Según la Procuración Penitenciaria, las cárceles federales superaron durante el primer trimestre de 2017 su máximo histórico. Para el organismo, “la inflación penitenciaria en Argentina se encuentra íntimamente asociada al aumento vertiginoso de las tasas de encarcelamiento iniciado en Estados Unidos en la década de 1980 y, globalmente, diez o veinte años más tarde. Este incremento, por su parte, es consecuencia de la implementación de estrategias de endurecimiento punitivo, antes que del agravamiento del fenómeno delictivo”.
En el contexto de encierro y en el marco de aumento sistemático de las detenciones, las situaciones de violencia se vuelven cotidianas. En cinco años se registraron 13.685 hechos de tortura y/o malos tratos, las cuales no nos importaron como sociedad. Porque el discurso generalizado nos dice “que se pudran”, pero se pierde de vista la violencia se reproduce.
Gabriela Gusis sostiene que, en Latinoamérica, “se segregan seres humanos como si fueran descartables. En ese sentido, las cárceles en la región funcionan como campos de concentración para grupos vulnerables”.
¿A qué se debe este aumento de la violencia y las detenciones? Según Raúl Zaffaroni, estamos atravesados por un discurso de criminología mediática que nos presenta la realidad de una sociedad dividida entre buenos y malos, donde las soluciones a los conflictos son lineales y violentas.
De esta manera, se legitima la violencia institucional y el aumento de las detenciones en condiciones precarias. Pero al sistema no le importan todos los delitos. La selectividad del sistema penal recae sobre determinados sectores sociales, las personas en situación de pobreza. Mientras tanto, otros delitos con consecuencias más graves son invisibles.
Esta mirada construye chivos expiatorios, que son los jóvenes en situación de pobreza y los migrantes de los países limítrofes. Se forma un “ellos” sobre los cuales canalizará la angustia. La mirada es conductista, se imagina que cuanta más violencia sufran determinados sectores sociales que ocupan ese lugar de chivos expiatorios, más seguros estaremos.
Para este modelo punitivista que se instaló como discurso dominante, no hay lugar para la inclusión, la reparación o el tratamiento. Nunca se trabaja sobre las causas de las violencias.
Sin embargo, como dijo el sociólogo argentino Gabriel Kessler, “si a un joven, que sabe que robar está mal, se lo lleva a la cárcel de buenas a primeras, además de generar en él resentimiento y un estigma que le resultará muy difícil sacarse de encima una vez que cumpla su condena y salga de la cárcel, se lo podrá estar vinculando con otros individuos en una carrera profesional del delito. De esa manera la cárcel, lejos de resolver los problemas, recrea las condiciones para que se agraven”.
Contrariamente a la idea que circula en el sentido común, en el mundo actual nos encontramos con países con altos niveles de detenciones y altos niveles de homicidios. Porque como sostiene Mariano Gutiérrez, integrante de la Asociación Pensamiento Penal, “la violencia interpersonal y la violencia institucional (en su forma legal, incluso, la del encarcelamiento) son dos caras de un mismo fenómeno: la sociedad violenta”.
Construir una sociedad menos violenta requiere deconstruir los discursos que construyen chivos expiatorios e interpretar la realidad desde una perspectiva de derechos. Y trabajar para desarticular las violencias que atraviesan a toda la sociedad, pero sobre todo a aquellos sectores que sistemáticamente se encuentran vulnerados.
* Licenciado en Comunicación Social (UNLZ). Docente de Comunicación Social y Seguridad Ciudadana (UNRN).