¿De dónde venía esa luz? De afuera, entraba por la ventana, una luz de cincuenta estrellas, cincuenta, fifty stars, que iluminaba la cabeza del astronauta en la zona de los instrumentos de control, cuya luz directa también lo iluminaba. A gran distancia de la comarca y de los hechos de la comarca, flotando en el vacío, el astronauta hablaba sobre la langosta cósmica, se explayaba a sus anchas: que era un animal peligroso, que andaba suelto y de caza por el cosmos para desgarrar y devorar Productos en Bruto Ígneos. 

Desde la ventana de la nave el astronauta miraba los remates de las construcciones más grandes de la comarca; al resto, muy por debajo en altura, casi no lo veía, o solo veía una mancha confusa que se fundía al entorno. Pese a su distancia de la comarca la voz del astronauta se oía nítida llamando la atención sobre el salvajismo de la langosta, los matices de su voz resaltaban sus desmanes que, profusamente desparramados, corrían por todas las calles, sus palabras retumbaban en la nave exaltadas por los nervios. Y los efectos, el astronauta los enumeraba, las andanzas depredadoras de la langosta cósmica y cómo impactaban en la comarca.

El astronauta disfrutaba su papel, la vestimenta para la ocasión era de un color que realzaba su frente iluminada por las estrellas, y sus ojos, que miraban con penetración y autoridad la lente de la cámara, transmitían su indignación a la comarca:

¡Ahoralalangostadevorahora!

Los detalles, daba detalles del carácter de la langosta, había anotado tantos que para no perderse los tildaba en la lista interminable que había escrito en un papel y pegado a un instrumento de control.

Nadie en la comarca que lo seguía en la pantalla podía recordar haber visto el minuto a minuto del trabajo de un astronauta, salvo en Netflix , pero eso era ficción. El discurso sobre la feroz langosta cósmica que engullía insaciable era captado con el pulso acelerado por los televidentes y tomaba todo el tiempo, por la comarca no circulaba otra cosa.

Ingrávido, sin poder hacer pie dentro de la nave, el astronauta ideaba un plan para amarrar una pata de la langosta que volaba tan alto en el espacio y con tanta soltura que rozaba sin dañarlo el ojo de vidrio de su nave espacial.

¡Aquí están los eructos por todo lo que traga! Tras el gritito de orgullo el astronauta examinó el frasco de aire envasado.

Propuso a la comarca aislar la langosta cósmica por años, para mantener la tranquilidad se le había ocurrido que estuviera años y años sin volar, a ras del piso. La langosta debía quedarse en un rincón a contemplar el cosmos con las antenas replegadas.

Colocada en el centro, bajo la mirada encendida del astronauta moralmente conmovido hasta los tuétanos, la langosta le inspiró una receta. ”Para poder comerse una langosta primero se cuece en agua hirviendo, pero yo me la como cruda”, recitó sin que su sensación de éxito se debilitara un segundo. Podía convencerlos a todos, su voz alcanzó los 100 decibelios, una verdadera hazaña.

Un entrevistador -parte del ejército de entrevistadores de la tele de la comarca- preguntó a la señora platinada de pulseras tintineantes su opinión, gimió un respuesta con el ritmo del tintineo:

¡Hay que salvar la comarca de la langosta devoradora!

La langosta se robaba la pantalla, cada vez más grande y más devoradora, tanto que la comarca empezó a machacar la palabra langosta, la machacó y machacó hasta machucarla. Hilitos desprendidos del cuerpo de la letra de la palabra langosta empezaron a amontonarse, después se amontonaron las patas cortadas, ¡la cabeza!, los ojos arrancados para molerlos, se molieron todas las letras de la palabra langosta en una licuadora a la vista de todos hasta hacerlas polvo de langosta…

Y después lo que renació del polvo no fue alado, aunque la comarca solía afirmar que quería vuelo, por eso de aligerar, avivar, izar el espíritu a regiones más elevadas, si hasta tenía a mano para mostrar ilustraciones de ejemplares con alas, se había tomado el trabajo de dibujarlos, reproducirlos, materializarlos en distintas formas, la lista era larga: abeja, mariposa, libélula, vaquita de san Antonio… ejemplares de un par de alas y vuelo hasta cierta altura del cielo de la comarca que ahora se encontraba en estado de embotamiento, como si sufriera un resfrío bruto, la inflamación de tejidos que atacaran la percepción, las vías respiratorias necesitaban oxígeno y ni siquiera se dilataba la nariz.