Creo que compartir fue un aprendizaje de mi infancia.
Haré un breve relato sobre mi historia familiar para explicar esta idea. Mis abuelos paternos y maternos llegaron desde Italia a la Argentina en el año 1900. Mi bisabuelo paterno, Carlos Pesce, no quiso emigrar y se quedó en Italia. Eusebio Pesce, su hijo, mi abuelo, llegó a Buenos Aires con su madre y sus hermanos.
Mi bisabuelo Carlos era de oficio artista, pintor y profesor de dibujo. Había pintado numerosas iglesias y capillas en la zona del Piamonte. Conservo dibujos y documentos que le otorgaban los párrocos de las iglesias, que decoraba con imágenes, sintiéndose satisfechos ellos, y los notables del pueblo por su trabajo.
Mi abuelo Eusebio era ayudante de su padre y llegó a la Argentina con ese oficio. Hizo varios trabajos de decoración en instituciones importantes, pero la realidad económica lo llevó a crear una pequeña empresa de pintura de obra para poder subsistir.
Mi abuelo materno, Augusto Pozzetti, era carpintero ebanista. Realizó trabajos de ebanistería en importantes edificios y era considerado por sus clientes, más que como un artesano, como un verdadero artista.
Mi abuelo paterno, Eusebio, compró, a poco de llegar, un terreno en el barrio de Villa Urquiza, en la capital, cuando todavía era zona de quintas muy poco poblada. Allí vivieron inicialmente Eusebio, mi abuela Catalina y sus tres hijos, Ernesto (mi padre), María y Carlos.
El terreno era muy largo y a medida que se casaban los hijos, iban agregando una pieza y cocina; el baño era compartido. Se los podía ver un fin de semana trabajando de albañiles, construyendo una piecita porque algunos de los chicos habían crecido y ya no podían compartir la pieza con sus padres; y otro fin de semana, pintando paisajes en el patio: todos eran pintores aficionados.
Eran muy hábiles manualmente. Recuerdo cómo nos hacían los juguetes, reparaban el calzado, trabajaban la madera. En ese espacio compartido por tres familias, era indispensable compartir, ser solidarios y tolerantes. Tal vez mi recuerdo como niño sea algo idílico, pero no recuerdo peleas ni discusiones importantes.
Mi padre y mi madre se conocieron militando en el Partido Socialista. Mi madre trabajaba como voluntaria en una guardería infantil que tenía el partido para ayudar a las madres trabajadoras. Mi padre, además de dedicar su tiempo a la militancia, era aficionado a los títeres, hacia sus cabezas con las calabazas que se usan para el mate, y también confeccionaba él mismo los trajes y escenarios.
En una oportunidad fue invitado a la guardería a hacer un espectáculo de títeres para los chicos y allí conoció a mi madre. Tiempo después se casaron y nacimos mi hermana Irene y yo. Me gusta pensar que somos hijos del amor y la solidaridad. Creo que fuimos privilegiados al crecer y recibir esa enseñanza a través del ejemplo de nuestra familia.
Sentí la necesidad de hacer este relato porque lo veo como el origen de aprender a compartir y, junto al generoso aporte de los artistas participantes, concretar esta "Obra compartida".
A principios de 1980, mi hija Malena tenía cuatro años. Con Eloísa Marticorena, su mamá, compartíamos taller en casa y era habitual que Malena jugara o dibujara mientras sus papás trabajaban.
En el estudio había varios caballetes verticales de pintor.
Un día, cuando Malena dibujaba en uno de esos caballetes, se me ocurrió hacerle un retrato y cuando llegué a la parte donde debía imitar el dibuio que ella estaba haciendo, la llame y le pedí que lo hiciera ella.
A partir de esa experiencia, comenzamos una serie de obras sobre papeles de 0,50 x 0,70 m, donde Malena dibujaba primero esos hermosos dibuios que hacen los niños a esa edad y me dejaba un espacio a mí, y yo generalmente hacía un retrato de ella en la actitud de dibujar su obra. Así realizamos unos cuarenta dibujos con los que luego hicimos una muestra en la Galeria Vermeer.
Varios años después, continué la experiencia con mi nieto Vito, hijo de Malena y Diego Nuñez. Con él trabajamos desde 2012, cuando él tenía cinco años, hasta la actualidad. Llevamos realizadas más de diez obras.
La serie continuó con Julian y Lautaro, los dos hijos que tuvimos con Mariana Schapiro. Y luego seguí incorporando familiares cercanos, como Irene Pesce, mi hermana; mi primo Carlos Pesce y Patricia Parodi, mi actual mujer.
En simultáneo a la saga familiar, comencé a invitar artistas amigos a participar de la serie. El único requisito era que nos conociéramos personalmente, dado que como debía hacerles un retrato, podría hacerlo con más intensidad o tendría más elementos que la sola referencia de una foto.
La consigna es compartir un papel de 1 x 0,70 m, dividido al medio de forma vertical: en la parte inferior el otro artista realiza su obra en la técnica y estilo que decida. Luego, en la parte superior, yo hago su retrato intentando que sea reconocible, y los fondos y la figura los resuelvo en diversas técnicas de acuerdo con lo que me sugiere la obra del invitado.
La convocatoria tiene que ver con la acción de compartir, no depende del reconocimiento que tenga el artista. Participan jóvenes que recién inician su carrera, estudiantes, artistas de diferentes disciplinas, como la fotografia, la danza, la escritura, el cine, etc. Al momento de la edición de este libro, llevamos realizadas más de 180 obras.
Me queda agradecer la generosa participación de todos los artistas que accedieron a esta propuesta de compartir, que incluye, como decía al comienzo, una gran dosis de afecto, tolerancia y solidaridad.
* Artista visual. Texto de presentación de su libro Obra compartida, presentado hace un mes en el Museo Nacional de Bellas Artes por Luis Felipe Noé, Matilde Marín, María Teresa Constatin y Pesce.