Con dos conciertos formidables, Pat Metheny cumplió su esperadísimo regreso a Buenos Aires. El sábado y el domingo, el guitarrista estadounidense se presentó en el Teatro Gran Rex, ante un público fiel y fervoroso. El público que durante las casi tres horas que duró cada show se entregó gozoso al viaje entre pasado y presente propuesto por uno de los grandes músicos de las últimas décadas. Lo que había postergado la pandemia --los conciertod habían sido programados para marzo 2020--, finalmente se cumplió, para satisfacer a fans de varias generaciones que colmaron la sala y que, a juzgar por la intensidad de los aplausos, se quedaron con la sensación de haber visto y escuchado a un artista íntegro e inspirado, que a los 68 años, en su plena madurez, no deja de dar muestras de plenitud.

Sostén de esa plenitud es el cuarteto, que equilibra la mística de Metheny con la experiencia del mexicano Antonio Sánchez -- el sigilo entre pasado y presente, que secunda al guitarrista desde Speaking of Now (2002)--; el pianista y tecladista galés Gwilym Simcock, que tuvo el buen gusto de tocar más el piano que los teclados, y la sorprendente contrabajista malaya Linda May Han Oh, patrona de un sonido redondo y dúctil y un swing penetrante, que le agrega una fibra más espesa a la música de Metheny. Cada músico de la banda es una individualidad, es decir un sonido y un estilo, puesta al servicio de una idea de grupo que desde esa variedad refleja la particular visión de Metheny sobre la fusión: el incorruptible gusto melódico atravesado por aires del rock, el folk, el bop, la bossa nova, el pop y mucho más, elaborado hasta los bordes de la abstracción con procedimientos del jazz.

Mientras en las redes sociales se multiplicaban los entusiastas comentarios de los fans que asistieron el sábado al Gran Rex, la segunda noche, la del domingo, mantuvo el ardor y la estructura de la primera. Metheny trazó un recorrido sinuoso y encantador, que se hamacó entre la música de su último disco From this Place (2020) hasta temas de aquel temprano y siempre verde Bright size life (1976). Antes, en la apertura, mientras los retardatarios terminaban de acomodarse, actuó Manu Sija. El notable multi-instrumentista tucumano eligió el bandoneón como herramienta principal para trazar su personal paisaje sonoro, en el que no faltaron, por supuesto, gestos y sonidos marca Metheny.

Después de una breve espera, varias veces apurada por el batir de palmas que bajaba impaciente desde el Pullman, las luces se apagaron y ante el aullido de la sala Metheny apareció solito. Sentado en el centro del escenario, con la melena incólume y canosa, el guitarrista se encorvó sobre la Pikasso --un híbrido de guitarra, cítara y lira, con 42 cuerdas, tres diapasones y dos bocas, creada en 1984 por la luthier canadiense Linda Manzer-- para ir tanteando el aire con distendidas improvisaciones, como explorando las posibilidades del instrumento, a la manera de los tientos renacentistas. Enseguida, con la banda ya en escena y el clima temperado, el fuego se abrió con “Bright size life”, una marca de origen que entró con su candor melódico en la compleja maquinaria del cuarteto.

La Ibanez PM-100 de Metheny, y ese sonido ícono de su música, entra y sale del primer plano, abriendo diálogos con sus compañeros, cambiando climas y perspectivas, haciendo y promoviendo improvisaciones. Con frescura y sentido armónico pleno, Simcock sabe esperar su momento para llevar la sencillez melódica hacia planos de complejidad instrumental, mientras desde el contrabajo Linda May Han Oh ajusta la base sin perder lirismo. Ambos se soltaron además en solos breves y contundentes, que combinaban una amplia paleta armónica y un implacable sentido del ritmo. Sólido y sutil, Sánchez, uno de los bateristas más sensacionales de esta época, dividía el tiempo en el momento menos esperado y la música se multiplicaba en su infinita variedad tímbrica. Económico en sus movimientos y pródigo en inventiva, el mejicano hizo solos siempre distintos, ajustados al clima general del tema y al mismo tiempo capaz de desarrollarlo.

La primera hora del concierto sucedió sin fisuras y en ese plan se alternaron tensiones y distensiones, ataques y repliegues, climas entre el deleite de lo que sucede y la expectativa por lo que puede suceder. Metheny cambió instrumento --entre otras utilizó una Roland G303 sintetizada-- y ajustó pedales. Si bien el sonido podía ser otro, la música y sus dinámicas seguían siendo las mismas, producto del encuentro entre individualidad y trabajo de conjunto, entre la melodía penetrante y los desarrollos posibles de la improvisación.

En la segunda parte, un gran momento fue el encuentro a dúo entre el guitarrista y cada uno de sus instrumentistas. Con Sánchez compartió un especie de “llamada y respuesta” en base a eléctricos riffs, con sonido distorsionado y mística rockera, pero súper abundante en ideas; con Simcock propuso una balada en la que el pianista recogió el guante del inolvidable Lyle Mays; con Linda May Han Oh elaboró, sentado y con guitarra cuerdas de nylon, una serie de baladas entre las que brilló el “Tema de amor” de la columna sonora que Ennio Morricone compuso para la película Cinema Paradiso.

El final llegó con algún tema más de From this Place y el abrazo con los bises, que escarbaron las zonas sensibles de la memoria para terminar de satisfacer a una audiencia agradecida de estar donde estaba. Metheny en vivo, mucho más que en los discos, sabe transmitir el calor insustituible del escenario, desde donde construye un particular contacto con sus músicos, para devolverlo a su público.