Es viernes a la noche. Duki está parado, solo, en el medio de un ring de box, en el centro de la cancha de Vélez. No hay rival sobre el mangrullo. Da vueltas, busca cada mirada. Canta Ticket: "Estoy vendiendo to' los ticket', estoy contando to' los bille' / Mami, estoy en mi business". Lo envuelven las luces de miles de teléfonos.
Desde el escenario, sobre la popular, la banda lo respalda. Ahora es sólo Yésan en guitarra. Mauro está tan cerca y tan lejos de todos. Es un instante de soledad tan profunda que da miedo. Pero él se siente único. Transmite esa confianza, y las 45 mil personas que llenaron la cancha están cómodas con eso. El momento es hermoso.
La llegada de Duki a Vélez, que no es por uno sino por cuatro (completa el 11 y 12 de noviembre), está marcando un instante en la música argentina. Es llegar a lo de los Iron Maiden y los Luis Miguel, también los Daddy Yankee. Pero el tema no era sólo llegar, sino qué hacer ahí.
La confianza en sí mismo fue siempre total. Es tanta, que al único al que le teme es a él mismo: por eso las pantallas plantean un careo entre Mauro y Duko, dos de sus personalidades. Por momentos, esa confianza es profética. "Si hay algo en la vida que los motiva, háganlo, no importa hasta dónde puedan llegar", aconseja el cantante de 26 años a una masa que ya está dentro de su bolsillo, en diferentes sentidos. Minutos antes había tocado Rockstar, de 2018: "¿Qué quién me creo que soy? / El mejor al menos en estos días / Cada liga tiene su Jordan / Es obvio que yo soy el de la mía".
En lo numérico, un asunto imponente. Cuatro canchas colmadas con 180 mil personas en total, para ver a un pibe que hasta hace seis años estaba rapeando en un parque. La performance, que teniendo en cuenta esto podría haber fallado, estuvo siempre a la altura. Las giras por el país y el exterior dan entrenamiento, pero el lenguaje de grandes estadios es otra cosa. Esa adaptación se dio con naturalidad poco común.
La mística que envolvía al fenómeno El Quinto Escalón no fue producto de un flash. Wos, Trueno, Tiago PZK, LIT killah, algunos nombres que pasaron por ahí, escalan en popularidad. Duki lamentó que el fundador de El Quinto, YSY A, estuviera de gira en México y no pudiera completar la formación de Modo Diablo junto a él y Neo Pistea. Igualmente, agitaron con Trap n' Export y Quavo. Y Duki reconoció a Neo como la persona que le enseñó a rapear.
Duki ejerce un personalismo abierto. Eso también lo trajo hasta acá. No impide abrazos con invitados, a quienes les reconoce haber posibilitado que él esté ahí arriba. Sube J Rei para Pintao, sube entre besos Emilia Mernes para Como si no importara. La lista sigue con auténticas estrellas de la música en castellano: pasan Nicki Nicole (YaMeFui) y Bizarrap (Malbec). Músicos y estadio se sienten parte de algo nuevo.
Pero Duki se transformó para poder llegar a este punto. Desde el fin del mundo pudo haber sido un disco bisagra en su carrera. El otrora pibe indomable, ahora más estable, vio que su biblioteca de sonidos daba para más. En eso jugaron un rol esencial Asan (hoy teclas, sintes y voces de respaldo) y Yésan (hoy guitarra), que lo acompañaron como productores en el proceso de un material más abierto y cancionero.
Ese cambio cristaliza en la banda que acompaña al cantante. Se suman Julián Montes en bajo, más un excelso y experimentado Andrés Vilanova (A.N.I.M.A.L., Carajo) en batería. Juntos, meten dedo y palo a morir. Todo suma, nada resta. La banda va a fondo, nunca a media máquina. Los temas se reinventan permanentemente. ¿Esto es trap? ¿Es rap? ¿Es reggaetón? ¿Es rock? Es Duki, en Vélez. Y suena bien.
Para el postre, un clásico -She don't give a FO- más una nueva versión de Givenchy, que había iniciado el set. La masividad puede validar una sensación que andaba dando vueltas incluso antes de la pandemia. ¿Se puede discutir todavía la existencia de un fenómeno? Después de una nueva noche en armonía, es claro que era quizá más lindo preguntarse adónde llevará todo esto.