A Carlitos

Acomoda sobre el centro de la mesa la torta adornada con el muñeco de He Man que hizo una señora del pasillo donde viven. Esa voz que no puede acallar le recuerda que tiene que ser padre y madre. Siempre. No es un pensamiento que se le manifieste con claridad, no es una oración completa donde pueda identificar sujeto y predicado. Más bien siente una idea que la invade por completo. Fernando le dice que la torta quedó muy buena y ella recoge ese piropo y lo deja flotando como un perfume muy dulce. 

No le gustan los dibujos que su hijo mira en televisión, pero He Man sí. No es violento como los otros y lo único que quiere es proteger a su planeta. Usa su fuerza extraordinaria sólo para defenderse. El nene insistió en que toda la decoración y la torta fueran con la imagen de su personaje favorito. Piensa que tan mal no debe estar haciendo las cosas al advertir que las preocupaciones de su hijo siguen siendo las de un chico que ese día cumple apenas siete años. 

Controla que los globos no se hayan desinflado, que esté firme la guirnalda de He Man con las letras que desean “F E L I Z C U M P L E A ÑOS” y que no haya ni una sola mosca revoloteando sobre los platos repletos de saladitos y alfajores de maicena. El piso brilla y las paredes irradian el blanco recién pintado (con sus propias manos). Piensa que así como armó los alfajores con grana de color en los bordes para darle un toque más infantil a la mesa, debió haber tenido en cuenta el día elegido para festejar el cumpleaños. Domingo 16 de junio de 1985: mala elección. Debería haber organizado la fiesta para el domingo siguiente, ¿cómo no se dio cuenta antes? 

Mira el reloj, ya son las cinco y nadie toca el timbre. Controla de reojo todo una vez más y su mirada se cruza con Fernando, de punta en blanco sentado en el escalón de la puerta que da al pasillo. Le debe picar la polera de lana pero no se queja, solo mueve el cuello, la acomoda y la vuelve a acomodar. Cree que el pantalón de gabardina le queda precioso, y las zapatillas de cuero, aunque son las de la escuela, hacen juego con la ropa. Su hijo parece contento, expectante. Ella murmura una especie de rezo laico, esos pedidos que quienes no tienen fe lanzan al universo por si es verdad que algo hay dando vueltas, acomodando los errores y las injusticias de este mundo. Que vengan todos, se le escapa entre dientes, entre suspiros. O por lo menos que vengan dos o tres, sigue pidiéndole a esa fuerza superior en la que le convendría creer. Que no se quede solo éste día (ruega) y si no viene nadie que me perdone por haberle festejado los 7 años el domingo Día del Padre, sigue diciéndole a algo que cuelga del cielo y no parece ser planeta ni asteroide. 

No hay padre en esa casa de malvones rojos. No hay padre en ese cumpleaños donde He Man es un rey sin trono. No hay padre en ese cuaderno forrado en papel araña que duerme en el portafolios de cuerina. No hay padre para ese nene que, de pronto, cuando suena el timbre, se pone de pié, pega un grito feliz y dice: ¡Mamá, seguro es Carlitos, seguro es él! Ella abre la puerta de calle y lo primero que ve es la sonrisa buena de la mamá de Carlos, sus aros enormes y el pañuelo de seda sobre el cuello. Quedate (le pide), quedate Marta¸ no creo que venga nadie más.

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