Fernando Martínez lo hizo otra vez. Con el mismo corazón, el mismo vigor, el mismo ritmo y la misma determinación de la primera pelea en Las Vegas, volvió a vencer por puntos y en fallo unánime al zurdo filipino Jerwin Ancajas y retuvo la corona de los supermoscas de la Federación Internacional. El único campeón mundial que tiene el boxeo masculino argentino en la actualidad dejó hasta el último hilo de energía sobre el ring del Dignity Health Sports Park de Carson (California, Estados Unidos). Y en la medianoche del domingo consolidó su imagen en una de las categorías más atrayentes del momento.
Con tal de no dejar ninguna duda, de a ratos a Martínez (52,049 kg) lo desbordó la ansiedad, se desordenó y corrió detrás de Ancajas (52,049 kg). Pero su tarea fue tan convincente del 6º round en adelante que los tres jurados estadounidenses le reconocieron con amplitud las diferencias que amasó a lo largo de los 36 minutos de acción. Zachary Young y Tiffany Clinton dieron 118/110 a su favor y Ellis Johnson, 119/109. Líbero fue más cauto: sancionó 116/112 para Martínez que llevó su invicto a 15 triunfos consecutivos (ocho de ellos antes del límite). Ancajas, un integrante calificado de la escudería de Manny Pacquiao, perdió su segunda pelea consecutiva después de haber acumulado más de diez años sin derrotas y haber concretado nueve defensas exitosas de este título que resignó en febrero y ahora no pudo recuperar.
En todo caso, la clave de la victoria del "Pumita" (tal es la fe de bautismo pugilístico de Martínez) radicó en su ritmo de pelea, inusual para un boxeador argentino, y en la combinación de golpes al cuerpo con los que fue desgastando la movilidad de Ancajas en la mitad inicial del combate. Cuando el filipino ya no pudo circular tanto sobre el ring, Martínez lo desbordó, lo castigó a los planos bajos (su gancho de izquierda fue poderosísimo) y le cruzó las manos a la cabeza. En algún momento, ahogado por tanta exigencia, el argentino debió dar un paso atrás para encontrar el aire que le faltaba. Pero se repuso, no lo dejó crecer a Ancajas y estuvo siempre ahí, al acecho, hasta la campanada final.
Ancajas aguantó todo lo que le tiraron y Martínez también. Y eso plantea algunos reparos de cara al futuro del campeón argentino. Cada pelea le demanda un desgaste físico supremo y en su propuesta de pelea constante, acaso reciba más de lo que debería recibir, lo que puede abreviar su reinado en el mundo de las 115 libras. En sus declaraciones posteriores y luego de una interminable lista de agradecimientos que revela su buena madera humana, Martínez le apuntó a los campeones de las otras entidades: "Quiero ser el campeón unificado de la Argentina. Ioka, Chocolatito, Jesse Rodríguez... acá hay un Puma que ruge", dijo con la misma aceleración con la que peleó.
Tal vez antes de ir en busca de esos otros campeones, Martínez debería hacer por lo menos dos defensas más ante rivales menos exigentes que terminen de instalarlo en los Estados Unidos, le permitan afirmarse como campeón y recién después, dar el salto en procura de la unificación. Pero tiene 31 años y urgencias personales que le apuran los tiempos: "Vengo desde los 11 años luchando para poder comprarle una casa a mi familia y creo que con un par de defensas más lo voy a poder lograr. Soy de un peso chico y la paga no es muy buena", reconoció Martínez, un fanático de Boca (subió al ring con la banda de sonido de los gritos de la hinchada) que además quiere hacer una defensa en la mismísima Bombonera. Habrá que ver que ideas tienen al respecto Premier Boxing Champions (la empresa promotora que lo tiene contratado) y Marcos Maidana, el excampeón del mundo y su agente internacional.
Muchacho sencillo y emotivo y peleador empedernido, de estos que siempre agradan a los grandes jefazos de la televisión estadounidense, Martínez hace camino al andar. Ojalá pueda ser campeón por mucho tiempo. Necesita que sus sueños se hagan realidad. Más que para pasar a la historia, para poder comprarle una casa a su familia.