El fútbol siguió, la vida siguió. Hasta Boca y Gimnasia volvieron a jugar: hubo -en estos todavía ni cinco días que pasaron desde la noche aún inexplicable del jueves- más de cien partidos oficiales de AFA. Nada se detuvo. Salvo los alrededores del estadio del Lobo, aún paralizados en una postal desesperante: vallas tiradas, botellas rotas, incluso entradas cortadas todavía yacían desparramadas avanzado el fin de semana largo. Todo estaba tal como quedó después de la violenta represión de la Policía Bonaerense que no terminó en una mayor tragedia de milagro, aunque deje en el aire la misma densidad, el mismo olor.
Solo faltaban los gases lacrimógenos y los cartuchos de bala de goma, que fuentes del caso cifran en 400. Pero hasta el menos enterado espabilaba tan solo con rodear esa zona del bosque platense, abierta al público. Los registros del horror se amplificaban puertas adentro de la cancha, con los alambrados torcidos por gente que buscaba tan solo respirar.
La comparación es inevitable con Bartolomé Mitre y Ecuador, en el Once porteño, acaso el documento más indiscutible de la Tragedia de Cromañón. Ahogo, multitud, puertas cerradas y desesperación están a la vista de quien se acerque a mirar aún hoy, casi 18 años después, mientras el edificio está a punto de ser expropiado para la creación de un espacio para la memoria. Son lugares en los que el tiempo se vuelve inmóvil.
El partido entre Gimnasia y Boca -clave para la definición de la Liga Profesional 2022, previo Mundial de Qatar- sucedió en el último suspiro antes del feriado XL por un 12 de octubre que todavía no llegó. A las pocas horas, La Plata quedó semivacía. Aunque en todos lados se hablaba de lo mismo: en las mesas de los bares, en las colas de las pollajerías. La ciudad reducida a pueblo quedó atravesada por un hecho conmocionante que aún merece explicación. Todo platense tuvo al menos un contacto al cuál llamar o textear esa noche del jueves: "¿Estás bien? ¿Qué pasó?"
En la tarde del sábado -cuando el fin de semana largo entraba en su recta principal—, unas nubes bloquearon el sol de primavera, bajaron la temperatura y dispensaron aguas sobre gran parte de la provincia de Buenos Aires, en sus playas y en sus pampas. El bosque platense se puso gris. Alrededor del monumento a Mitre, en la rotondita de Iraola, a metros de la boletería del estadio Juan Carmelo Zerillo, una bandera con los colores de Gimnasia reclamaba: "Basta de represión. Justicia por Lolo".
Aún a pesar de algunos traspiés, el Lobo seguía vivo en la pelea por su primer título y la cita con Boca suponía toda una fiesta para el pueblo tripero. Así lo entendió Lolo Regueiro, de 57 años, quien fue a la cancha con su hija, pero no pudo entrar cuando la policía decidió cerrar las puertas del estadio, arguyendo que la capacidad ya estaba colmada. Al igual que muchos, Regueiro quedó atrapado en la zona de fuego de la represión, los gases lacrimógenos, la Infantería avanzando con sus caballos. Según los partes oficiales, fue trasladado al hospital San Martín, donde certificaron su muerte.
"No fue un incidente. Fue represión. Lolo no murió. Lo mataron", señala una cartulina azul con liquid paper pegada sobre uno de los portones del estadio, a espaldas de la tribuna popular de Centenario. En esa calle interna del bosque es donde se inició el gaseo y la balacera de goma. Y desde donde entró el humo que ahogó a hinchas, jugadores, y obligó a suspender el partido a los 9 minutos de su inicio. Hay dos discusiones: una sobre la posible sobreventa de entradas de parte del club, y otra acerca del operativo de la Policía Bonaerense que es el que ocasionó todo el desmadre y devino en la muerte de Lolo Regueiro.
Literalmente, y sin impostaciones, Lolo somos todos: todos los que vamos a la cancha a ver un partido porque conectamos desde el lugar que sea (los colores, la familia, los amigos, el barrio, la cultura misma). Hablo de centenas de miles, en el lugar de Argentina que se te ocurra, ahora mismo.
El domingo salió el sol y los platenses se lanzaron a disfrutar una tarde de bosque como siempre. Pero casi tres días después del partido, las vallas todavía seguían tal como el jueves. Como si nadie se animara a tocarlas. Los fierros caídos en las hileras metaforizaban el efecto dominó del pánico extendido. Un contraste fulminante entre el goce de pibes, familias, nenes de ese domingo soleado… y el registro de pibes, familias y nenes que quedaron encerrados en una perversa trampa. De repente, se nos está volviendo usual preguntarnos "qué hubiese pasado si".
Boca y Gimnasia discuten cómo y dónde jugar los 80 minutos que quedan: dos tiempos de 40 que definirán la suerte de ambos en el final del campeonato. Si es acá, allá, con hinchas, o sin. Un direte insultante: lo que pasó fue grave y debería ser la prioridad no solo para ambos equipos, sino para todos. Parar la bocha. Y saber qué fue lo que pasó. Por qué. Lo necesitamos.