El aumento en el precio del dólar de las últimas dos semanas fue el más vertiginoso desde la devaluación de diciembre de 2015, superando las escaladas de junio de 2016, cuando se aprobó el Brexit en Gran Bretaña; de noviembre pasado, tras la elección de Donald Trump en Estados Unidos, y de mayo último, cuando salieron a la luz los audios del presidente brasileño Michel Temer arreglando sobornos. El efecto MSCI, por la evaluadora internacional que se negó a elevar la calificación de Argentina de mercado fronterizo a emergente, tuvo un impacto en la plaza cambiaria superior a esos otros eventos externos. La comparación surge de un estudio de la consultora PXQ, que conduce el ex viceministro de Economía Emmanuel Álvarez Agis. En el Brexit, la suba del dólar fue del 5,7 por ciento; en la elección de Trump, del 3,3, y en el affaire Temer, del 3,1, mientras que en esta oportunidad la divisa avanzó 6,2 por ciento (de 16,39 a 17,40 pesos) hasta que la banca pública recibió la orden de salir a parar la corrida. En cada una de aquellas disparadas los precios de los alimentos pegaron un salto por la incidencia de los insumos importados y por el incremento de las materias primas exportables, sin retenciones que amortigüen los movimientos en la cotización de la divisa. Esta vez no será distinto, por más que el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, pretenda que la variable de referencia para fijar precios sea la tasa de interés y no el valor del dólar. Es un experimento que altera los nervios hasta de los economistas ortodoxos afines al funcionario, quienes le reprochan su fundamentalismo a pocas semanas de las PASO. “Está pensando más en presentar su caso en Harvard que en la necesidad política del gobierno de ganar las elecciones”, comenta uno de ellos. La discrepancia del establishment no es con los objetivos del banquero ni con los del Gobierno, sino con la falta de timing político, lo cual ratifica que un eventual triunfo del oficialismo en octubre terminará de abrir las puertas a la imposición de un modelo de valorización financiera. Ese proyecto económico ubica como una contingencia de segundo orden las angustias de amplios sectores de la población frente a cada aceleración inflacionaria de la canasta básica.
La interpretación de Sturzenegger es que resulta preferible que el tipo de cambio ajuste lo que tenga que ajustar ante la incidencia de un shock externo que utilizar reservas del BCRA para contenerlo. Con ello busca dar un gesto de confiabilidad a los mercados para atraer divisas, bajo el supuesto de que eso permitirá en el tiempo lograr equilibrios razonables. En ese camino, el Central fue desmontando las herramientas que tenía el Estado para resguardar la estabilidad interna. Por ejemplo, habilitó a las exportadoras de granos a liquidar las divisas en el plazo de diez años, eliminó cualquier restricción a la compra de dólares y autorizó a los bancos a elevar sus posiciones en moneda extranjera, además de permitir la libre entrada y salida de capitales. Los resultados de esa política de desregulación financiera y cambiaria están a la vista. Hay una devaluación en los grados de soberanía para la toma de decisiones económicas y un aumento de la subordinación a los humores del mercado. El caso de MSCI es la última prueba. Los inversores descontaban que la calificadora mejoraría la posición de Argentina para recibir inversiones especulativas y cuando no se produjo, empezaron a desarmar posiciones en pesos para volver a dolarizar carteras, provocando un aumento de la divisa que hasta resulta contraproducente para los objetivos electorales del Gobierno. Recién cuando la presión política sobre Sturzenegger de otros sectores del oficialismo –entre ellos del ministro de Interior, Rogelio Frigerio, y de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal– se hizo demasiado intensa tuvo que acceder a dejar intervenir a la banca pública y subir la tasa de interés en el mercado secundario.
El argumento que expusieron informalmente las autoridades del Central es que la volatilidad cambiaria es la mejor forma de neutralizar la bicicleta financiera que ellos mismos armaron con las Lebacs, supuestamente para bajar los niveles de emisión monetaria y frenar la inflación. Pero llegado este punto lo que se observa es que la inflación no bajó respecto de los niveles que traía durante el kirchnerismo –la de 2016, de 41 por ciento, fue la más alta en dos décadas, y la de este año será similar a la de 2015, antes de que Prat-Gay anticipara el aumento del dólar oficial–, mientras que el Central está atado de manos para reducir la tasa de interés si no quiere generar otra ronda devaluatoria que vuelva a impactar en precios, a la vez que soporta una enorme carga de intereses con las Lebacs emitidas. Ahora la versión de la city es que habrá nuevos títulos públicos para rescatar las Lebacs, estirando los plazos de vencimiento, pero obviamente a un costo superior. Sturzenegger conoce de cerca ese tipo de operaciones por su pasado como número tres del equipo económico de Domingo Cavallo, cuando se concretó el megacanje de 2001. El próximo desafío para el Central en relación a las Lebacs será el vencimiento de títulos por 190 mil millones de pesos el martes 18. Ese día se verá si la autoridad monetaria puede renovarlas sin ajustar la tasa de interés o si se verá obligado a una nueva corrección.
“En lo inmediato el frente más riesgoso para la Argentina se presenta en el canal del crédito externo. La elevada subordinación al ingreso de dólares financieros coloca al Gobierno en una encerrona característica de la opción de política que ha elegido: apertura plena de la cuenta capital, fuerte endeudamiento sin contrapartida y fuga de capitales. El combo restableció condiciones de vulnerabilidad externa con una creciente capacidad de generar consecuencias disruptivas sobre la economía local”, escribió la ex presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, en el informe de FIDE del mes pasado. Su pronóstico quedó confirmado con el episodio MSCI, que puso en evidencia que aunque la autoridad monetaria tiene reservas suficientes para controlar el mercado cambiario por el elevado nivel de endeudamiento, el mango de la sartén va pasando a manos de los financistas que abastecen de ese crédito, en una dinámica que en la historia nacional tiene sobrados ejemplos de finales ruinosos. Otro ex presidente del BCRA, Alejando Vanoli, sostiene que “la libre flotación del dólar en el actual contexto global y local aumenta la volatilidad, genera desconfianza y eleva las expectativas de inflación, además de retraer la actividad económica”.
En la última contienda electoral, de noviembre de 2015, Cambiemos prometió mantener las conquistas del kirchnerismo y avanzar sobre lo construido. El hecho de que en el inicio de la actual campaña se atreva a sacar pensiones por invalidez, obligue a los jubilados a demostrar su condición de viudos, se muestre indiferente frente a miles de despidos, autorice aumentos de combustibles y pregagas y avance con una veloz corrección cambiaria deberían ser suficientes señales para anticipar lo que vendrá en caso de imponerse en las urnas en los comicios de octubre.