La escritura era una tabla a la que se aferraba en medio de un océano de incertidumbres. El ritmo de una vida dedicada a la poesía, la ficción, la crítica y la docencia fue alterado por un accidente cerebrovascular. Noé Jitrik murió a los 94 años en la ciudad colombiana de Pereira, adonde había viajado para dar unas conferencias y donde sufrió un ACV durante los primeros días de septiembre. Sin la obra de Jitrik -que integró la revista Contorno- no se habría renovado la lectura de los clásicos inevitables de la literatura argentina con Borges a la cabeza, en un texto donde desplegó sus sentimientos contradictorios, un artículo que se volvió un clásico. Antes que nadie ubicó la literatura de Macedonio Fernández en el centro en el octavo volumen de Historia crítica de la literatura argentina, una colección fundamental de doce volúmenes que dirigió a lo largo de dos décadas. El Doctor Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires, que dirigía el Instituto de Literatura Hispanoamericana (ILH) de la UBA desde 1990, “nunca abdicó de una perspectiva central: la escritura como enlace de la obra y la experiencia, la escritura como riesgo creativo e interrogación permanente de sus fines”, destacó el crítico uruguayo Pablo Rocca.

Creación sin barreras

Ese riesgo creativo lo mantuvo hasta el final. Antes de viajar a Colombia salió la que fue su última novela en vida, Un círculo (Interzona). De manera póstuma se publicarán un libro de ensayos sobre literatura argentina por El Cuenco de Plata y una novela, que será editada por Interzona. Habitual columnista de Página/12, en agosto publicó “Evocaciones riesgosas”, su última contratapa. Aunque escribía en pie de igualdad ficción y crítica, “el riesgo de la creación sin barreras”, Jitrik se lamentaba que el narrador y el poeta hubieran quedado un tanto eclipsados por las contribuciones del crítico y profesor. “Los poetas no me leen -son los únicos que leen, de cuando en cuando, poesía-, para los novelistas soy un crítico, para los críticos, un diletante”, resumía este malentendido genérico. El joven que había nacido en la localidad de Rivera (provincia de Buenos Aires), el 23 de enero de 1928 nunca imaginó que al entrar por primera vez al “vetusto” edificio de la Facultad de Filosofía y Letras, entonces sobre la calle Viamonte, estaba comenzando una “segunda vida”; la literatura pronto ocupó su tiempo y su imaginario: conocer y divulgar por un lado, y escribir por el otro.

Hubo amores y desencuentros con la estilística y el existencialismo, pero una lectura puso en crisis todo: el Martín Fierro. No pudo ni quiso ignorar a Roland Barthes, ni a Maurice Blanchot, ni a Henri Meschonnic, ni a Jacques Derrida. Para ampliar su mirada, fue asimilando el formalismo ruso, el estructuralismo, el psicoanálisis, el marxismo y la semiótica. “Siempre intenté encontrar la cifra de mi propia búsqueda, que no termina nunca y que no terminará porque ningún enigma está resuelto, y menos el que concierne a ese amasijo de simbólico y de imaginario que es la literatura”, planteó el autor de La fisura mayor (relatos, 1967), Llamar antes de entrar (relatos, 1972), Citas de un día (novela, 1992), Mares del sur (novela, 1997), Long Beach (novela, 2006), Destrucción del edificio de la lógica (novela, 2009), Cálculo equivocado (su poesía escrita entre 1983 y 2008) Atardeceres (2012) Casa Rosada (2014), El río de las terneras atadas (2014), La nopalera (2016), Terminal (2016), Tercera fuente (2019) y La vuelta completa (2021), entre otros.

Como miembro de la revista Contorno, que salió entre 1953 y 1959 y fue un proyecto de David e Ismael Viñas, compartía la voluntad de indagar. Cuando empezó a enseñar literatura, se dio cuenta de que había que partir de un núcleo central elegido y desde ahí irradiar problemas que resolver. Por ejemplo, en un curso sobre Roberto Artl trabajaba la ciudad, el crimen, la modernidad y las vanguardias, pero no era una lección necesariamente sobre El juguete rabioso o Los siete locos. En la Universidad de Córdoba, dando clases, conoció a su futura esposa, la escritora Tununa Mercado, con quien se casó en 1961.

Para Jitrik la literatura “es una biblioteca casi totalmente ocupada”, a la que se intenta entrar y quedarse en ella el mayor tiempo posible. “Nadie que escriba es inocente, todos perseguimos entrar a la biblioteca, aunque sepamos que no hay lugar y que hay que empujar a otros para lograrlo; si eso significa escribir siempre mejor o bien”, aclaraba el escritor, que se exilió en México entre 1974 y 1986 y dio clases en universidades de la Argentina, Francia, Colombia, Estados Unidos, Puerto Rico, Uruguay y Chile. En 1993 fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras por el gobierno francés y lo distinguieron como Doctor Honoris Causa en la Universidad Autónoma de Puebla (México), en la Universidad Nacional de Cuyo, en la Universidad Nacional de Tucumán, en la Universidad de la República (Uruguay) y en la Universidad Nacional de Formosa.

Exilio y suspenso

Amenazado por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), se fue del país en 1974. El tiempo del exilio representó una identidad en suspenso. En México, en los años '80, escribió la novela Limbo, que se publicaría por primera vez en la Argentina en 2017 en la editorial Final Abierto, sobre una familia de argentinos exiliados en México: Matías (el padre), Elisa (la madre) y Enrique (el hijo del matrimonio). Los tres experimentan las dificultades de sobrevivir lejos de casa en un país hospitalario pero donde no terminan de adaptarse. La narración comienza cuando Elisa regresa a Buenos Aires para reencontrarse con familiares y amigos, después del fin de la dictadura cívico-militar. La salida de México es problemática; en el avión se encontrará con quien parece ser un militar argentino y al estar sentada al lado de él deberá escuchar un monólogo donde le confiesa la forma de torturar gente, violar mujeres y desaparecer militantes. “Nadie se excedió porque, desde siempre, un vencedor es un vencedor y sólo por eso no se excede y si saquea o incendia no es por puro placer sino porque con ello rubrica el alcance de su victoria: el robo, el incendio y la violación son como un rito ancestral, son como el pie que ponen los grandes machos sobre el cuerpo del vencido para dar testimonio de su triunfo”, afirma el militar que extrema la retórica del exterminio. Demián Paredes, en la breve nota a la primera edición argentina, postula que Limbo es “una especie de eslabón perdido” entre Vil & Vil (1975), de Juan Filloy, y Villa (1996), de Luis Gusmán.

Hubo una primera novela que Jitrik nunca publicó y que recibió un comentario reprobatorio del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos. Ese rechazo, esa objeción, le hizo ver que su tiempo era otro y no el que él creía en ese momento. Su voluminosa obra ensayística incluye trabajos sobre Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Esteban Echeverría, José Hernández, Sarmiento (Muerte y resurrección de Facundo es un clásico de la crítica literaria argentina) y Macedonio Fernández, entre otros. Su relación con Juan José Saer tuvo, como él mismo la definía, idas y vueltas: aunque lo vio crecer como escritor, hubo malentendidos y cosas nunca aclaradas que los distanciaron. Con Julio Cortázar tuvo una relación cordial. En una de sus visitas a Buenos Aires en los años '70, el autor de Rayuela acompañó a Noé a buscar a su hija Magdalena (más tarde artista plástica) al jardín de infantes. “Cortázar le agarró la mano y volvimos caminando los tres. La gente lo miraba a Cortázar… es algo que no me voy a olvidar nunca”, confesaba el escritor.

Una valija llena de subjuntivos

A diferencia del ensayo, donde la extensión ganaba la partida, en la narrativa prefería la brevedad. No escribía novelas de muchas páginas, quizá por su tendencia manifiesta a las frases complejas, sembradas de subordinadas y coordinadas. No era un narrador “a la norteamericana” de frases concisas y cortantes. Podía admirar a quienes escribían “eléctricamente”, pero el minimalismo, lo despojado, no estaba en su naturaleza expansiva dentro de esa perspectiva de contención. Fraseo expansivo, en el borde de lo barroco, y novelas que oscilaban entre las 100 y 200 páginas era su marca de fábrica en la literatura. Esa valija “llena de subjuntivos” con la que se trasladaba en la vida le generó algunos conflictos. Cuando llegó a México, buscó vincularse con Octavio Paz por su sabiduría literaria, pero no pudo hacerlo. No había manera de que Paz penetrara en la duda. La vacilación de Jitrik -que era su estrategia para vincularse con los otros- no encajaba en el mundo taxativo de uno de los escritores mexicanos más importantes del siglo XX. “Estar al margen de la afirmación es la historia de mi vida”, reconocía el escritor que recibió el Premio Xavier Villaurrutia en 1981 por Fin de ritual y el Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña en 2018. Desde 2021 era miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

El Nobel que no fue

En febrero fue postulado al Premio Nobel de Literatura a través de una carta enviada a la Academia Sueca, firmada por un grupo de artistas, escritores e intelectuales, entre los que se destacan Luisa Valenzuela, Mempo Giardinelli, Roberto Ferro, Luis Felipe Noé, la mexicana Elena Poniatowska y la chilena Diamela Eltit, entre otros. “Creemos que la literatura de Noé Jitrik meritúa las más altas distinciones en la medida en que su narrativa cruza, de un modo asaz prístino y peculiar y en una doble secuencia, la complejidad del acto de escribir, la difusa identidad de todo narrador y la multívoca -y por eso inaprehensible- esencia de su decir, con el áspero pedernal de una terrenalidad histórica y social que late en los pliegues de su sintaxis”, decía la carta de presentación de la candidatura del autor de Luces intermitentes, libro publicado por la Editorial de la Universidad Nacional de Santiago del Estero que reúne una selección de las contratapas que publicó en Página/12 desde 2003 hasta 2019.

“La obra literaria de Noé Jitrik ha combinado, de modo seminal y alumbrador, una ética social con un compromiso político hecho de desafíos asumidos contra el terrorismo de Estado que sufrió su país y Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XX. Su exilio mexicano y europeo le ha conferido a su escritura, la seña identitaria de una erudición que lo convierte en maestro de las letras hispanoamericanas”, argumentaban en la carta de postulación al Premio Nobel de Literatura y destacaban también “la elegancia de su prosa” y la voz inconfundible “por la abrasiva suavidad de su escritura -valga, así esta especie de oxímoron-, la que devela constantemente nuevos pespuntes y rebordes de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo”.

La lección del maestro

El escritor y crítico literario Roberto Ferro estaba en Pereira cuando Jitrik tuvo el ACV. “La sola mención del nombre Noé Jitrik atrae la atención sobre ese vasto campo de imágenes, especulaciones, fantasmagorías, pensamientos, debates, que llamamos literatura; a lo largo de más de siete décadas su vida ha ido tejiendo un vínculo indisociable con la literatura, a través de la investigación, la indagación crítica y teórica, la docencia y, básicamente, de su escritura”, plantea Ferro y agrega que “la pérdida es incalculable, pero más aún es incalculable el legado de su vida y de su obra”. Le resulta imposible desligar la muerte de Noé de su amistad. “Como se ha dicho ya tantas veces cuando se pierde a un amigo, se pierde también una parte de nuestro propio ser. Ese secreto universo de pasiones, complicidades de afectos y contradicciones, que se fueron tendiendo a lo largo de los años con quien fallece, se extravían, se desvanece con su vida. En mí se perpetúa, sin embargo, su inigualable talla de maestro”.

Jitrik afirmaba que la muerte no podía estar ausente de ningún esquema epistemológico. “El tiempo es el tobogán por el que nos deslizamos y la cinta por la que corremos. Estamos hechos de tiempo. Pero esa temporalidad es también muerte, que es el ineluctable final de la cadena temporal. Y eso está presente también en la escritura. La escritura está hecha en un sentido de muerte, con un aditamento: que la escritura recae en el signo y aleja así la cosa significada. Esta es una idea de Blanchot que me pareció siempre muy luminosa. Al poner por escrito algo, o al usar una palabra relativa a un objeto, el objeto muere. Y lo que aparece es su representación a través del signo”, explicaba. “Yo evoco el nombre, y lo inscribo, la cosa muere y desaparece”, subrayaba el autor de Cálculo equivocado (2009), libro que reúne su poesía escrita entre 1983 y 2008.

Para Eduardo Jozami, la muerte del escritor y crítico es “un golpe difícil de aceptar”. “La longevidad de Noé, que sus amigos discretamente celebrábamos, debió habernos preparado para soportar esta pérdida. Se nos va uno de los mayores críticos de la literatura argentina, de la que dirigió una monumental historia”, recuerda Jozami. “El que descubrió, desde Contorno en adelante, lecturas originales de Horacio Quiroga y tantos otros clásicos argentinos. El mismo que, refugiado en México, abrió las puertas de la Casa Argentina a todos los que luchaban contra la dictadura, sin distinción de banderías. Hasta el final, mantuvo su compromiso con el Movimiento de Derechos Humanos, enfrentando con dignidad el avance de la derecha neoliberal”.

 

Me siento liviano en el ensayo, alegre en el poema y pesado en el relato; pero el sueño que nunca me ha traicionado y siempre me ha traído alguna solución, me depara regalos diferentes, siempre oportunos, una idea, una situación, una frase que, en todos los casos, desata un nudo o me permite empezar o me ayuda a seguir. Eso es escribir para mí”, confesaba Jitrik “con su sonrisa suave, levemente irónica, con su voz tenue que se abre paso como pidiendo permiso”, como lo describió Pablo Rocca. Cómo no extrañar esa voz con la que podía construir, desde las contratapas de este diario, “pequeños tratados sobre la acción humana”. “Una y otra vez logra decir lo que parece fuera del lenguaje, sorteando los caminos y atravesando fronteras como quien pisa los jardines porque anda atento a la tormenta”, escribió Pablo Tasso en el prólogo de Luces intermitentes. Tal vez la lección principal del maestro está en una frase incluida en Ensayos y estudios de literatura argentina: “Hay que aprender a hacer de la existencia intelectual un foco de peligrosidad y de lucidez, un foco de pensamiento aún allí donde todo tiende a uniformarse”.