Como tantas otras películas, Ruido comienza por el final, pero el espectador recién obtendrá la información necesaria para lograr un sentido total de la imagen y el sonido –el primer plano de una mujer envuelta en humo violeta, el griterío de una multitud– durante los últimos minutos de proyección. Después de los títulos de apertura, otro sonido, agudo e hiriente, hace que esa misma mujer masajee su oído. Ambos ruidos, el de la muchedumbre y aquel que amenaza la intimidad, explican de diferentes maneras el título del nuevo largometraje de la mexicana Natalia Beristain. La mujer, de unos sesenta y pico de años, se llama Julia y su hija, ya mayor e independiente, desapareció durante unas vacaciones para nunca más dar señales de vida. Hace nueve meses que Julia la busca, pero ninguna de las dependencias estatales parece demasiado ocupada en la pesquisa, más allá de los formularios y expedientes de rigor. El ruido que aqueja las noches de Julia es el de la desesperación, la desazón, la bronca infinita. El otro ruido, colectivo y furioso, lo descubrirá más tarde, cuando el movimiento la lleve a redescubrirse en un dolor que es el de muchos otros ciudadanos de su país. Hombres y mujeres que buscan a sus seres queridos, secuestrados por el narcotráfico o las redes de trata de personas. Víctimas de un sistema de violencia que atraviesa a toda la sociedad mexicana. Ese segundo ruido marca el instante en el cual Julia cae en la cuenta de que no está sola, que hay otras como ella, y que juntas, tal vez, puedan comenzar a cambiar las cosas. Pero antes de que ocurra todo eso, una nueva visita a las oficinas gubernamentales, en respuesta a un aviso: un cuerpo hallado sin vida podría ser el de su hija. Pero no, sólo se trata de otro error administrativo. El cuerpo es otro. De nuevo en casa y a mirar otra vez el último video enviado por Gertrudis (Ger, porque “nunca le gustó ese nombre de señora mayor”) desde las vacaciones, en traje de baño y con fondo de cascada paradisíaca. Presentada en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián hace apenas un par de semanas, Ruido llega a las salas argentinas este jueves 13. El tercer largometraje en solitario de Beristain luego de No quiero dormir sola y Los adioses, que tendrá luego un lanzamiento en Netflix, está protagonizado por Julieta Egurrola y Arturo Beristain, madre y padre de la realizadora, ambos actores con una larga trayectoria en el cine y la televisión de su país.

Natalia Beristain

“Llegar a Ruido fue un proceso largo, de más de una década. Es una historia cuya columna vertebral siempre tuve muy clara: la búsqueda de una madre de su hija desaparecida en el contexto mexicano actual”. Desde Ciudad de México, Natalia Beristain reflexiona sobre los motivos que la llevaron a escribir, junto a Alo Valenzuela y el periodista Diego Enrique Osorno, el guion de una historia de ficción que se monta sobre la más dura de las realidades sociales, reflejada en los medios periodísticos de su país de forma diaria y permanente. “Esto no ha hecho más que potenciarse de diez años a esta parte, porque cada vez sucede más y más. Y de maneras cada vez más inenarrables. Creo que hasta hace poco no me sentía con las herramientas emocionales y profesionales como para encarar un tema así, pero todo este tiempo fui juntando historias, investigando, acercándome a grupos de acompañamiento de familiares de desaparecidos y víctimas de feminicidios. Hablando mucho, sobre todo con mujeres, porque en su mayoría son ellas las que buscan. Finalmente, cuando hace cuatro años sentí que era el momento, lo busqué a Diego Enrique, que es un periodista muy reconocido en México y además ha incursionado en el cine documental, y junto a él investigamos más en profundidad cómo ocurren estas búsquedas, su cotidianeidad”. Beristain hace una pausa antes de relatar la última etapa de ese camino, ya en plena preproducción: a finales de 2020, cuando el presupuesto estaba cerrado y parecía que podían comenzar a filmar, la segunda ola importante de covid-19 frenó varios meses el rodaje. Sin embargo, a veces, las dificultades ofrecen beneficios, y la realizadora recuerda que durante esos meses de suspenso ocurrieron muchas movilizaciones encabezadas por mujeres, ligadas a distintas luchas, que terminaron impregnando Ruido.

“Hemos hecho todo lo que nos ha pedido la policía. Pasamos varias semanas en el lugar donde desapareció, hasta que nos cansamos de toparnos con una pared. Es como si me hubiera golpeado un tren, me duele todo”. Las palabras de Julia mientras contiene las lágrimas son escuchadas por un grupo de mujeres que están en una situación similar. Congregadas en ronda, como si se tratara de un grupo de autoayuda, las participantes bordan sus telas mientras comparten anhelos y dolores. El día de Julia es especial: es el primer cumpleaños de Ger sin ella y la ausencia duele como nunca. Ella no está, su cuerpo no está. Es una desaparecida. Beristain reflexiona sobre las distintas connotaciones que el término “desaparecido” tiene en diferentes países latinoamericanos: “Es indudable que los contextos son diferentes. Por supuesto que en México, durante los años 70, también existió una represión estatal muy fuerte, incluidos desaparecidos políticos, pero es incomparable a la de otros países de la región, como Argentina. Lo que viene sucediendo aquí desde hace unos quince años, cuando se desató la así llamada "guerra contra el narcotráfico", ha elevado de forma brutal, exponencial, las desapariciones de personas. Tanto hombres como mujeres: dependiendo del lugar, más hombres o más mujeres”. Cuando la protagonista, a partir de la inoperancia de las instituciones y la falta de respuestas, parece congelada en una situación sin salida, el encuentro con una periodista la lleva a contactar a una abogada que ha logrado resolver varios casos similares al suyo. Es entonces cuando comienza el nuevo viaje de Julia por regiones cercanas al lugar donde desapareció Ger, a su vez un viaje interior que la lleva a ponerse en contacto directo con personas que integran grupos de búsqueda. Es también entonces cuando la película, que contó con la participación de integrantes de asociaciones civiles reales como “Voz y dignidad por los nuestros” y el colectivo “Buscándote con amor”, deja de lado la intimidad del dolor personal para abrirse a lo colectivo y lo político, uniendo a su vez el relato de ficción puro con elementos de la más concreta realidad.


“La película se filmó casi de manera cronológica, diría que en un 70 por ciento, lo cual ayudó mucho en términos dramáticos. No sólo en mi caso y el de mi madre Julieta, sino en el de todos los que formaron parte de la película. Pero ya en la mesa, en los ensayos, estaba muy claro que el film iría de un retrato intimista a un espectro mucho más amplio. Porque si bien el eje sigue siendo la búsqueda de una madre en particular, la película no tendría sentido cabal sin las redes que esa mujer teje con otras mujeres atravesadas por otras violencias y luchas. La aspiración de máxima es hablar del poder de lo colectivo. Incluso visualmente Ruido tiene esa construcción: el primer acto es muy estático, la cámara casi no se mueve, pero una vez que Julia comienza a viajar, la cámara la acompaña y adquiere una fuerza, una vida, que antes no tenía”. Sólo así se entiende ese humo violeta del comienzo y del final, que envuelve a Julia y, tal vez, comienza a reconstruirla. Elemento esencial al éxito de la historia: Julieta Egurrola. Su filmografía se extiende hasta los años 70 e incluye en tiempos más recientes trabajos junto a Arturo Ripstein en títulos como El evangelio de las maravillas, Principio y fin y Profundo carmesí. Actor de profesión, Arturo Beristain también trabajo con el gran cineasta mexicano, aunque en otros largometrajes – El santo oficio, El castillo de la pureza–, además de interpretar al presidente Porfirio Díaz en El atentado, de Jorge Fons. “Fue un proceso sui generis. El hecho de trabajar con mis padres y también con mi hermano, todos ellos actores de toda la vida, tiene dos aristas. Por un lado, el reto enorme como directora de trabajar con una actriz como Julieta, que es una bestia de la actuación, y esto lo digo más allá de lo filial. Poder dirigir a una actriz así es un gozo y un reto gigantesco. A eso se le suma el hecho de que todo está atravesado por un proceso personal, por la intimidad, por conocer como nadie los botones que hay que presionar. Todo eso, en este caso particular, potenció la narrativa de la película. Es una historia muy dolorosa, pero nos interesaba que estuviera abordada desde el amor. Por lo que representa la familia –nuestra familia– para nosotros.

Julia acepta pagar algo de dinero a una mujer policía para acceder a una morgue improvisada en el camino. Es el preámbulo de una de las escenas más fuertes de Ruido que, sin embargo, poco y nada tiene que ver con el “cine de la crueldad”, como ha sido bautizado por la crítica, que algunos cineastas mexicanos han venido explorando con mayor o menor éxito artístico (y ético) desde hace casi dos décadas. Es una escena de ficción creada a partir de anécdotas y situaciones reales. En pantalla, el encuentro con lo real se va dando a medida que la historia avanza hacia su desenlace. “Hay varios personajes que, de alguna manera, se representan a sí mismos”, detalla Beristain. “La colectiva de bordados que aparece en el comienzo existe y está cerca de la ciudad de México. La escena del bordado es ficticia, desde luego, pero está inspirada en reuniones de acompañamiento que estos grupos suelen tener. Otro de los personajes está interpretado por una activista trans muy importante en México, y la chica joven que Julia encuentra en su viaje es una poeta muy poderosa, con una voz brutal, y que escribió el texto que se lee durante el mitin del final. Finalmente, el grupo de búsqueda existe en la realidad. Es toda gente que vive estas realidades en su vida cotidiana. No están contando historias que no sean las suyas. Para mí esto era muy importante, y es algo que entendí durante el proceso de escritura, al concebir la película: si bien la ficción es el conducto para hablar de muchas historias en una, no podía construir Ruido sin escuchar, ver y sentir a las personas que viven esto fuera de la ficción. Tuvimos la grandísima fortuna de que muchos de estos grupos nos contaran sus historias. He llegado a la conclusión de que hago películas como respuesta a cuestionamientos personales, como el hecho de querer comprender cómo el país que amo vive esta realidad tan terrible, esta espiral de violencia tan abrumadora. No soy defensora de derechos humanos ni acompañante psicológica. Soy cineasta y esta es mi manera de acompañar estas luchas y a estas personas que tienden a ser ignoradas por el estado y la sociedad”.