Los austríacos reeligieron este domingo al ecologista Alexander Van der Bellen para el cargo de presidente, en una apuesta por la estabilidad en un contexto de crisis energética y fuerte inflación en el país. De 78 años y apoyado por un amplio espectro político, Van der Bellen ganó en primera vuelta con el 54,6 por ciento de los votos. Este escrutinio no incluye el dato del voto por correo, que será anunciado el lunes y que con toda probabilidad dará al reelecto presidente al menos un punto y medio más.
El segundo candidato más votado de la jornada fue Walter Rosenkranz, del partido ultranacionalista FPÖ, con el 19,1 por ciento, mientras que el resto de los aspirantes obtuvo entre el 8,4 y el 1,6 por ciento de los votos.
"Son tiempos muy turbulentos"
"Es una gran noche. Ahora hay que mirar adelante juntos y concentrarnos sin más dilación en las cuestiones importantes", aseguró Van der Bellen a la radio pública ORF tras conocer el resultado. Respecto a que las encuestas lo daban no sólo como claro favorito sino que auguraban una victoria en primera vuelta, el reelegido presidente afirmó que le preocupó que eso pudiera desmotivar al electorado. La participación rondó finalmente el 66 por ciento, dos puntos por debajo del dato de la primera vuelta de hace seis años.
"Hay que tomarse todas las elecciones en serio. Y justo en estas había muchas inquietudes", señaló Van der Bellen, quien indicó que las elecciones se produjeron en medio de una gran incertidumbre, con más candidatos que nunca, gran parte de la población sintiéndose insegura y con altos niveles de desencanto político. Por eso, consideró un éxito haber logrado más votos que los otros seis aspirantes juntos, pese a lograr la reelección con un apoyo notablemente menor que el que tuvieron sus dos antecesores para sus segundos mandatos.
El presidente reconoció que son "tiempos muy turbulentos" debido a la guerra en Ucrania y sus consecuencias, los precios de la energía o la posibilidad de nuevas olas de la pandemia, y deseó que "todas las fuerzas constructivas de la república estén hombro con hombro" para atajar esos problemas de forma conjunta. "Ahora es el momento de mirar hacia adelante y seguir con las difíciles tareas", advirtió quien recibió ya la felicitación de sus rivales y de todo el espectro político.
Hijo de refugiados
Van der Bellen ganó las elecciones de 2016 con el 53,8 por ciento de los votos frente al candidato del FPÖ, luego de un largo proceso electoral de ocho meses debido a la impugnación de los resultados por los ultranacionalistas. Sus primeros seis años como presidente, un cargo representativo con pocas competencias ejecutivas, estuvieron marcados por la pandemia, varias crisis de gobierno, casos de corrupción y la situación generada por la guerra.
Sin embargo, Van der Bellen logró garantizar la continuidad del Estado ante la agitación y los sucesivos cambios de cancilleres. Su perfil atípico no le auguraba para nada un destino político. Austero, agnóstico y casado dos veces en tierra católica, el exjefe de los Verdes y decano de la facultad de Economía de Viena pudo hacer olvidar su fuerte talante de izquierda para congregar y unir.
Este gran fumador, que luce siempre barba de tres días, se hizo fotografiar con el típico saco alpino junto a las montañas nevadas para convencer a la opinión pública de su patriotismo. Su padre, un aristócrata, y su madre estonia llegaron a Viena durante la Segunda Guerra Mundial antes de trasladarse al Tirol, huyendo de la llegada del Ejército Rojo.
La caída de la ultraderecha
Van der Bellen, que se presentaba como independiente, lideró a los Verdes entre 1997 y 2008, y tenía ahora el respaldo de su antigua formación y el más o menos directo del gobernante Partido Popular (ÖVP), los socialdemócratas del SPÖ y el liberal Neos, que no presentaron candidato propio.
Casi todos los rivales de Van der Bellen se presentaron a estos comicios como candidatos antisistema y alejados del poder establecido, aunque varios de ellos tienen largas carreras en política y puestos públicos, o el apoyo de importantes fortunas. Una excepción fue Marco Pogo, líder de la banda de punkrock Turbobier, presidente del Partido de la Cerveza, y alias artístico del médico Dominik Wlazny, su nombre real.
Con 35 años Wlazny fue el candidato más joven en aspirar a la jefatura del Estado en toda la historia de la república austriaca. Planteó un discurso progresista y ecologista con el que logró un 8,2 por ciento de votos principalmente urbanos, hasta quedar en la tercera posición. El partido de extrema derecha FPÖ y su poco conocido candidato, Walter Rosenkranz, obtuvieron el 19,1 por ciento de los votos el domingo.
A diferencia de lo ocurrido en las recientes elecciones en Suecia y en Italia, los casos de corrupción hicieron perder terreno a la extrema derecha austriaca. Hace seis años fue la primera en Europa en acariciar la victoria en una elección presidencial. Fundado por ex nazis, el FPÖ se inclinó finalmente con más del 46 por ciento de los votos en aquella ocasión, epílogo de unos comicios que preocupaban a la Unión Europea y los socios occidentales de Austria.
El partido accedió al gobierno en el marco de una coalición con los conservadores del joven Sebastian Kurz, pero tuvo que dejar el poder en 2019 tras un escándalo de corrupción y no volvió a recuperar su pasada gloria.