“Huaco retrato no es solo descolonizador en su contenido, también busca serlo en su forma”, dice Gabriela Wiener sobre su trabajo más reciente. En Huaco, la escritora aborda la identidad, el racismo, la memoria, los fraudes, el saqueo, el patriarcado y el machismo a partir la historia de Charles Wiener, el tatarabuelo de la protagonista y un reconocido explorador austríaco que se llevó más de 4 mil piezas arqueológicas y un niño para “civilizar" de Perú a Europa.
En un ir y venir entre pasado y presente, el texto refiere a los vínculos familiares, los duelos y los legados coloniales que se mantienen vivos en cuerpo y mente. Con una agudeza y un sentido del humor muy propios, indaga en sus orígenes y desarma los relatos instalados, muchas veces guardados bajo siete llaves e impregnados en la piel como únicas verdades.
En diálogo con Página 12, Gabriela Wiener cuenta cómo la reconstrucción de la biografía de su tatarabuelo se transformó en novela y de qué manera los silencios heredados repercuten en el devenir de los acontecimientos. Además, las mujeres de Huaco Retrato (Penguin Random House, 2021), la “dominación de los cuerpos racializados”, las formas múltiples del amor y la descolonización de la literatura.
--¿Cuál ha sido la motivación central de Huaco retrato?
--Yo siento que a mí me movilizó construir una contranarrativa, un contrarelato, que, por otro lado, es algo muy propio de ejercicios de este tipo: descolonizadores, de movimientos que han intentado oponer al hegemónico un relato distinto. En mi caso, quería disputar ese relato que yo había escuchado toda mi vida en mi casa sobre el patriarca familiar, un viajero ilustrado en plena época del racismo científico en Europa y en la época también de los zoos humanos. Cuando Charles Wiener aparece siendo condecorado en la gran Exposición Universal de París por haberse llevado todas esas miles de piezas prehispánicas, al lado de su exhibición funcionaba uno de estos zoos de exhibición de personas como animales. Quería desmontar un poco la única historia que conocíamos dentro de mi familia, que era la del antepasado blanco, euroblanco, mientras que se había borrado el resto de las historias de las que no teníamos ni idea, en particular, de esa tatarabuela de la que solo teníamos el nombre. Es así que, a partir de estas motivaciones, los grandes temas del libro son el racismo y el blanqueamiento y cómo eso determina nuestras vidas.
--¿Cómo se transformó el proyecto en una novela?
--La de Charles ha sido la clásica leyenda familiar que se cuenta y que va de generación en generación. A mí siempre me fascinó que hubiera un personaje así detrás de mí. Me parecía superabsurdo con esta cara de huaco retrato y ese apellido alemán; me parecía paradójico y sospechoso. Creo que en esa zona incierta, como de lo presunto, es que la escritura se moviliza. Y que fuera una novela cayó por su propio peso porque las condiciones materiales de producción que yo tenía para hacer una investigación de crónica o de periodismo narrativo, que era algo que yo había trabajado mucho antes, fue quedando atrás y eso abrió las compuertas de la ficción.
--¿A qué alude esta idea del “blanqueamiento” al que te referiste hace un instante?
--La protagonista no es ni monógama ni heterosexual. Por eso insiste siempre en seguir ampliando y haciendo más diverso su espectro afectivo, sexual, está enamorada de ambos, del marrón y de la blanca, del hombre y de la mujer. De hecho, bromea diciendo que ella es la más oprimida de la casa, que ella es lo que hay entre un hombre y una blanca. Es verdad que su chico no es un hombre blanco, pero enamorarse de esa mujer blanca, de pronto, la conecta con un pasado constante, que vuelve, de haber deseado siempre, o casi siempre, personas blancas o más blancas que ella, en una ciudad como Lima, tan virreinal, tan racista. Y empieza a reflexionar sobre los mecanismos del blanqueamiento del deseo, y cómo se relaciona esto con el racismo, con la violencia y el ejercicio del poder, también. En la obra se habla mucho del poder que necesita alguien que ha sido vulnerabilizado toda su vida, como ese lugar que necesita ocupar para no volver a sufrir las mismas violencias, la misma invisibilización.
--El libro está atravesado por duelos y fraudes del pasado que se hacen presente a partir de otros actuales. ¿En qué medida la muerte del padre le permite a la protagonista acercarse a la madre y abordar lo no dicho?
--Es el momento en que la Gabriela de Huaco puede, por fin, abordar la historia de infidelidad de su padre, y para ello necesita a su madre. De alguna manera intuye que en la observación, en el análisis de esa historia, de ese triángulo también que la antecede, puede encontrar algunas señales sobre su presente relacional. Y, en realidad, como tantas madres e hijas, tenían una conversación pendiente. Entonces no es que cambie la relación entre ellas, pero sí es un momento de inflexión porque siempre la muerte hace ese tipo de cosas. Y entender su crisis, rebuscar en su identidad, también pasa por saber cómo se han amado y cómo se han mal amado las personas que fueron sus primeros referentes afectivos. La clave hacia la que va es la versión de la madre, porque eso es lo que le estaba faltando, ese otro relato también, así como faltaba el relato de la tatarabuela, faltaba el relato de la madre. La muerte del padre le hace trascender ya, por fin, ese lugar, sacar las patas de ahí. Y así es como surge la presencia fantasmal de María Rodríguez (con quien Charles Wiener tuvo un hijo y sobre la cual no se guarda ningún retrato en la familia Wiener en la actualidad) y la voz de la madre de Gabriela cruza el tiempo también y reclama finalmente su lugar.
--En algún sentido, las historias de estas mujeres se dan la mano, con posibilidades diferentes de visibilización y habla. ¿Cuánto han aportado las luchas feministas y antirracistas a tu trabajo?
--Huaco intenta ser parte de la conversación de nuestro tiempo también. Una literatura más conectada con lo que nos pasa es tratada, a veces, de no-literatura, de hecho, he oído por ahí que le llaman ya directamente “activismos”, así como otras veces se ha llamado literatura femenina. Nuestros libros están en el debate actual de muchas cosas: los libros feministas, los libros anticoloniales. Eso ha pasado siempre con la literatura y eso no los hace libros coyunturales o intrascendentes; el mío, obviamente no existiría si no estuviera ahí también impulsado por los debates de los últimos años, entre ellos, por supuesto, todas las luchas de los feminismos y de los movimientos antipatriarcales y anticoloniales. No es raro que tantas estemos mirando a nuestras madres, a nuestras abuelas, a nuestras ancestras en estos momentos, a las que les debemos tantísimo, y que algunas las hagamos parte de nuestras escrituras. La literatura ha sido siempre tan blanca y masculina, como han sido también nuestros relatos familiares; eso es lo que se nos ha contado y en eso consiste descolonizarse, que es un proceso que no cesa, en el que empiezan a aparecer todas estas figuras aunque sea de esta manera, por un lado fantasmal, y por otro lado también, a través de la ficción. Muchas veces es imposible encontrar esa foto del antepasado, probar ese apellido y esa filiación porque todo está tan borrado por la violencia, por cosas que se han escondido, por cosas tremendas que no se han querido ni siquiera contar a hijos ni a nietos. Mi abuela, por ejemplo, no queriendo hablar en quechua, para que no tengamos la lengua del oprimido. Podemos hacer un trabajo de excavación de arqueología, pero también podemos hacer un trabajo de imaginación, que es lo que propone Huaco.
--¿De qué manera se superponen, en la obra y en la vida, la cuestión racial y la cuestión de clase? ¿La discriminación opera más fuerte en un caso que en otro?
--El racismo, como el machismo y el patriarcado, son sistemas de dominación que se cruzan con el tema de clases, siempre. Se ve en la jerarquización de los cuerpos, se ve en qué cuerpos tienen privilegios en este mundo y qué cuerpos no, qué cuerpos reciben más violencias o tienen los peores trabajos. La manera en la que opera la discriminación siempre va a ser híbrida. No se puede explicar la una sin la otra. El libro lo habla de modos muy distintos, precisamente quitándole lo teórico, quizá, desde una cotidianidad, desde un mirarse con sorna, con cuestionamiento, con humor también. Pero cuando la protagonista habla de su familia, cuando va diseccionando las diferencias entre un lado y otro de la familia, o cómo ella se ubica entre sus dos parejas, estamos hablando de interseccionalidad. Sin embargo, no he dicho esa palabra en el texto ni una sola vez. Y así un poco me conduzco por la vida, sobre todo, creo que en literatura tenemos que ser capaces de acuerpar todo esto. Sí, son temas que me interesan; ahí está mi ideología y aquí están mis luchas. Pero aquí también lo principal son las brechas que se abren, los silencios, lo incierto, lo contradictorio, las cosas que no podemos explicar, todo este misterio, toda esta cuestión también sutil en que se dan las desigualdades en lo íntimo.
--En el texto hay una alusión constante a la “dominación de los cuerpos racializados”. ¿En qué situaciones se advierte esto más claramente hoy?
--La dominación de los cuerpos racializados está enmarcada dentro de un sistema ideológico, en una estructura capitalista en la que los cuerpos se entienden como mercancías. Y dentro de este escalafón de los cuerpos están los cuerpos que están arriba y los cuerpos que están abajo; eso es el racismo. Como migrante de una excolonia en el reino de España, pues soy parte de una comunidad migrante, tuve una migración privilegiada comparada con las personas que, por ejemplo, han tenido que cruzar la valla de Melilla o han venido por el Mediterráneo. Sufrimos, muchos, la ley de extranjería porque el racismo en España es institucional. Son muchas las maneras en que esa violencia nos impacta, pero siempre desde lugares muy distintos. O sea, ¿cómo voy a negar yo mis privilegios de capital cultural, por un lado, aunque haya sido, y sigo siendo, alguien racialmente discriminada constantemente? O en este eje que yo le llamo de rachismo, de la mezcla de racismo y machismo a la vez, que tantas veces, cuando he simplemente levantado la voz para decir cosas, me ha caído encima, como acoso, cibercacoso y violencia en general. Han pasado, desde que publiqué mis primeros textos, 15 o 20 años para que se tomen en serio lo que escribo. Y eso obviamente tiene que ver con el racismo. Y eso obviamente tiene que ver con patriarcado. Así que estamos ahí en estas intersecciones todo el rato.
--¿Cuáles son los objetos del huaquero contemporáneo?
--Iván de la Nuez, el ensayista cubano, le llama las “mutaciones de la plantación”. Se puede hablar del saqueo de diseños textiles de comunidades originarias para venderlos a precios de escándalo al primer mundo, el extractivismo inmaterial y cultural, todo lo que tiene que ver con el turismo, la trata, los talleres de explotación y cuasi esclavitud de gente asiática para producir ropa que dura dos meses, los museos que siguen haciendo un poco de lo mismo, usando a gente racializada y migrante para darse apariencia de interseccionales. Y los zoos humanos son claramente las jaulas de las fronteras, los muros, las vayas y las fosas comunes del Mediterráneo.
--Huaco pone de manifiesto que la violencia colonial y el racismo marcan las formas de relacionarse con el otro y el alcance del racismo internalizado en una mujer que durante años se ha despreciado y que ha crecido con mensajes de orgullo hacia su tatarabuelo. En la negación de lo propio hay cierto racismo oculto. ¿Creés que es una manera de autoprotección o es producto de lo tanto que se ha machacado sobre la raza?
--Sobre esto mismo, pienso inmediatamente en el colectivo argentino Identidad Marrón, que está realizando un activismo muy interesante para un país blanqueado como la Argentina, que no es blanca; ellos lo dicen todo el tiempo. Y, sin embargo, por todo lo que sale y se conoce, pareciera que la Argentina fuera blanca. La pregunta es por qué ocurre eso también. Uno de los miembros de Identidad Marrón, un escritor argentino, Walter Lezcano, dice: “no te permiten olvidarte que eres racializado, desde el afecto o desde el insulto siempre te lo recuerdan”. Entonces, claro que sí, se machaca y mucho. A los marrones argentinos siempre se les pregunta si son argentinos. Les dicen: “no, no puede ser, tienes que ser peruano, tienes que ser boliviano”; se les esconde y se les niega porque la Argentina no se siente racista y lo es. Muchas de las compañeras que estamos escribiendo, que estamos haciendo activismo marrón, hemos internalizado el racismo porque no queríamos estar del lado del discriminado, ¿quién querría? Y hemos reproducido esa violencia recibida contra nosotros mismos, pero, poco a poco, hay discursos que están activando y denunciando esa realidad.
--¿Cómo se puede empezar a pensar, a difundir, la descolonización de la escritura o la literatura?
--Recuerdo que la gente de Identidad Marrón que fue a mi presentación de Huaco Retrato en Buenos Aires ponía: “Menos Varga Llosa, más Huaco Retrato”. Creo que de esa manera provocadora, invadiendo el espacio público, interviniendo, lo podemos hacer, haciéndonos presentes, trayendo también nuestros referentes no blancos, bastardos, fronterizos, mestizos, marrones, indígenas, recuperando, por un lado, esas genealogías borradas, también inventándonos nuestras propias genealogías en espacios que podamos autogestionar, leyéndonos entre nosotras, haciéndonos talleres fuera de las categorías hegemónicas de la Academia y también luchando contra ese elitismo de algunos que se atribuyen el poder de decir qué es y qué no es lo literario. Hablemos de escrituras, hablemos de escribir en este tiempo; hablemos de lo que queremos transformar.
--El libro cierra con un poema que dice: “Nunca dejamos de buscar lo que fuimos para comenzar a ser lo que soñamos”. ¿El proceso de indagación y cuestionamiento es perpetuo?
--Huaco, en efecto, se centra en esa conexión entre patriarcado y colonialismo y puede analizar lo intrincadas que están estas cosas desde nuestras microhistorias de intimidad, en el seno de nuestras familias, en el amor, en el sexo, en la relación con nuestros propios cuerpos y la norma. Aceptar cuáles son nuestras distintas genealogías para entender el lugar que ocupamos en el mundo y soñar con el lugar que queremos ocupar, que no es ni el romper el techo de cristal, sino a lo mejor pertenecer a una comunidad, aunque esté en los márgenes, aceptándose que eso es parte del proceso de descolonización, como alguien que ya no quiere pertenecer ni estar ahí dentro, sino que va a hacer su pequeña trinchera ahí afuera con otras más. Creo que es mejor plantearse esa idea del proceso de cuestionamiento casi perpetuo que, en este caso, sería el de descolonización, porque es la pregunta permanente sobre nosotras mismas, sobre cómo estamos operando, desde qué vidas, en relación a quién, a qué cosas, a qué poderes de abajo hacia arriba, y pensando también cómo vamos a transformar las cosas.