Un disco mano a mano, madre e hijo. Un sonoro álbum de recuerdos en el que la vida transcurrida se ordena en canciones. La columna sonora de la cotidianeidad compartida, sencilla en su definición, profunda en sus razones, sugestiva en sus alcances. Mucho de eso se escucha en Noche de luna en Cabana, el trabajo que Mery Murúa y Juan Murúa presentarán el sábado a las 20 en Circe Fábrica de Arte (Manuel Rodríguez 1559). Con ellos, como invitada, estará la cantante Victoria Birchner.
Entre temas de Pablo Milanés y Pedro Aznar, Teresa Parodi y Jairo, Serrat y Beto Sará, voz y guitarra entablan un diálogo franco, con la espontaneidad suficiente para que nada suene a pasado. Hay un presente continuo enunciado en la simpleza que protege estas canciones. “Es cierto que muchas de ellas nos acompañan desde que Juan nació. Pero fue cuando él empezó a tocar la guitarra que esa música compartida se elevó a un plano muy especial”, dice Mery al comenzar la charla con Página/12. “Empezamos a curtir la música desde un lugar privilegiado, con la posibilidad de juntarnos en los momentos menos pensados. De pronto, en una sobremesa o esperando que se caliente el agua para los fideos, terminamos de hacer un arreglo que veníamos pensando desde hacía meses, o desarrollamos alguna idea nueva sobre una canción que nos conmueve”, agrega la cantante.
“Nos pusimos a escarbar en la memoria, a ver qué canción escuchábamos en tal época. Había que rescatarlas, y sobre todo resignificarlas en voz y guitarra, algo que no siempre nos resultó sencillo”, continua Mery. “A muchas tuvimos que dejarlas de lado porque sentíamos que necesitaban otro sonido y nuestro compromiso con este disco era que sea voz y guitarra, que refleje la intimidad del entrecasa, el clima de esos momentos que nos pasamos charlando de la vida, y tocando la guitarra y cantando”. “Para mí fue como terminar de ponerle nombre a un montón de cosas que vivo desde muy niño”, interviene Juan. “Pensar que la música que se escuchaba en la casa ahora de alguna manera está en mis manos, que puedo compartirla desde otro lugar, es muy mágico”, agrega el guitarrista.
Mery Murúa es de esas artistas en las que el total suele dar más que la suma de las partes. No le faltan la buena voz, la musicalidad y el buen gusto, que ella abriga con un amplio abanico de pequeñas modulaciones que se agigantan cuando atraviesan la palabra en el momento justo. Una personal forma de aplomo que puede estar en un sutil vibrato, un respiro o una pronunciación que trae de ese Cruz del eje adentro del que viene, cosas que la guitarra de Juan, en perfecta sintonía, recoge y relanza con regocijo filial.
“Cada tema tiene su historia entre nosotros”, advierte Mery y comienza a detallar. “‘Ámame como soy’, de Pablo Milanés, es una canción que cantábamos en el momento en que hicimos el intento de irnos a España, allá por el 2002, pero a los dos meses estábamos ya de vuelta”, recuerda Mery y sonríe. “Otros temas, como ‘El cielo del albañil’ o ‘Romance de Curro el palmo’, son más de la adolescencia de Juan, cuando empezó a involucrarse con las canciones más desde las letras y de las historias que contaban”, dice Mery. “Escuchaba esos temas y era como ver una película”, rememora Juan.
“Lo que has hecho siempre: quererme”, el tema de Pedro Aznar y Gustavo Cortez; “De ventana abierta”, una bella zamba de Alberto Sará y Camilo Matta; “3000 y pico”, un atractivo aire de vidala de Toch, se agregan al muestrario de un disco nutrido de afectos. “También quisimos incluir ‘Es la nostalgia’, de Jairo. Cuando lo escuchaba a él mismo contar cómo se armó la canción, con letra de Luis González, me imaginaba la conexión perfecta entre España y Cruz del Eje, como nos pasó a nosotros aquella vez que decidimos irnos”, cuenta Mery.
“El Juan y la Mery, todo eso en un patio, una noche de luna, en enero, en Cabana”, dice Teresa Andruetto al final de la glosa que intercala la versión de “Mi pueblo chico”, esa tan discreta zamba de Adela Christensen y Luis Pérez Pruneda, de alguna manera síntesis del disco. En esas palabras de la escritora, también habitante de Cabana, están las coordenadas de tiempo, espacio y espíritu del disco: los protagonistas de un momento en la localidad de las Sierras Chicas, en Córdoba, descubiertos bajo la Luna. “Teresa nos fue a ver en un ensayo abierto que hicimos en un espacio que habían armado unos amigos en Cabana. Después, sobre eso escribió una columna para el programa de radio con el que colabora (Nada de otro mundo, por Radio Universidad de Córdoba) en la que decía cosas tan simples como certeras, que después resumió en la glosa que grabó con nosotros. Ahí entendimos que el nombre de este disco, no podía ser otro”, concluye Mery.