Una hora y media después de la represión indiscriminada en La Plata todavía se respiraba gas lacrimógeno. El bosque parecía “Kosovo”, como lo describió un testigo que no alcanzaba a contar postas de goma y granadas de gas lacrimógeno arrojadas como caramelos de una piñata. La Policía Bonaerense había dejado atrás un escenario de batalla. Pero no porque tuviera enfrente a un grupo violento al que disuadir: la barra brava de Gimnasia. La violencia vestía de uniforme. Lanzaba todo su arsenal represivo contra una multitud indefensa. Eran niños, mujeres, algunas embarazadas y adultos mayores como César Lolo Regueiro, el único muerto que terminó en la morgue sólo por casualidad. Pudieron ser muchos más.

Todo salió mal y ya nada reparará una vida perdida. La noche triste de lo que debió ser un partido completo entre Gimnasia y Boca – del que apenas se jugaron 9 minutos – quedará como una estadística más de la locura criminal que campea en las canchas de fútbol desde hace décadas. Aunque esta vez, con una nítida responsabilidad del Estado y su aparato de seguridad (inseguridad) como reflejaron casi por unanimidad los testimonios que se recogieron en el lugar.

La guardia de infantería de la Bonaerense provocó una situación de zozobra y pánico en una zona del estadio donde socios con su carnet o entrada (que mostraban a mano alzada) intentaban hacer valer su derecho al ingreso. Querían ver a su equipo y no que se lo impidieran con todos los antídotos juntos de la represión. Gas pimienta, lacrimógeno, balas de goma y palazos.

Una adolescente fue de las primeras víctimas en el acceso a las plateas. A pocos metros están las boleterías, donde se podían comprar localidades. El presidente de Gimnasia, Gabriel Pellegrino, dijo en defensa de su club que “podíamos vender 3500 y finalmente terminamos vendiendo 3254”. Se refería a las populares que se le autorizó a comercializar. También negó la sobreventa que le atribuyó el ministro de Seguridad Bonaerense, Sergio Berni, a los dirigentes. Aunque las autoridades detectaron unas 6 mil entradas de protocolo sin numerar para ingresar por la avenida 60.

Se sabe que al funcionario no le interesa el fútbol como hecho masivo. Por eso la noche del jueves puso al rugby como ejemplo de civilidad en una entrevista por TV. Mencionó un partido de Los Pumas y Sudáfrica en la cancha de Independiente el 17 de septiembre. “Estaba llena y no había policías”, comentó.

Casi veinte días después, la Aprevide –la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte- que depende de su ministerio, es corresponsable de lo que ocurrió en La Plata. No impidió que Gimnasia vendiera entradas en un punto neurálgico del ingreso, el día del partido. Tampoco evaluó con precisión lo que podía pasar en el bosque. Un lugar demasiado amplio, complicado para vallar sus accesos – sí por la avenida 60, no por la calle 21 - y que rodea a una cancha que a las 21.15 tenía sus dos tribunas cabeceras repletas.

Fue a esa hora cuando la Policía decidió cerrar los accesos al estadio. El responsable del operativo, comisario Juan Gorbarán, a cargo de la seccional 9°, fue apartado del arma. Significa que se le quitó su estado policial y pasará a cobrar el 50 por ciento de su salario. Pero la noche de los graves incidentes había dos comisarios de mayor jerarquía en la cancha de los que, por ahora, no se habla. Quizás para que no se suba más en la escala de responsabilidades.

Hay otro efectivo sancionado por dispararle a quemarropa a un camarógrafo de TyCSports. Es un integrante de la guardia de infantería con bastante experiencia en operativos de seguridad. El segundo jefe de un batallón con al menos “dos centenares de partidos encima. Sabía lo que hacía”, confió una fuente de la seguridad que trabajó en el lugar de los hechos. Su caso personifica el espíritu con que van a las canchas los miembros de ese cuerpo de choque. “Para ellos es como un orgasmo disparar, disfrutan haciéndolo, lo comentan después entre ellos como si se tratara de los goles que hicieron en un partido”, le explicó a este cronista la misma fuente.

Una hipótesis que se analiza entre los peritos, es sí se utilizaron balas de estruendo –que son material preventivo y para dispersar a la multitud– o sí directamente la guardia de infantería apeló al gas lacrimógeno y las balas de goma tirando al cuerpo. Conducta que está prohibida. Será vital para determinarlo el análisis de las comunicaciones de radio entre la policía, como además la investigación de cada paso del operativo represivo. Pero sobre todo, quién dio la orden de disparar, quién la de provocar una encerrona al público gaseado adentro del estadio y por qué se actuó con tanta saña represiva.

Los dirigentes del Lobo habían desechado el estadio Único como escenario. Suele ocurrir en la mayoría de los clubes. Sus autoridades no quieren pagar el costo político de resignar la localía. Gimnasia –Boca podría haberse jugado en el Único si se preveía con tiempo. El estadio solo es aprovechado para organizar recitales y en el pasado lo utilizó mucho más Estudiantes que su clásico adversario.

En el bosque quedó una camioneta blanca incendiada, marca Toyota Hilux. Además de unas 400 postas de goma, bombas de gas lacrimógeno, piedras y otros objetos arrojados, vallas derrumbadas, algo más de cincuenta detenidos, varios heridos y cientos de damnificados por la brutal represión. El vehículo, contra lo que se propusieron quienes lo hicieron arder, no era un móvil policial. Le pertenecía a la empresa Cienfuegos, que se dedica a realizar las demostraciones de fuegos artificiales que suelen contratar los clubes como complemento del espectáculo deportivo.

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