Con más de 700 funciones y un reconocimiento a partes iguales entre público y crítica, Un Judío Común y Corriente –hoy a las 20 en Teatro La Comedia (Mitre 958)– significa de manera especial al actor Gerardo Romano. “Es una experiencia infrecuente. Tuve varias obras a lo largo de mi vida, en las cuales conté con el apoyo del público y tuvieron una larga vida. Con A Corazón Abierto; Sexo, droga y rocanrol; y Padre Nuestro, llegué al cuarto año. Pero en este caso, siendo una obra que nació en el teatro alternativo, tuve el mejor de los derroteros. Con el boca a boca se fue instalando hasta llegar al teatro comercial e incluso al teatro pasatista de verano, porque la estrené también en Mar del Plata. Ya está en la octava temporada, lo cual es absolutamente inusual”, explica Romano a Rosario/12.

A partir del texto de Charles Lewinsky y bajo la dirección de Manuel González Gil, Un Judío Común y Corriente pone en escena el conflicto irónico supuesto por la invitación que recibe un judío alemán por parte de una escuela, cuyos alumnos de Historia quieren conocer, en vivo y en directo, ¡a un judío! “Creo que el punto es que la obra es una metáfora que se apalanca en un hecho real, como lo fue el Holocausto, como lo fue la ‘Noche de las cristales rotos’; es una metáfora que habla del autoritarismo, de la autocracia nazi, pero que en realidad se relaciona con lo que acontece hoy en día; y hoy el fantasma autoritario no es un Hitler, un Mussolini, y ni siquiera un Bolsonaro, sino el neoliberalismo: una práctica política de la cual no estábamos ni remotamente advertidos. No sé si esto estaría atado al fin de la historia, o a la inesperada curva de la historia que representa la derechización de la democracia. Las democracias se suicidan de la mano de su carcelero, que es el autoritarismo, en este caso encarnado de una manera imperceptible por el neoliberalismo, que se disfraza de democracia para acceder al autoritarismo de su programa, con todo lo que implica de manera encontrada con la distribución y la justicia social del rol del estado”, prosigue el actor.

-Y que ahora conoce un episodio terrible entre nosotros.

-La historia se está gestando en términos de procesos inéditos. Para los argentinos el magnicidio es una novedad absoluta, estábamos vírgenes de esta situación. Al margen de que el azar, o no, impidieran la concreción, y que no terminaron de operarse las consecuencias deseadas o esperadas, el hecho se concretó, ¿no? No me esperaba esta curva de la historia pero si nos guiamos por la lógica marxista, de que la historia se repite como comedia y como farsa, pudiera ser que Marx esté acertado. Los visos trágicos del neoliberalismo apelan al sentimiento que nos es común a todos los seres humanos, como la codicia y el egoísmo, ése es el resorte que hace funcionar el capitalismo y que en este caso termina de convencer con los mismos argumentos a gente que formaba parte de un pensamiento neutral o un pensamiento adverso. De pronto, algo opera en el corazón de los seres humanos y todo lo que tenga que ver con los sentimientos solidarios o fraternales carece de sentido, se estigmatiza a quienes profesan esos sentimientos, y nos sumerge en la desesperanza, en la angustia de sentir que nuestras vidas son malas porque lo que les daba sentido era la búsqueda de ese sentido de justicia.

-Te devuelvo a la obra, la permanencia en cartel dice también de tu relación con el director, Manuel González Gil.

-Me estás hablando de un director de los más prolíficos en la historia del teatro argentino, con una gran experiencia en el manejo de los elencos. Acá tenemos el tema del unipersonal, que es particular, porque el actor que protagoniza es hijo único, y a Manuel le toca el rol parental. El hijo único podrá tener problemas, pero los tendrá cuando quede huérfano, y si es que los tiene, porque durante el crecimiento y la enseñanza, el aprendizaje en general no ofrece conflictos que vayan más allá de una charla; entonces, la relación se torna más fraternal, empática, cariñosa. En general, los directores que han llegado a esos puntos de desarrollo de sus características psicológicas hacen que, en el caso de un unipersonal, la relación sea más armoniosa.

-Siendo un unipersonal, no sé si decir que sea un formato donde te sientas cómodo, pero seguramente hay determinados motivos que te atraen.

-No es cómodo, es vertiginoso, tiene el atractivo del vértigo, de ir en un auto que no tiene rueda de auxilio. No es como la obra coral donde todos son ruedas de auxilio de todos, para suplir la dificultad que implica el momento más crítico, aciago, en el placer que significa el juego actoral: cuando no tenés la menor idea ya no de en qué parte de la obra estás, sino de en qué ciudad; y no en qué teatro, si en El Círculo o La Comedia, sino en dónde; ¡Ah, en Rosario! Y todo eso tiene que ser en milésimas de segundo, porque el público, al que tanto te ha costado atraer y concentrar, te concede, como momentos de incertidumbre, 10 o 15 segundos. Después de eso, si te fuiste al pozo tenés que remar de vuelta.

Un Judío Común y Corriente cuenta con la actuación de Gerardo Romano y la dirección de Manuel González Gil, a partir del texto de Charles Lewinsky. Los rubros técnicos se completan con música original de Martín Bianchedi, escenografía y vestuario a cargo de Marcelo Valiente, producción ejecutiva de Francisco Hails, asistencia de dirección de Edgardo Millán, sonido de Juan Orsini, y luces de Bernardo Francese.