En la sociedad contemporánea la política necesita de la comunicación y la comunicación es inevitablemente política. Lo mismo ocurre con la gestión de gobierno. Pero más allá de que todo proceso comunicacional es una acción de producción que requiere creatividad y una cuota de arte en tanto expresión humana, la complejidad que ha adquirido la comunicación en su condición de trama social y cultural, como industria y como desarrollo tecnológico, hace que todas las acciones que se emprendan en ese campo demanden iniciativas certeras, precisas. Tales respuestas deben ser el resultado de análisis de los escenarios de actuación entendidos como territorios y diseñadas como estrategias que forman parte de una planificación a mediano y largo plazo. Entendiendo a la planificación como una respuesta sistemática, constante y extendida en el tiempo que ofrece alternativas en función de objetivos de mediano y largo plazo. Ni la política ni la gestión de gobierno, tampoco la industria cultural, dejan margen para improvisar en materia de comunicación.

Si bien no existen certezas acerca de lo que se puede y debe hacer en la materia, y tampoco se trata de ofrecer recetas, el desarrollo de la comunicación como disciplina permite hoy contar con categorías y herramientas para comprender la vida cotidiana como sistemas de relaciones. Es decir, como experiencias sociales en las que se generan intercambios fruto de interacciones que derivan en acuerdos, alianzas, discrepancias, disputas. Los escenarios que habitamos, todos ellos en permanente reformulación, son ámbitos de lucha simbólica y práctica por el poder, donde se disputan liderazgos y hegemonías. Esta lucha se configura desde la comunicación. Y no estamos haciendo apenas referencia a los medios convencionales, tampoco únicamente a las redes y plataformas digitales. Hablamos de relaciones humanas, de la posición que ocupa cada uno/a de las y los hablantes en el diálogo social y su referenciación respecto de los demás actores, de las situaciones o las tramas vinculares. Porque como nos ha enseñado Jesús Martín-Barbero: “como fundamento y raíz de la socialidad, la comunicación viene a ser el tejido en el que se enlazan y se anudan los hombres” (Martín-Barbero, J., 2018, La palabra y la acción. Edit. Javeriana, Bogotá., p. 83).

A todos los niveles (empresas, gobiernos, movimientos sociales, partidos políticos) la comunicación necesita de planificación que se edifica sobre la base de estrategias. Diseñar estrategias de comunicación es una labor destinada a crear y/o elegir modos, recursos, habilidades, artes, tácticas y medios que, articulados entre así, funcionando de manera complementaria y secuencial, permitirán involucrar a los actores en los procesos de cambio a los que se aspira, alcanzando a públicos y audiencias múltiples. Dichas estrategias tienen el propósito de incidir en lo público en el sentido deseado y previsto, orientando hacia alguno de los escenarios seleccionados. No solo porque lo demanda la coyuntura sino porque lo exige la convivencia en sociedad, es preciso apuntar a la construcción de escenarios de futuro, en base a nuevas alianzas, sumando capacidades personales y colectivas. Esta es también una tarea de la comunicación, de comunicadores y comunicadoras.

Hemos dicho que la comunicación es ante todo relaciones, encuentro, intercambio, diálogo. Sin cerrar los ojos ante las disputas existentes, también es preciso señalar que cada nuevo encuentro abre a otras posibilidades, genera sentidos antes desconocidos, nunca experimentados. Y en medio de la complejidad política y social de la que somos parte, es necesario salir a la búsqueda de encuentros, de diálogos en la diferencia, que produzcan nuevos sentidos. Es darle valor a la alteridad como fuente de otras experiencias que renuevan a cada uno, a cada una de quienes, sujetos individuales o colectivos, participan del encuentro en la diversidad.

Tiene que ser un propósito, una búsqueda permanente. En términos personales, sociales, culturales y políticos. Tal como también lo afirmaba Jesús Martín-Barbero, “es echar los cimientos a una posesión comunitaria del mundo”. Quienes hacemos comunicación tenemos la obligación de repensar nuestras prácticas y nuestra profesión desde esta perspectiva para aportar desde nuestro lugar a la construcción democrática y ciudadana.

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