La tradición cuenta que el golpista Juan Carlos Onganía mandó a clausurar la revista Tía Vicenta harto de ser caricaturizado como una morsa por un tocayo suyo: don Juan Carlos Colombres, más conocido como Landrú. La realidad es un poco más sutil. Lo que más molestó al flamante dictador no fue la caricatura (que tampoco le causaba la misma gracia que al resto de sus compatriotas), sino un texto al interior de la revista con el que sintió que se burlaban de su nombre de pila sin imaginar jamás que lo compartía con el director de la revista. Esa caricatura, quizás la más célebre de Landrú, a veces eclipsa su auténtico genio, que fue la capacidad de sintetizar y reírse de la idiosincrasia de su propia clase social. Porque Landrú, que falleció en las últimas horas del jueves, fue un muchacho “bien” de Recoleta devenido humorista, antropólogo gráfico y autocrítico ilustrante de las clases acomodadas argentinas. Cenó con los poderosos, pero nadie se burló de tilingos, nuevos ricos y oligarcas como él. Por ejemplo: fue el que caracterizó a Illia como una tortuga, pese a que eran buenos amigos. Tenía buen ojo para desmenuzar costumbres sociales y una capacidad inigualable para plasmarlo en dibujos y en textos con un vuelo delirante increíble. Y fue uno de los grandes dibujantes-empresarios. Hoy se lo llamaría “historietista autogestivo”. En aquella época fue un editor en la tradición de Lino Palacio, de un García Ferré, un Divito o del modelo que siguió Héctor Germán Oesterheld. El cierre de su revista lo llevó a trabajar como empleado en publicaciones ajenas.
Nació en 1923, estudió arquitectura, trabajó como empleado civil en una repartición de Aeronáutica, estuvo seis años en un juzgado de tribunales (tomando declaraciones, ¡no detenido!) y ahí pulió su oído para captar el habla de la gente. Publicó un chiste por primera vez en la revista Don Fulgencio, de Lino Palacio en 1945. A partir de entonces, su carrera se extendió durante más de setenta años. Empezó a dibujar gatos en las viñetas antes de que estuviera de moda (ese gato negro de mirada ácida era su sello personal tanto como el seudónimo que remitía al asesino serial francés), escribió textos humorísticos, cultivó el absurdo como estilo (y hasta se definió como “un surrealista”) y fue parte indispensable de la renovación del humor gráfico argentino de la década del 60, un poco como autor, otro mucho como editor. Además, publicó en Vea y Lea, Avivato, Pobre Diablo, Rico Tipo, Patoruzú, Sucedió con la Farra, Dinamita, Gente de Cine, El Hogar, Medio Litro, Loco Lindo, Leoplan, Gente y la Actualidad, Somos, Mercado y los diarios El Mundo y Clarín (ver recuadro). Y un dato: fue el primer libretista de Tato Bores. Como le sobraba tela, viajó mucho (sus africanos con huesito en la cabeza venían de esas memorias, explicaba) y a veces en sus reportajes las anécdotas reales resultan tan divertidas de leer que parecen chistes totalmente inventados. Como norma general, es mejor reírse. ¡Si hasta la orquesta que armó con Santos Lipesker (Los Tururú Sereneiders) era una risa!
El gran hito de su carrera como dibujante fue la creación de Tía Vicenta, que fundó junto a Oski en 1957 y que satirizó las costumbres de la sociedad argentina. Tía Vicenta fue tan popular que en su mejor momento llegó a vender 450.000 ejemplares semanales. Una animalada, por usar una expresión coloquial de las que él llevaba a esas páginas. Por sus páginas pasaron –o de ellas surgieron– muchos de los grandes nombres del humor gráfico argentino. Él mismo fue un renovador de la escena gracias a personajes como Rogelio el tipo que razonaba demasiado, la eterna “señora gorda”, el Señor Porcel, el carnicero Cateura, los mersas, los niños abominables, los nuevos ricos, Reblán –el viejito reblandecido– y, claro, la propia Vicenta.
En 2014 la editorial Alfa Text de Juan Almada lanzó un profuso volumen dedicado a su obra, bajo la atenta mirada del propio Landrú y de su entorno. El guionista Lucas Alarcón (Burn y otros) trabajó en la editorial durante los años previos a su publicación y –ante la consulta de este diario– recuerda que se realizó “un laburo muy detallista sobre su obra”. Allí tuvo la oportunidad de scannear las Tía Vicenta, María Belén y Tío Landrú que se conservaban en perfecto estado. “La familia tenía ese material muy bien archivado, de hecho el libro tiene ilustraciones de Landrú de cuando iba a la primaria”, destaca el guionista. Ese contacto con la producción del libro le permitió ver “fotos personales de él con colegas, presidentes y artistas, en cierta forma pertenecía un poco al jet set y además vivía en un departamento en Recoleta, así que conocía bien desde adentro a la cuestión”.
El mismo año del lanzamiento de ese tomo recopilatorio se presentó en sociedad la Fundación Landrú, impulsada por su hijo Raúl y su nieto Gonzálo, dedicada a rescatar su extensa obra (tanto que sus responsables cuentan que siguen rastreando su obra en revistas y publicaciones de las que no tenían noticia). Gran parte de ese material se reúne en una serie de galerías virtuales que se pueden disfrutar en la web de la fundación (http://www.landru.org/) y las cuentas de Twitter y Facebook de la institución publican con frecuencia sus chistes para el recuerdo de sus viejos lectores y el descubrimiento de millenials y nativos digitales. Es muy notable ver cómo gran parte de esos chistes envejecieron maravillosamente y hacen reír pese a las décadas transcurridas. Es que Landrú se habrá ido, ¡pero qué bien se conserva!