout: más de 100 fotocopias de los “juguetes en espera” que la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo Chicha Mariani fue comprando, recibiendo de obsequio, y atesorando para su nieta Clara Anahí, apropiada durante el operativo en el que fue asesinada su mamá, en plena dictadura. “Son juguetes que acompañan una búsqueda, hay algo de la insistencia de las abuelas, de su lucha, de su búsqueda que llevan estos objetos”, señaló Fortuny. “Son juguetes que no van a ser jugados jamás y algo de eso refleja el blanco y negro de las fotocopias expuestas, algo de lo siniestro de todo aquello”, completó Blejmar.