La caravana es apenas un nudo haciéndose línea con el desierto desde los acostumbrados muros de Samarkanda, y es también el bullicio que horas atrás fatigó la geometría de azulejos y tapices discutiendo seda por especias. Amir, a pesar del estorbo de la distancia y la luz, puede distinguir la figura encorvada de Zhao dirigiendo la caravana desde el último lugar. La intemperie del trato entre los dos extremos del mundo ha envejecido a Zhao. Amir sonríe. Zhao diría que cada rostro es otro rostro a cada instante, aunque el ojo se las arregle para que sea siempre el mismo rostro, así como el desierto permite ver sus horizontes dibujados, pero no acepta discriminar el movimiento de cada grano de arena hasta que comienzan a llegar todos juntos en el indicio de la tormenta inmediata. Si viéramos sólo el movimiento de cada grano, la tormenta nos ahogaría. ¡Quién no se perdería percibiendo la infinitud de cada instante sobre las cosas! ¿De qué sirve mirar el ceño inmutable o la expansión de una sonrisa a la espera de una mueca contradictoria? Por eso Zhao dirige la caravana desde atrás. Al no estar adelante puede ver el andar de las intenciones de cada uno sobre la arena y el designio del desierto sobre todos ellos.

Durante la rueda de los intercambios, Zhao no habló sino hasta cerca del final de los acuerdos, aun al estar bajo los reclamos del espíritu imprudente de sus hombres. El rastro de las palabras de Zhao persisten en la mirada de Amir, y pueden seguirse desde la sonrisa de odio de Zahira, pasando por la expectativa de fracaso insondable en los demás mercaderes, hasta el apresurar de alijos de carne salada y las bolsas de agua sobre las bestias sorprendidas por partir. Los hombres de la caravana no entienden la decisión de atravesar el desierto ante el verano inminente. Tampoco los demás mercaderes entienden a Zahira arriesgando sus sueños de rubíes en las dagas menores del peor postor, o tal vez, y como siempre, ella suelte su carcajada de graznido cuando en la próxima rueda los sepulte en la dependencia. Así, sin soltar un solo gesto, los obliga a precipitar ante las puertas del muro sus mejores desalmados para custodiar a esos forajidos de Zhaira que ya vigilan las palabras casi mentirosas de Zhao.

Es la ambición de todos la que sostiene la verdad en las palabras increíbles o imaginarias de Zhao. Nadie en su juicio aceptaría la realidad de la promesa dicha por otro. Pero en Zhao... en Zhao están los mil viajes y en esos mil viajes están el saber del mirar de los ojos rasgados, el de los ojos redondos y también el paso del mercader al salteador según el desnivel de los intercambios. Zahira no duda de las palabras de Zhao. En todo caso, en la cadencia del soltar sus palabras, en el gesto adusto de los pocos hombres que lo siguen, en la serenidad de su risa al hablar con Amir, Zahira busca leer qué suerte embistió a Zhao en estos cuatro años de ausencia y deudas impagas. Zhaira sueña con un mundo donde pueda ser la que todo lo sepa. Es quien más entiende que los sentidos apenas alcanzan para conocer, que la imagen vista se desvanece inmediatamente en pensamientos y estos en otros pensamientos que llevan a volver a mirar o escuchar según indica el rastro de la memoria en que se van convirtiendo. Con la promesa cumplida de las palabras de Zhao, podrá tener tantos perros de caza que dominará los negocios desde su alberca sin tener que pisar el polvo. Podrá saber lo que ahora no sabe de las intenciones de Zhao, no gastará en mirar más que sus pies de porcelana mientras le cuentan porque Zhao habla con Amir, el único encargado de dominar las puertas del muro.

Amir es quien puede distinguir desde la lejanía de los muros cuántos mercaderes disfrazados de salteadores o cuantos salteadores devenidos mercaderes trae la caravana que se aproxima. Es quien vigila el paso del intercambio. Es quien sabe cuál es el ritmo de la vida según la regulan quienes manejan las cosas del mundo. Amir gritó que Zhao era Zhao seguido de sus hombres cuando regresó a la duna límite de su visión. Zhao. Amir se piensa discípulo de Zhao. Es quien le ha enseñado cómo el abrir y cerrar de puertas es el arte que enciende o disminuye la vida. Sin el espacio entre los marcos nada fluye. Quien sepa cuándo dejar fluir y cuándo sellar prolongará la existencia salida del vacío que parece inexistente. Así parece la promesa de las palabras de Zhao. Parece inexistente y sin embargo allí sale la caravana con Zhao demorado al repetir su hablar ante Amir.

La caravana es un nudo sobre la línea. Amir se prepara y recorre entre su vista y su pensamiento el rastro del bullicio de las últimas horas. Ya sabe cuál será su próximo nombre y cuál su vestimenta. La luz lo estorba más, pero lo guían los sucesos por venir según los describiera Zhao: "Ellos esperan darme muerte para cuando regresemos a Samarkanda, pero yo los sorprenderé siendo muerto por mis propios hombres al caer de las sombras sobre tus ojos. Sin un guía serán cuarenta huérfanos. Según tu saber de abrir y cerrar las puertas podrás guiarlos. La cifra que mueve la piedra que oculta la cueva es Ábrete Sésamo".